El hijo del conserje del Matadero Viejo, la figura de finales del XIX
Cordobeses en la historia
Rafael Guerra Bejarano, perteneció a la casta de más honda raigambre taurina, encaró sus inicios furtivamente, triunfó como maestro y dejó su nombre entre los cinco más grandes.

EN el sexto día de marzo de 1862, reinando Isabel II, la casa del conserje del Matadero Viejo, José Guerra, rezumaba alegría. Juana Bejarano alumbraba un chiquillo al que pusieron por nombre Rafael. Sucedía en el barrio más taurino, el de la Merced, y en una de las estirpes que sostendrían los cuatro apellidos del toreo local: Molina, Guerra, Bejarano y Rodríguez.
Rafael Guerra Bejarano nacía bajo designios irrevocables que apuntaban a un futuro en los ruedos. Aún no se presagiaba la tragedia que, 35 días después, desataría en Madrid Jocinero, al segar la vida de Pepete, casado con una tía del recién nacido, Rafaela Bejarano. El terrible suceso provocó el lógico rechazo de la familia a los toros -sustento de su economía- y desatino del hijo desde bien chiquito.
La afición de Rafalín, reprimida por imperativo paternal, llamaba la atención de sus coetáneos.
José María Rey lo dibujaba -más que describirlo- con rasgos hiperrealistas en su imaginario: "rojo de emoción y de entusiasmo, con los ojos empañados", junto al padre y mirando capear a Rafael Molina Lagartijo. Advirtiendo el evidente nerviosismo del hijo le preguntó si se atrevía a torear. Considera el novelista que quizá José Guerra le invitara para provocar el pánico que a tantos espontáneos apartó y sigue apartando de los ruedos. Pero, lejos de amilanarse, "burla sus acometidas, los recorta y quiebra, salta y bulle". Y cosecha sus primeros aplausos sobre un albero. Coincide en la afición del niño y en la oposición familiar, otro cordobés cuya vida transcurrió paralela a la de Guerrita, Marcos Rafael Blanco Belmonte. El poeta y articulista lo sintetizaría 36 años más tarde al escribir: "Los padres de Guerrita no querían que su hijo torease; sabían que Rafael -a hurtadillas del padre, entonces conserje del Antiguo Matadero- entraba por las noches en los corrales a capear las vacas y los bueyes, apartados para el sacrificio. Estos ensayos acaban casi siempre en una tanda de capones y pescozones que el paternal Llavero, propinaba a su vástago". El sobrenombre del padre, se debía al ancestral y fino ingenio de los andaluces para inventar motes y a la corta estatura del hombre, en contraposición a su orondo volumen. Actuando como banderillero en la cuadrilla juvenil de Caniqui, en 1876 y con sólo 14 años, fue conocido como Airoso; con el alias de Llaverito mató el primer novillo y luego adoptaría definitivamente el de Guerrita.
El 15 de julio de 1877 se presentó en Sevilla con Fernando El Gallo. En 1885, Rafael Molina Lagartijo -a quien Llavero había apoyado desde sus comienzos- lo incorpora a su cuadrilla; y el 9 de septiembre de 1887 recibió la alternativa de manos de Lagartijo en Madrid. El toro, marcado con el número 55 y con Arrecio por nombre, era "negro mulato, bien puesto, sacudido de carnes…", y dice Rey, apasionado por el arte que destiló el torero, que el bicho aguantó nueve varas, mató a dos caballos y se derrumbó dos veces antes de recibir la única estocada, hasta el puño, mortal. La faena a Arrecío en Madrid fue la antesala de otras temporadas memorables como la de 1894 con 224 toros lidiados, y la del año siguiente en que, en un solo día de mayo fue capaz de torear a las siete de la mañana en San Fernando, a las once en Jerez y a la hora más taurina de la tarde en la ciudad hispalense.
El mismo año de 1895 su nombre lucía en los carteles de los días 25 y 26 de la Feria de Mayo, con Rafael Bejarano, Torerito y Emilio Torres, Bombita. En Los Tejares, que abría sus puertas a las dos y media de tarde, y la de toriles a las cuatro y media, llegaría a torear alrededor de veinticinco festejos, muchos de ellos de forma altruista antes y después de dejar los ruedos.
Recuerda también Blanco Belmonte su enorme generosidad, destacando dos anécdotas acaecidas en el año en que el crucero Reina Regente se hundió en aguas del atlántico cubriendo la singladura entre Tánger y Cádiz, un 10 de marzo de 1895. Al conocer Rafael la penosa situación de los 412 familiares de las víctimas, las socorrió con un envío de 5.000 pesetas, cantidad por la que se jugaba la vida cada tarde. Otra muestra de su esplendidez, que la historia olvida de él, fue la de abrir sus puertas a los centeneras de familias que quedaron sin hogar en una de las riadas del Guadalquivir. Rafael hizo de su casa un comedor para los desahuciados del Campo de la Verdad gestionado por su madre, a la que veneraba, y por su mujer, Dolores Sánchez Molina, sobrina de Lagartijo.
Su última temporada fue la de 1899, en que tras una silbada "le echó la sal a Madrid", el público le dio la espalda y se cortó la coleta con la célebre frase "no me voy de los toros, me echan".
El martes 17 de octubre de 1899, El Defensor de Córdoba bajo el titular Tres toreros menos detallaba el rito del corte de su trenza con mamá Juana y Dolores de artífices. A partir de entonces siguió levantándose al amanecer para tomar el desayuno en el Café Suizo, irse a las doce a almorzar, despachar con el secretario y monopolizar con sus soliloquios lo que él llamaba "tertulias" en el Club Guerrita; desaparecido con él por voluntad propia, dijo El Azul.
Guerrita murió en Córdoba el 21 de febrero de 1941. Toda la ciudad se volcó en su entierro y honró su memoria, antes y después de consagrarse como el Segundo Califa del toreo.
También te puede interesar
Lo último