En búsqueda del hombre

En la sociedad del descarte solo se valoran algunos estereotipos: la salud, la belleza, la riqueza

Varios confesionarios al aire libre.
Varios confesionarios al aire libre. / Miguel Conceição / Efe

25 de agosto 2024 - 06:59

Córdoba/Cuentan que Diógenes renunció a todo y se fue a vivir a Atenas, y como casa tenía una tinaja. Iba por las calles con un candil en la mano gritando “Busco a un hombre”. Se refería a un hombre honesto. ¿Lo he encontrado yo? ¿Procuro imitarlo? ¿Sé qué es un hombre?

En varias ocasiones hemos comentado la ausencia de modelos, de líderes, que inspiren confianza, que sean atractivos, que arrastren. Lamentablemente, no los vemos en los famosos, ni entre los políticos. Tampoco abundan en la religión. Hay muchos hombres, pero desorientados, en crisis, sin identidad, y por eso molestos, infelices, casi se podría decir que desnaturalizados. La persona humana, el homo sapiens, está en situación de riesgo, tanto el varón como la mujer. Ahora, con perdón, el hombre peligra más, es más vulnerable.

¿Qué podemos hacer? ¿Hay solución para la raza humana? No puedo dejar de recurrir a una frase del Magisterio del último de los concilios que me parece paradigmática, luminosa, genial: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Gaudium et Spes, 22). Sigue diciéndonos “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”. No tenemos más remedio que mirar a Cristo, acudir a Él, tomarle como modelo y libertador: “El que es imagen de Dios invisible es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado”.

Descubrir a Cristo, conocerle y tratarle, seguirle, identificarnos con Él, es la tarea no solo de los cristianos, sino de todos los hombres de buena voluntad. Si queremos ser verdaderamente humanos, no hay otro camino. No quiero detenerme en demostrar esta afirmación. Hay evidencias que no necesitan explicación, basta verlas.

Pero no es frecuente tener la clarividencia necesaria para descubrir la verdad. La semana pasada hablábamos del poder de la razón, de la inteligencia. Un amigo sacerdote me escribía: “Quizás sea importante acentuar que la clave está en pensar... pero con el corazón limpio”. Hoy nos relata el Evangelio que muchos de los que comieron el pan multiplicado por el Señor le dejaron, no vieron en Él al Hijo de Dios, al Mesías: “Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”.

Cuando Benedicto XVI presentó su obra Jesús de Nazaret decía: “Solo le pido a los lectores ese anticipo de simpatía sin el que no puede haber comprensión”. Recuerdo que, en los primeros meses de mi sacerdocio, invitamos a un joven japonés, no bautizado, a que nos acompañara durante unos días de retiro. Contestó con sencillez y sinceridad que no lo haría: “No tengo el corazón preparado”, dijo. Para acercarse a la persona de Jesús, a la verdad, hace falta “ese anticipo de simpatía” que pedía el papa Ratzinger, “el corazón limpio y preparado” que hemos comentado.

Hay quien sí tiene la capacidad de ver, de entender. Sigue el Evangelio: “Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Para encontrarnos con el Señor podemos leer con atención los Evangelios; por ejemplo, se puede utilizar una edición del Evangelio del día comentado, que, gracias a Dios, hay muchas. Una biografía sobre Jesús, como Jesús de Nazaret de Benedicto XVI. El libro Cincuenta preguntas sobre Jesús de Ediciones Rialp. Acudir al sagrario y acercarse a la Eucaristía con frecuencia.

Es muy difícil hacernos cargo de qué es el hombre al margen de su creador. Dice también Benedicto: “a través del hombre Jesús, Dios se hizo visible y, a partir de Dios, se puede ver la imagen del hombre justo”. Jesús nos muestra al Padre y, desde la mirada del Padre, podemos ver quién quiénes son realmente los hombres, sus hijos amados. Cuando miramos a nuestros congéneres, lo solemos hacer de modo parcial y, muchas veces, resaltamos sus defectos, nos quedamos en la superficie. En la sociedad del descarte solo se valoran algunos estereotipos: la salud, la belleza, la vigorexia o la riqueza.

Tampoco es fácil que se entiendan el varón y la mujer. Somos diferentes, pero con la misma dignidad. Ni se entienden las guerras y un montón de adicciones. Tampoco muchas decisiones legales que afectan a la familia. No es verdad que no exista una humanidad, un ser hombre o mujer, una naturaleza humana que marque el debido comportamiento. Hay que seguir buscando al hombre como Diógenes.

Mirando la humanidad de Jesús, aprendemos a ser humanos, humanizamos el mundo. Amando como Jesús ama, lograremos dar amor a los nuestros, que a su vez nos querrán como merecemos. Pero no olvidemos que el Hombre perfecto nos enseña todo, porque es el Dios que se hace hombre por nosotros y por nuestra salvación.

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