Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Patrimonio
El 2 de noviembre de 1984 se cerraba la octava sesión del Comité del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, que había comenzado el 30 de octubre en Buenos Aires (Argentina). En dicha sesión, se acordó la inscripción de diversos monumentos en la Lista de Patrimonio de la Humanidad, entre ellos La Alhambra y el Generalife, en Granada; la Catedral de Burgos; el Monasterio y Sitio de El Escorial; el Parque Güell, Palacio Güell y la Casa Milà, en Barcelona... y la Mezquita de Córdoba.
La excepcionalidad que representa que una mezquita, en lugar de ser destruida con la reconquista cristiana, se conservara en armonía con el nuevo culto, fue motivo fundamental para que la Unesco accediera a otorgarle el título de Patrimonio Mundial. De esta forma, la convivencia entre religiones que representa esta vasta construcción -tal y como ocurrió en la Córdoba de los omeyas, cuando el templo se construyó- resultó realmente extraordinario para el comité evaluador de las candidaturas que se presentaron ese año. Su buena conservación y su unicidad han hecho que las visitas -millones desde esa declaración- aumenten progresivamente año tras año en un monumento que siempre tiene algo por descubrir, como sus innumerables capillas.
Tal y como recoge la web de la Mezquita-Catedral de Córdoba, en palabras de Rafael Moneo, "la adaptación al culto católico supone la transformación del espacio del antiguo oratorio musulmán. Las capillas que recorren el perímetro del recinto constituyen una manifestación plástica de un proceso de sacralización en el que interviene el patronazgo de eclesiásticos y de los linajes nobiliarios locales. Estos espacios, en los que se establecen capellanías y enterramientos, serán dotados de nuevos bienes artísticos que contribuyen a la riqueza del Conjunto Monumental". Estas son solo algunas de las más representativas comentadas por Manuel Nieto y Jesús Daniel Alonso, así como la web de la Mezquita-Catedral.
La Catedral de Córdoba también se muestra como un espacio de proyección para la religiosidad y el poder de la monarquía española. De este modo, Enrique II de Trastámara decidió construir esta capilla con la finalidad de acoger los panteones de su padre Alfonso XI y su abuelo Fernando IV, finalmente trasladados a la Real Colegiata de San Hipólito en 1736.
La Capilla Real se configura como un recinto de planta cuadrangular. Destaca el extenso y rico programa ornamental que se desarrolla en sus muros, a base de yeserías, atauriques, paños de rombos o motivos epigráficos. En este sentido, Pavón Maldonado estima que “[…] Esta capilla, erigida y decorada en el reinado de Enrique II (1372), por su fecha tardía y decoración puede considerarse una síntesis o resumen de las yeserías árabes y mudéjares, toda vez que en el edificio concurren la mayoría de los temas”.
La solución formulada en su cubierta también resulta interesante, al optar por una bóveda que cruza cuatro arcos con otros cuatro de disposición diagonal. La totalidad de estos plementos aparecen decorados mediante mocárabes de yeso que contribuyen a la densidad decorativa del espacio.
También es importante la repercusión de esta construcción mudéjar que trasciende los propios límites del edificio. Y es que su concepción llega a ejercer una clara influencia en la arquitectura de la nobleza cordobesa de la época, convirtiéndose así en el nuevo referente estilístico de los palacios y capillas de las élites locales.
En palabras de Manuel Nieto y de Jesús Daniel Alonso, lo primero que llama la atención de quien contempla esta capilla es su espléndida reja, en la que aparecen dos cartelas con la fecha 1554. En su fachada principal ostenta las armas de la familia Valenzuela. Finos barrotes en su parte baja terminan en un friso con temas platerescos, sobre el cual se desarrolla el segundo cuerpo, más decorado, con un medio punto en cuyo interior dos figuras sostienen el escudo del fundador, y en sus enjutas, medallones. Otro magnífico friso de grutescos y monstruos permite iniciar el remate espléndido que desarrolla compleja decoración a base de medallones, monstruos y figurillas de ángeles en chapa repujada. El fundador contrató su ejecución con Fernando de Valencia el 3 de junio de 1552.
