La cara oculta de la inmigración
movilidad | Experiencias personales
El 40% de los cordobeses considera que los residentes extranjeros en la capital aportan pocos o ningún efecto positivo a la población española
Los procesos migratorios en búsqueda de mejores oportunidades y para la construcción de nuevos proyectos vitales no es un fenómeno nuevo. Sin embargo, la llegada de la crisis ha provocado una evolución en el pensamiento de los andaluces y, sobre todo, de los cordobeses respecto a este tema. Así lo confirma el informe Opiniones y Actitudes de la población andaluza ante la inmigración, realizado por el Observatorio Permanente Andaluz de las Migraciones (OPIA). Los inmigrantes son los que llegan constantemente en pateras. Abusan de los servicios públicos y acaban acaparando las ayudas que pertenecen a los españoles. Nos invaden y vienen a quitarnos el trabajo. Ninguno de los inmigrantes que viene paga impuestos en España. Forman bandas organizadas. Con ellos aumentan los casos de violencia de género. Estos y otros muchos más rumores rondan la conciencia de los cordobeses, hasta el punto de que cerca del 40% de los encuestados de la provincia consideran que la inmigración no aporta ningún efecto positivo a la población.
Esta impresión equivocada del fenómeno de la inmigración, provocada por la falta de conocimiento, genera una reacción entre la ciudadanía que puede ser favorable o no respecto a la población de origen extranjero, subrayan desde cruz Roja. Desde el año 2007, la crisis que acecha a España hace que los prejuicios hacia la inmigración aumenten considerablemente. El paro continua a la cabeza de las principales preocupaciones de los andaluces, pero sigue al alza el porcentaje de ciudadanos que sitúan el problema de los flujos migratorios en la primera posición, llegando a alcanzar en la actualidad el 92,8%. Si bien, Natalia Jurado, técnica del Programa de Atención a Inmigrantes de Cruz Roja, considera que la crisis "ha mermado sus posibilidades de acceder al empleo y a los recursos laborales, a las ayudas sociales, a derechos básicos y al mantenimiento de redes sociales y familiares".
A menudo oímos hablar de inmigración, de ley de extranjería, de inmigrantes ilegales que mueren antes de poder llegar a la costa, de permisos de residencia, de trabajo. Pero estas no son, ni mucho menos, las únicas dificultades que supone este fenómeno. No es la única cara de la moneda. Principalmente, para aquellos que deciden abandonar su lugar de origen en busca de la felicidad que en su país no han alcanzado y encuentran el reemplazo de su hogar en Córdoba. Hoy en día, la provincia cuenta con 23.476 extranjeros residiendo y empadronados legalmente en la capital y municipios. Desde El Día le ponemos cara a la inmigración.
Abdul Basit (34) “Con la crisis somos ciudadanos de quinta”
Abdul Basit es un Pakistaní que hace 20 años decidió encauzar su futuro en la capital cordobesa. Con poco más de 17 años, abandonó el continente asiático y su familia para poner rumbo a lo que hoy en día considera su ciudad. Su principal finalidad era formarse. No vino por motivos económicos y su intención era regresar. Sin embargo, reconoce que la situación que atraviesa Pakistán en este momento genera rechazo y disminuye sus ganas de volver al país. “Ojalá mi familia pudiera vivir, a nadie le gusta vivir en una Guerra Civil”. Con un contrato de trabajo en la venta ambulante bajo el brazo y el permiso paterno firmado, se montó en el avión para afrontar “la mayor experiencia de su vida”. Parte de su familia paterna se encontraba en Córdoba, por lo que eso hizo que se le concediera el permiso y la capital fuera la ciudad elegida para instalarse. El acento andaluz lo delata y la destreza en el habla señala los más de 20 años que Abdul lleva en la capital. Los gestos de su cara al preguntarle por la adaptación evidencian el arduo camino recorrido para llegar hasta aquí, pues pese a los años de residencia en Córdoba todavía no cuenta con la nacionalidad española. Ni espera conseguirla, ya que ahora le ponen impedimentos por no estar cotizando. “Hacienda no solo quita el sueño a los españoles”, señala. La crisis, según Basit, ha acentuado el racismo y el rechazo hacia los inmigrantes. No solo en Andalucía, sino en toda España. “Si antes de la crisis ya éramos ciudadanos de segunda, ahora somos de cuarta o de quinta”, machaca con insistencia y un atisbo de disgusto en su mirada. Abdul Basit siente que las injusticias han atestado su alojamiento en España. Sus gestos expresan la impotencia del que “hace un trabajo y no le pagan por el hecho de ser inmigrante”, manifiesta . Eso mismo le ocurrió hace unas semanas. A pesar de la veteranía, Abdul realza que abandonar Pakistán le causó mucho dolor, “pero más dolor supone cuando llegas, vivimos, pagamos nuestros impuestos como el resto de ciudadanos y no eres bien recibido”, balbuceó con tristeza. Cabizbajo, lamenta que la resignación es su única compañera de viaje.
