El niño camarero de San Lorenzo que alojó a los Reyes de España
Cordobeses en la historia
Rafael Carrillo Maestre nació en el barrio de Santiago, comenzó a trabajar con seis años, fue aprendiz de boticario y tabernero y creó una firma de referencia en la gastronomía cordobesa

A la sombra del granito y cal de Pedroche, de la vieja torre de la Catedral y los caminos que saben a San Lorenzo y Cuesta del Bailío, nació en 1890 Juan Carrillo Castillo, campesino que buscó en Córdoba una vida mejor. Aquí encontró la amistad de Julio Romero, horas de alivio en las tabernas del Potro y un empleo en la fábrica de ladrillos La Madrileña y en la construcción, dejando entre otros los bordillos de la antigua Ribera antes de colocarse definitivamente en las canteras de Asland. Sus manos, encallecidas, eran el salvoconducto que como tantos otros hubo de mostrar diariamente para cruzar el Puente Romano en los años de la Guerra Civil. Ya estaba casado con Antonia Maestre García, una muchacha de La Victoria, a la que encontraba a veces en el entorno de la Posada del Sol y donde se alojaba con su padre en los viajes a Córdoba.
Se habían casado en la iglesia de Santiago, en donde irían bautizando a sus siete hijos. Rafaela, Roque, Juan, Antonio, Rafael, Tomás y Fuensanta nacieron en la calle Luís Díaz, muy cerca de la del Tinte. En aquella casa, compartida con cinco familias más, pasaron su primera infancia antes de desalojarlos por ruina; aunque la casa se mantiene en pie actualmente. Para entonces, Rafael Carrillo Maestre, que tenía seis años, aportaba diariamente a la economía familiar una peseta, una telera y a veces un taco de jabón de sosa, acarreando leña para el horno del barrio.
El futuro dueño de El Churrasco había nacido un 18 de septiembre de 1940; lo llevaron a la escuela de la Fuensanta con seis años y lo retiraron a los nueve porque sabía ya más que el maestro, según la madre. En 1949, y antes de cumplir los diez, lo colocaron de mandaero en una farmacia de la Colonia de la Paz. La familia se había trasladado ya al Zumbacón y desde allí iba todas las mañanas Rafael andando para llenar el zurrón de medicamentos; antes pasaba por la Gota de Leche a recoger la carga. Por este último trabajo le daban cinco pesetas; en la farmacia nada, porque su padre acordó que el sueldo sería enseñarle a hacer cuentas. Y el reverso de las recetas, inservibles, fueron los cuadernos de tareas que llevaba al día siguiente al farmacéutico, hechas de noche, a la luz del carburo o las velas en su casa sin agua ni electricidad. Pero la función del maestro se cumplió con creces y pronto lo aplicaron en hacer las fórmulas magistrales en el sótano. Tenía trece años y ya buscó negociar un porcentaje mínimo por medicamento entregado, que empleaba en comprarse las tortas pujás de azúcar llamadas entonces "corrucos". Recuerda ahora que "la peseta daba para muchas cosas, y el duro no te lo cambiaban en cualquier puesto, porque no tenían para darte la vuelta".
Entre 1952 y 1953, con el cierre de las industrias, la farmacia entró en crisis y la hostelería le abrió las puertas gracias a Francisco Cabello, Minguitos, dueño de la taberna de San Lorenzo en donde el padre tomaba las chicuelas. De aquel tiempo queda la imagen en sepia y el recuerdo de la caja de cervezas para alcanzar el mostrador y el fregadero; la visión de su primera salida de Córdoba, a Belmez, en la cabina de un camioncillo o el viaje más largo, a Granada, con la Peña Minguitos, para ver a Alfonso González, Chiquilín, de novillero: "A los toros iban ellos; yo no, porque no tenía dineros; pero los gané aquel día". Y es que pararon en un bar, y ante la avalancha del autocar el tabernero se vio desbordado; Rafael le propuso llevarle las comandas, y cuando ajustaron cuentas le sobraron diez pesetas con las propinas. Gastó 52 céntimos en el tranvía y recorrió la ciudad sin atreverse a bajar para no perderse.
De Minguitos pasó al Bar Larrea y luego a Los Califas de Deanes en los 60 con el hijo del tabernero de San Lorenzo. Rafael Cabello amplió su establecimiento de la Judería, escenario de flamenco y baile, con otro en la Carretera del Calasancio, en donde instaló la vivienda familiar. Rafael Carrillo, mientras tanto, cumplía el servicio militar en automovilismo y se casaba con María Concepción Rodríguez Mesa un 24 de octubre de 1967 en San Rafael. Se instalaron en su primer piso de La Viñuela, se hicieron cargo del negocio de la Sierra de Minguitos y descubrieron la armonía que les animó a abrir su primera taberna en la Judería: "Porque yo soy tabernero más que nada, y he aprendido de la gente mayor y de las tabernas antiguas".
Con el tiempo, Rafael y Mari llegarían a tener más de setenta personas en plantilla. Pero los inicios no fueron fáciles. Todo lo que tenían, el piso de La Viñuela, se invirtió en 1970 en aquel rincón de la calle Romero que encara la plaza del Cardenal Salazar, cuando la actual facultad era todavía el Hospital de Agudos. Luego, sin dejar de trabajar codo con codo, vieron nacer a sus dos hijos, Mari Loli y Rafael. Desde el principio, apostaron por el churrasco hecho al carbón y a los tres años abordaron la primera obra de ampliación que cristalizó en el restaurante-museo, donde se funden las celebraciones más íntimas de los cordobeses y las visitas más relevantes de dentro y fuera del país.
Hoy, el patrimonio de aquel niño camarero alcanza las lindes de la calle Almanzor, donde se alza la hospedería que ha llegado a alojar a los Reyes de España, regentada como el restaurante por su hijo Rafael, bajo la mirada siempre acogedora del padre.
También te puede interesar
Lo último
Contenido patrocinado
La oferta académica del centro especializado en FP se alinea con los sectores más demandados y con mayor empleabilidad