Las representaciones escultóricas ocupan la calle central, algo más ancha que las laterales, mientras que los intercolumnios presentan registros para pinturas. Las pinturas en tabla, que representan la Adoración de los Pastores, la Adoración de los Magos y la Estigmatización de las llagas de San Francisco (banco), San Juan Evangelista y Santa Catalina (primer cuerpo), Santiago peregrino y San Sebastián (segundo cuerpo), Santísima Virgen, arcángel San Gabriel y la Trinidad (ático), han sido últimamente atribuidas a Pedro Fernández Guijalvo. En coloración muy suave y, a veces, imprecisa, se representa la escena bíblica del maná.
De forma coetánea a la Capilla Real, en el año 1378, se produjo la fundación de la capilla de la Conversión de San Pablo. En un principio, este espacio fue concedido a doña Elfa de la Torre para el enterramiento de su marido, el maestre de la orden de Santiago Pedro Muñiz de Godoy. Su precario estado de conservación obligó a que, con fecha de 12 de julio de 1610, se diera licencia para su reedificación, que hizo posible la construcción de elementos constructivos tan atractivos como la nueva bóveda. Sus similitudes respecto a la cubrición del coro se explica, entre otras razones, en el hecho de que el maestro mayor de la Catedral en estos momentos sea Blas de Masavel, el que fuera oficial de Juan de Ochoa durante un largo periodo de tiempo.
De este modo, en la capilla de la conversión de San Pablo, se repite la misma solución de bóveda de medio cañón estructurada en lunetos y enjutas y decorada a base de un programa de yeserías. El programa iconográfico de los lunetos consiste en la representación de las escenas de la Lamentación de San Pedro y Santiago peregrino, junto a los santos Gregorio Magno, Jerónimo, Ambrosio y Agustín, como Padres de la Iglesia occidental. Mientras, en las enjutas, sostenidas por niños atlantes, figuran San Juan Bautista, San Eulogio, San Juan Evangelista y Santo Tomás de Aquino. Por su parte, en el registro central se localiza la escena de la Coronación de la Virgen, flanqueada por dos ángeles que sostienen los escudos de la orden de Santiago, y cerrada en los extremos por los mártires cordobeses San Pelagio y Santa Flora. Pero más allá de la bóveda, esta capilla custodia otros bienes artísticos de interés, como es el caso de la escultura de San Pablo que preside el retablo.
Aunque se desconoce la fecha exacta de fundación de esta capilla, el Cabildo Catedral de Córdoba cuenta con la certeza de que su patronato se vincula, a partir de 1490, a la familia Góngora, cuyas armas se sitúan en el lienzo de la cancela. Desde un punto de vista artístico, destaca la presencia de un retablo que cobija el lienzo del Martirio de San Bartolomé, una copia local del siglo XVII inspirada en el grabado que realiza José de Ribera para Enmanuelle Filiberto. Este espacio destaca, sin lugar a dudas, por ser el enclave en el que se custodia la urna funeraria de Luis de Góngora y Argote, el célebre literato del Siglo de Oro que llegó a ser canónigo de la Catedral de Córdoba.
El Cabildo, con fecha de 19 de septiembre de 1565, concedió este espacio para capilla y enterramiento a Andrés Pérez de Buenrostro, arcediano de Pedroche. A Hernán Ruiz II le correspondió el trazado de la arquitectura. Su aportación no sólo se hace visible en la bella bóveda ojival que la cubre o en los contrafuertes que flanquean al retablo, sino también en el diseño de éste último. Por otro lado, será el escultor Martín de la Torre quien se encargue de su ejecución. Esta interesante composición se estructura en banco, un cuerpo central único, que es delimitado por dos pares de columnas, y un remate. Por su parte, el banco es ocupado por tres tablas en las que se representan las escenas de La Anunciación, El Nacimiento y La Visitación de María a Santa Isabel.