Isabel Pulgarín (35 años) “No me quejo de racismo, aquí en Córdoba me siento como pez en el agua”
El destino estaba escrito para ella. Desde muy pequeña, las páginas de su libro remarcaban lo que sería “una aventura” para ella. Su sueño era poder salir de Colombia y viajar a España. Lo que no sabía era cómo ni cuándo. Ni tampoco dónde. A los 15 años, su vida dio un giro de 180 grados y comenzó una nuevo camino que quedaría grabado en su vida eternamente. Con total firmeza y seguridad, Isabel Pulgarín decidió enclaustrarse para centrar su existencia en la religión. Las monjas clarisas la esperaban y ella estaba encantada. En el año 2003, “por coincidencias del destino y gracias a Dios”, su presencia era demandada en Córdoba “por vocaciones jóvenes”. Su espíritu atrevido y audaz generó en ella una inquietud, por lo que eso hizo que no pensara ni un momento su salida de Bogotá. Al recordar sus vivencias en el convento, las lágrimas rebosaban sus ojos marrones, pero una mueca en su sonrisa sigue impregnada. Las circunstancias en las que se encontraban no han hecho posible que viviera la situación de los inmigrantes antes de la crisis. “Yo este mundo de sociedad no lo he vivido hasta ahora, antes lo vivía desde lejos”, remarcó Pulgarín. Sin embargo, después de abandonar a los 28 años los hábitos, Isabel Pulgarín afirma con rotundidad que “no me quejo de racismo, aquí en Córdoba me siento como pez en el agua”. Desde su punto de vista, la igualdad está presente en la capital. No importa el colectivo del que procedas. “Y si en algún momento han intentado despreciarme, no lo he sentido así”, acentúa Isabel. Ella asiente que la acogida fue la esperada y “no pudo ser mejor”. La nacionalidad española llegó a sus manos en el año 2010 y asegura que al solicitarla no le pusieron ningún impedimento. De lo único que se queja es del retraso de los procesos, ya que tardaron dos años en concedérsela. Pulgarín considera que Córdoba es su ciudad y respecto a la posibilidad de regresar a Bogotá, ella lo tiene claro. “Lo pienso, lo medito, pero siento que todavía no es el momento. Aquí me queda mucho”.
Mario Yeste (37 años) “Hoy en día, mi única posibilidad aquí en Córdoba es huir de la policía”
Solo un pequeño paso separaba a Mario de la patera que en los próximos días le llevaría a pisar territorio español. El inmigrante acariciaba con la yema de los dedos el sueño que desde hace más de cinco años planeaba y estaba deseando cumplir. En su cabeza rondaban las dudas y el miedo se apoderaba de aquel joven de 30 años de Sierra Leona. “Por un momento pensé en el viaje que me esperaba. El hombre al que compré la plaza en la embarcación me animó y yo ya sabía que no había marcha atrás”, señaló Yeste con voz temerosa y entrecortada. El cayuco estaba repleto de hombres, cerca de unos 40. Al entrar, “siempre con el pie derecho”, todos eran recibidos con un choque de puños. Los rezos colmaban el ambiente. Luego, se golpeaban el corazón. Una forma de decir “estamos juntos en esto”, recalca Mario. El viaje se convirtió en una pesadilla de la que Yeste estaba deseando despertar. “El mar golpeaba violentamente el cayuco y yo solo gritaba que no quería morir”, remarca. Tras 18 horas de viaje, la embarcación alcanzaba la costa de Algeciras. Las plegarias y los rezos de todos los inmigrantes se habían cumplido. Llegaron sanos y salvos. Actualmente, Mario se encuentra instalado en Córdoba. Su situación es complicada. Desde hace siete años, Mario es ilegal. Su documentación no está en regla, lo que hace que su integración sea más complicada. “Desde que llegó la crisis, por lo menos para mi, el racismo y la discriminación hacia los inmigrantes ha aumentado”, mencionó. La venta ambulante es su profesión y asegura que su única misión, hoy en día, es “huir de la policía”. Aquí en la capital está solo, sus compañeros “manteros” ejercen de familia desde 2008. Por eso, en su mente está callejeando la posibilidad de regresar a su país. Aunque, de momento, no ve viable esa salida.
Ana María Llie (34 años) “Me han rechazo en muchos trabajos por el simple hecho de ser de nacionalidad rumana”
Hace cinco años, Ana María Llie y su pareja pusieron rumbo a España. De acompañante iba su hijo de seis años, que padece un alto grado de discapacidad. Muy a su pesar, allí dejaba a su primer hijo, de diez años. La situación en Rumania era insostenible para el matrimonio y en su lista de destinos, Córdoba se alzó como la mejor opción. Aquí encontraron una casa de acogida en la que alojarse. Entre sus expectativas, la finalidad primordial era poder ofrecerle al pequeño de la familia la atención y el tratamiento que requería. La travesía ha estado cargada de piedras y obstáculos a los que sobreponerse, pero de todos ha sabido salir. La bebida formaba parte del triángulo amoroso de su relación y optó por zanjar desde la raíz el problema. Ella solo pensaba en su hijo y lo que era mejor para él. Los años pasaban y Ana María Llie construía y ordenaba las piezas de su puzle personal. No ha sido fácil. El rechazo y la exclusión le han acompañado. ”Me han rechazo en muchos trabajos por el simple hecho de ser de nacionalidad rumana”. Pero el destino tenía algo preparado para ella. Puso en su camino a un cordobés con el que, desde hace algo más de tres años, mantiene una relación. El colectivo rumano se consolida como primera colonia extranjera en Córdoba. Solo la capital concentra a más del 37% de los extranjeros. Sin embargo, como Ana María Llie señala, la mayoría de los rumanos que vienen a España son calificados como rumanos gitanos. Llie afirma que la presencia de este colectivo ha retrasado y afectado a su adaptación. “Considero que los rumanos gitanos vienen a robar y a pedir. Han hecho mucho daño y no nos representan. Yo los detesto”, manifiesta Llie con rencor y desprecio hacia el colectivo. Pese a la difícil postura de los inmigrantes, Ana María agradece “enormemente” el apoyo prestado por instituciones humanitarias como Cruz Roja. Y, sobre todo, desde que comenzó la crisis. “Ahora me tratan bastante bien, menos por el acento no parezco extranjera”. Hoy en día, Llie atraviesa una situación complicada. Además de estar esperando una ayuda de la Junta para financiar la terapia de su hijo, ha tenido que alquilar una habitación de su piso para poder hacer frente a todos los gastos.
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