El Bardo de Avon: Neurocientífico intuitivo o reinterpretante magistral

Humanidades en la Medicina

El estudio de las obras de Shakespeare desde el punto de vista médico ha sido un redescubrimiento en esta parcela científica y proporciona una herramienta disfrutable

Retos éticos de la inteligencia artificial en Medicina

La obra ‘Ofelia’, del pintor John Everett Millais. / Efe

Córdoba/Cuando analizamos los personajes más famosos de William Shakespeare, con una relevancia atemporal, no podemos evitar entrar en la esfera neurocientífica, buscando una explicación que nos lleve a comprender las motivaciones de las acciones de sus personajes.

Nos asomamos a una perspectiva única sobre la complejidad de la mente humana, basándonos en el saber de Shakespeare y en los avances de la ciencia moderna, que los autores Paul Matthews y Jeffrey McQuain exponen en su libro The Bard on the Brain: Understanding the Mind Through the Art of Shakespeare, donde comparan los escritos clásicos del Bardo con descubrimientos y conceptos en neurociencia, ofreciendo una visión de la mente humana, desglosando al mismo tiempo emociones y comportamientos.

Estudiando las obras Hamlet, Macbeth, Otelo y El Rey Lear, entre otras, observamos cómo los sentimientos complejos llevan a los protagonistas a emprender unas acciones inmersas en los celos, la traición y sobre todo lo que fue su encantamiento: la locura.

La obra literaria de William Shakespeare revolucionó el teatro y, a la vez, extendió la lengua inglesa. En su estudio observamos un análisis preponderante político sin caer en la cuenta de su interrelación con la medicina; así, vemos que en la bibliografía de Chambers, que comprende unos 450 volúmenes, sólo uno trata del aspecto médico de los escritos. Shakespeare supo interconectar estas dos disciplinas: la política y la medicina.

El dramaturgo demostró que tenía conocimientos de medicina, quizás menos profundos que Cervantes en general, pero más afianzados en los trastornos psiquiátricos, con fascinación por la locura, como eran los isabelinos, y es posible que esto los llevara a capitalizar el tema al gusto de su público. Así, Hamlet retrata la enfermedad maníaca depresiva. Macbeth muestra la ambición y la depresión. Lear presenta una psicosis reactiva como consecuencia de una enfermedad neurodegenerativa senil, Edgar finge esquizofrenia y Otelo desarrolla una suspicacia que raya en la paranoia.

En la obra Corioliano, que toma esta fábula de uno de sus libros favoritos: Vidas Paralelas de Plutarco (96 - 117 d. C.), se emplea la alegoría del estómago y las partes del cuerpo, narrada por el senador Menenio Agripa, y compara esta relación con la soberbia del Estado, que denigra a las distintas clases sociales, colocando al gáster como tragador, mientras las demás partes del cuerpo trabajan para él como esclavos. La comparación se utiliza para ilustrar la interdependencia y la importancia de cada parte del sistema social y político. Esta metáfora sigue ilustrando cómo las sociedades y sus diversos estamentos deben colaborar juntos de manera armoniosa para lograr el bienestar común y la prosperidad, a modo de la fisiología del cuerpo humano. Shakespeare utiliza la medicina para mostrar la heterogeneidad del ser humano en los planos de la política, la retórica y cuestionando el valor ético.

Pero, si los personajes de Shakespeare encajan bien en la CIE 10 (Clasificación Internacional de Enfermedades), publicada por la OMS, ¿de dónde le viene este saber médico?

Es importante señalar que hasta 1699 no había libros sobre la historia de la medicina de la época, hasta que Baden y Drake no tradujeron al inglés la L’Histoire du Physique de Le Clerc, que marcó un hito en la revolución científica para la comprensión y el tratamiento de las enfermedades. Lo que sí había era una serie de ensayos sobre temas médicos, la verdadera literatura médica, de donde Shakespeare habría tomado notas. Los avances médicos que se estaban cosechando en Europa continental tardaron en llegar a Inglaterra. La medicina inglesa se basaba en los cuatro elementos básicos: fuego, agua, tierra y aire, anclados en las obras de Platón e Hipócrates del siglo IV a.C. y en las teorías de Galeno del siglo II d.C. 