En el registro principal destaca la presencia de la pintura tardomanierista del Árbol de Jessé, obra de gran calidad datada en el año 1578. Su iconografía, de ascendencia medieval, se caracteriza por la originalidad de presentar la genealogía de Cristo. Se aprecia la figura recostada de Jessé, de cuyo pecho arrancan las ramas del árbol que acogen a los antepasados de Jesús, representados como monarcas. El lienzo culmina con la imagen de la Virgen acompañada por el Niño Jesús. La totalidad de las pinturas de este retablo corresponden a la autoría de Gabriel de Rosales. Otros elementos destacados son la reja de ornamentación renacentista o el frontal cerámico de la mesa de altar, en el que aparece La Adoración de los Magos.
La importancia de esta capilla reside en la personalidad a la que se vincula su fundación, el Inca Garcilaso de la Vega, al que el Cabildo Catedral, con fecha de 29 de octubre de 1612, concedió este espacio para el establecimiento de su capilla y enterramiento. Pero la relación entre Garcilaso y la Catedral se desarrolló de forma previa, como ponen de manifiesto las fuentes documentales, que apuntan su condición de sacristán. El autor de La Florida, cuya vida y obra aparece reseñada en dos inscripciones laterales, dotó a la capilla de una talla de un Crucificado, contratado con Felipe Vázquez de Ureta, y de una reja, obra de Gaspar Martínez. Por su parte, el retablo que la preside está atribuido a Juan de Ortuño. Compuesto por un registro único flanqueado por dos columnas, es coronado por un frontón partido en el que se sitúa un relieve del Padre Eterno. Sobre el fondo pictórico de Jerusalén, dispuesto por un lienzo relacionado con la producción de Melchor de los Reyes, se recorta la figura de Cristo.
La construcción de esta capilla supone la aportación más destacada de todas aquellas que se realizan en la segunda mitad del siglo XVII. Su fundación corresponde al obispo franciscano fray Alonso Salizanes, quien centró los esfuerzos en la creación de su mausoleo como un espacio sorprendente y suntuoso. A este efecto contribuye el mármol rojo de Cabra, cuyo uso se extiende desde la portada de medio punto hasta el interior del espacio. Son varios elementos de esta capilla los que centran la atención del visitante. De un lado, su cúpula radial y de otro, las figuras orantes del obispoSalizanes y de San Ildefonso, situadas en hornacinas laterales. De cualquier modo, es el retablo, de Melchor de Aguirre, la obra más destacada. En él se contienen las esculturas de la Inmaculada Concepción, San José y Santa Ana, tallas de primerísima calidad de Pedro de Mena.
El espacio es precedido por la antecapilla, que presenta una cubierta de media naranja ornamentada por pinturas murales atribuidas a Juan de Alfaro. Este programa iconográfico es presidido por la paloma del Espíritu Santo, en torno a la cual aparecen las figuras de pequeños ángeles que sostienen atributos marianos. La decoración pictórica llega hasta los Evangelistas de las pechinas y a los muros, en los que se localizan las representaciones de San Francisco de Asís y San Antonio de Padua.
Ocupando el antiguo muro de la quibla se localiza la capilla del Cardenal Salazar, fundada bajo la advocación de Santa Teresa. Será Francisco Hurtado Izquierdo el encargado de construir un espacio formulado en la madurez del Barroco. Para ello, concibe un espacio octogonal cubierto por una cúpula cuyo tambor aparece perforado por ventanales. Asimismo, por vez primera, el arquitecto emplea una abundante decoración a base de yeserías que repiten el motivo de las hojas de acanto. Mientras, el alzado se articula a través de pilastras y arcos ciegos de medio punto que acogen lienzos del pintor Antonio Palomino. Estas composiciones, El martirio de San Acisclo y Santa Victoria,La conquista de Córdoba por Fernando III el Santo y La aparición de San Rafael al padre Roelas, exponen tres escenas fundamentales de la historia devocional de la ciudad.
