La constante lambda
La Sal de los días
No darle la razón al contrario forma parte del ADN de la política actual, donde es más importante parecer que las cosas se hacen bien que hacerlas bien· Los partidos, los grupos políticos, se han convertido en sociedades cerradas, enclaustradas, donde 'nosotros' acertamos y 'ellos' se equivocan siempre a mala idea
CUANDO Einstein formuló la Teoría General de la Relatividad encontró que todos sus cálculos eran aplicables a un universo que se expandía o se contraía. Sus ecuaciones nunca funcionaban en el supuesto de que permaneciera estable -como se pensaba a principios del siglo pasado antes de publicarse la teoría del Big Bang-, algo que los investigadores han descartado gracias al avance de la tecnología. Para sortear ese inconveniente, el Nobel decidió introducir una argamasa, una ficción matemática que mantuviera el cosmos a un tamaño estable. Lo llamó la constante cosmológica (o lambda, por la letra del alfabeto griego).
Esta semana, la política municipal ha mostrado cuál es su constante lambda. En una ecuación puramente metafórica, puede definirse como ese factor que permite a quien tiene el poder no equivocarse nunca, incluso cuando queda demostrado que no lleva razón. La decisión del Pleno, y en concreto del gobierno municipal, de recurrir la sentencia sobre el convenio del aeropuerto y a la vez volver a tramitar el texto para evitarle toda mácula de nulidad enseña que se está dispuesto a todo menos a conceder cualquier resquicio de razón al contrario. Eppur si muove, dijo Galileo ante los inquisidores sobre la pertinaz manía de la Tierra de girar alrededor del Sol.
La historia es de sobra conocida. El gobierno municipal decidió llevar al Pleno un convenio con AENA -en realidad, el contenido es mera anécdota- sin contar con dinero suficiente para responder a sus obligaciones, sin facilitárselo a la oposición con el tiempo necesario para su estudio, sin los informes de la Secretaría General y la Intervención (el expediente iba dictaminado por uno de los coordinadores generales del Consistorio, un puesto de confianza del gobierno) y forzando una urgencia que no quedaba lo suficientemente acreditada. Un juzgado estimó en primera instancia que los fallos eran lo suficientemente relevantes como para decretar la anulación del convenio, aunque no las decisiones emanadas del mismo.
Desde que se conoció la sentencia, el gobierno aventó la especie de que iba a recurrirse bajo el criterio de que la entidad demandante, Córdoba Saludable, no estaba legitimada para presentarse ante los tribunales de justicia por no estar en debate un hecho exclusivamente relacionado con la conservación del medio ambiente como la construcción de un aeropuerto. En fin.
En este caso, importaba menos, a efectos del poder municipal, llevar razón que darla. Lo importante era no conceder un espacio a la duda, una oportunidad de que el otro desgaste, en este caso el Partido Popular. Hablando en plata, Rosa Aguilar tenía dos opciones: arreglar la metedura de pata cometida de la forma más rápida posible o, como en el juego del rugby, darle al balón una patada hasta el fondo del campo, una jugada que permite desahogarse, correr, cambiar el escenario táctico, presionar en vez de ser presionado. A lo Marx (Groucho), se han terminado eligiendo las dos.
¿Tan difícil resulta reconocer las equivocaciones cuando éstas se producen? Da la impresión que nadie le estaba pidiendo a Rosa Aguilar que se diera golpes en el pecho en las Tendillas, ahora que vuelven a montarse los palcos de Semana Santa. En esto tiene que ver esa imposibilidad material de los protagonistas del mundillo político por medir el alcance real de sus acciones tras ese halo de soberbia que, al parecer, va con el cargo. Alguien se equivocó, sí, pero a veces el error no consiste en la equivocación, sino en no reconocerlo de forma rápida y limpia.
En política, forma parte de la liturgia no darle la razón al contrario. Los partidos, los grupos que se organizan para controlar las instituciones democráticas, se han convertido en sociedades cerradas, donde el argumentario conlleva lo que nosotros opinamos acertadamente frente a lo que ellos sostienen, siempre equivocada y malévolamente. Hágase extensiva esta forma de funcionamiento al Partido Popular, tantas veces empeñado en captar independientes que opinen exactamente lo mismo que sus líderes.
En el extraño caso del convenio, la resolución es propia de comedieta surrealista. El Pleno -todo, ¿dónde queda la cordura?- ha decidido volver a tramitar el acuerdo, esta vez bien por favor, pero recurriendo la sentencia. Esto quiere decir que se va a litigar en los tribunales, gastando horas de funcionarios, abogados, procuradores y jueces, sobre un acuerdo municipal que no va a servir para nada. Pregunta al viento: ¿quién se hará responsable de otra futura condena en el caso de que el juzgado decida que el Ayuntamiento tenga que correr con el pago de las costas del proceso, incluida la defensa de Córdoba Saludable?
Post Data: Albert Einstein, uno de los hombres más brillantes de la historia, reconoció que la constante cosmológica de su teoría fue "su mayor error".
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