En la década de 1600, los médicos comprendían que los cuatro humores (la sangre, la flema, el cólera (bilis amarilla) y la melancolía (bilis negra) eran los patrones tanto del habla como del comportamiento y otras cualidades que predominaban en el ser humano. Estas alusiones a los humores como índice de variabilidad del temperamento humano aparecen de manera destacada en las obras de Shakespeare.

Estas alusiones directas o indirectas al campo de la medicina estuvieron influidas posiblemente por la buena relación que mantenía con su yerno, John Hall, que era médico. Anotemos que la medicina durante el Renacimiento estaba inmersa en la superstición, y que los remedios curativos eran a base de hierbas y la charlatanería. En este ambiente, y teniendo en cuenta la falta de conocimiento en su época, Hall mostró una gran habilidad terapéutica. Muchas enfermedades no estaban registradas. Rara vez utilizó las sanguijuelas, pero usó productos animales. Por su habilidad, el rey Carlos I le ofreció comprar el título de caballero, pero rechazó el “honor”.

A Shakespeare hay que verlo como un dramaturgo de lo físico, según Vicent Montalt, filólogo de formación y especialista en Shakespeare (Universitat Jaume I), conectando en sus obras la salud y la enfermedad a través de la palabra como detonante de la transformación del cuerpo, relacionando la medicina y el teatro en su grado máximo. El mismo Sigmund Freud citó sus obras sobre psicoanálisis: “Los poetas y filósofos antes que yo descubrieron el inconsciente”. Se piensa que el mapa freudiano de la mente es, en realidad, el de Shakespeare.

El interés de Freud por Shakespeare se dio cuando asistía a las conferencias de Charcot. Charcot es conocido como el padre de la neurología e influyó para que Freud pasara de la neurología a la psicología. A menudo utilizó a Shakespeare para ilustrar las observaciones detalladas del comportamiento y los rasgos de carácter que se necesitan para el diagnóstico, así como otros neurólogos hacen referencia a las obras del Bardo en sus clases. No es de extrañar que Shakespeare, que vivió en directo dos episodios de peste en la ciudad de Londres, utilizase palabras y referencias con explicaciones miasmáticas y humorales clásicas, con predominio de infection, contagion, plague y pestilence.

En la declaración de Chambers, el conocimiento de Shakespeare sobre asuntos médicos era inusualmente amplio e informado. R.R. Simpson afirmó haber encontrado 712 referencias médicas en las obras; de estas, 455 fueron referencias mayores y 257 secundarias. Una “referencia médica importante” significa que se ha descrito una enfermedad o condición médica, o se ha utilizado una referencia médica en una alusión o imagen, mientras que las “referencias menores” se refieren a una breve mención de algo sobre anatomía o medicina sin el uso de descripción o imágenes.

Otro comentarista, el Dr. Frank N. Miller de la Universidad George Washington, afirma haber encontrado hasta 1.400 referencias. Son importantes las referencias descriptivas anatómicas o las imágenes médicas de Shakespeare, como en Enrique VI, que describe la apariencia del cuerpo asesinado del duque de Gloucester. Las imágenes médicas fueron un componente importante del estilo de escritura de Shakespeare y él las utilizó con más frecuencia que sus contemporáneos.

Aunque encontremos sólo párrafos de conocimientos médicos en los críticos del siglo XX, posiblemente es debido al terreno resbaladizo por desconocimiento.

No cabe duda que el estudio de las obras de Shakespeare desde el punto de vista médico ha sido un redescubrimiento en esta parcela científica, resaltando que cualquier nueva interpretación de la temática shakespeariana es de interés y valor, y proporciona una herramienta disfrutable, que al mismo tiempo, nos dará un entendimiento psicológico de sus personajes.

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