La memoria del fundador, el obispo Pedro de Salazar y Toledo, no sólo se hace visible en su sepulcro sino que también se proyecta desde el acceso a este lugar, con la presencia de su escudo en la portada de mármol rojo y negro, o en el Viso del Sagrario, de Virgilio Castelli, que el propio cardenal trajo consigo de una de sus estancias en Roma.
La capilla es presidida por el retablo que acoge a la soberbia talla de Santa Teresa de Jesús, realizada por José de Mora. Será este mismo escultor el encargado de ejecutar la serie de santos que se disponen entre los arcos de la capilla. En la actualidad, este enclave da cobijo a otras obras de arte de primer nivel. Destacan la Custodia procesional del Corpus Christi, correspondiente a la autoría de Enrique de Arfe, o las pequeñas esculturas en plata de La aparición de Jesús a la Magdalena y El encuentro de Jesús con la Samaritana, piezas anónimas de procedencia napolitana.
Su segunda fundación se produce en las últimas décadas del siglo XV, momento en el que se vinculó a cuatro capellanías. Una de ellas, la correspondiente a la Capilla de Música de la Catedral, hizo que muchos maestros de capilla fueran capellanes de la misma. La cubierta se configura a través de una cúpula apoyada sobre pechinas. En ellas no sólo destaca una decoración de yeserías, sino también la presencia de otros motivos como la palma, la espada, el cordero o la corona de laurel, atributos propios de la representación de la titular, Santa Inés.
La intervención del escultor francés Baltasar Dreveton fue la que marcó el signo estético rococó que caracteriza a este espacio. Su máximo exponente se localiza en el retablo que combina jaspe rojo y negro junto a mármol blanco. La composición, inspirada en modelos romanos, se configura en un único cuerpo que aparece estructurado por medio de columnas y pilastras clásicas. Estos soportes sustentan el complejo remate, basado en un arco de perfil ovoide. En su interior cobija una gloria que enlaza con la hornacina en la que sitúa Santa Inés. Esta escultura, obra de Miguel Verdiguier, sigue la iconografía tradicional de la santa. La reja de la capilla, diseñada por Hernán Ruiz III y contratada al maestro rejero Pedro Sánchez Cardeñosa, es otro de los elementos destacables.
En palabras de Manuel Nieto y Jesús Daniel Alonso, junto a la de capilla de San Bartolomé, se encuentra la capilla asignada al flamante Doctor de la Iglesia. No obstante, su origen es muy anterior. La fundación data de 6 de noviembre de 1258. En esta fecha Domingo Muñoz el Adalid, tronco de los Fernández de Córdoba, llevó a cabo la dotación de la misma. En 1327 fueron sepultados en ella don Alfonso Fernández, alguacil mayor, y su mujer doña Teresa. Los fundadores, sin embargo, recibieron sepultura en la catedral hispalense. Los Fernández de Córdoba perdieron el interés por esta capilla desde que a fines del siglo XIV se les otorgó el patronato de la capilla mayor de la iglesia colegial de San Hipólito.
En origen, estaba dedicada a los santos Apóstoles Felipe y Santiago –el Menor-. Adosado al muro oriental de la capilla estuvo el altar y retablo en yeso con pintura de exquisita calidad sobre la misma materia de Antonio del Castillo que representa a la Purísima Concepción con los apóstoles titulares de la capilla, de hacia 1660, hoy situado, desde principios de siglo, frente a la entrada de la capilla de San Pedro Mártir y San Lorenzo. Esta capilla sufrió serias alteraciones en el curso del proceso de restauración historicista de los siglos XIX y XX. El 17 de noviembre de 2013 se incorporó a la misma la imagen de San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia.
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