Los constructores del 'imperio'
40 aniversario del Reina Sofía
La historia del hospital no se entiende sin un grupo de médicos que inició la maquinaria de la excelencia
El prestigio del Hospital Reina Sofía no se puede entender sin el trabajo de un grupo de médicos que en sus primeros años pusieron en marcha una maquinaria que lo llevaría a la excelencia. Los llamaron los "coroneles" porque dirigían a un ejército que se entregó a ellos, seguían sus órdenes sin objeción, dispuestos a llevar a cabo una nueva forma de hacer y entender la cirugía y, en definitiva, la medicina.
La historia del Reina Sofía está ligada a nombres como el del intensivista Francisco Álvarez, el hematólogo Antonio Torres o el cirujano Carlos Pera, a los que hay que añadir una selecta lista en la que se encuentran Armando Romanos, Heliodoro Sancho, Manuel Concha, Gonzalo Miño, Ernesto Moreno o Pedro Aljama.
Sin duda alguna, uno de los pilares del hospital es el doctor Carlos Pera, exjefe de Cirugía del Reina Sofía y exdirector de la Unidad de Trasplantes, una persona insigne que ha dejado su impronta en varias generaciones. Entró en el Reina Sofía cuando el edificio aún no estaba abierto y "cada uno intentaba organizar sus departamentos", en su caso el de Cirugía General, que entonces implicaba desde cirugía cardíaca a la ortopedia, traumatología, urología, otorrinolaringología u oftalmología. Entonces tenía 41 años y ya contaba con experiencia al haber sido jefe del Servicio de Cirugía en Sevilla y "había corrido por el mundo entero", formándose en Francia, Inglaterra, Suiza y Escandinavia. Además, ya había puesto en marcha un hospital en Santa Cruz de Tenerife, es decir, "no era un pardillo", indica Pera, que dejó el hospital en 2005, con 70 años, por jubilación.
Pero antes de entrar en su plaza en el Reina Sofía, Pera se marchó seis meses a París a conocer cómo funcionaba "un servicio de cirugía moderna". Tras esto regresó a España y en octubre de 1976 "empezamos a trabajar" en el hospital cordobés. Al principio "yo tenía pocas cosas, algunos quirófanos en Urgencias nada más y unas 36 camas, y poco a poco fui creciendo, formando el equipo", explica. Parte de éste era "heredado" de la Residencia Teniente Coronel Noreña - "con otro estilo de cirugía"-, pero luego varias generaciones de médicos se formaron con él, primero "en la Facultad de Medicina y luego como residentes", es decir, "el servicio se coció en Córdoba y a fuego lento", asegura. Francisco Sánchez de Puerta, Alfonso del Castillo Maza, Evaristo Varo, Sebastián Rufián Peña, Pedro López Sillero o Javier Briceño son algunos de ellos.
Detrás de esta lista de nombres se puede apreciar que Pera ha formado a grandes médicos, aunque él prefiere explicar que fueron "los que decidieron unirse a mí; yo procuraba entusiasmarlos con ideas nuevas y una nueva concepción de la cirugía y la gente joven es fácil de entusiasmar, y si es trabajadora más todavía". Además empezó a "meterles en la cabeza que teníamos que hacer trasplantes, más adelante que había que hacer toda la cirugía laparoscópica y después les introduje en la nueva concepción de la cirugía oncológica", señala.
La norma instaurada por Pera en un principio fue "no ir apenas a congresos españoles, sino siempre a los del extranjero y publicar en el extranjero", recuerda. "Yo les decía siempre: 'hagamos todo en la clandestinidad, no levantemos envidia, cuando se den cuenta habremos construido un imperio que es muy difícil de desmontar, y así fue", puntualiza. Además, "teníamos más publicaciones que nadie en inglés y habíamos construido el prestigio del Reina Sofía", dice.
Tal es la importancia del doctor Pera para el hospital que el jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), Rafael Guerrero, dice de él cosas como que "la ciudad de Córdoba no sabe lo que le debe", que es "una persona insigne por la escuela que ha dejado" e, incluso, que la estatua del Gran Capitán debería llevar su cabeza y no la de Lagartijo.
Guerrero llegó al hospital con 23 años, el 16 de marzo de 1976, como médico interno, y descubrió que lo suyo era la Medicina Interna gracias al doctor Francisco Álvarez, entonces jefe del servicio. Entonces en la UCI sólo había 11 camas y los primeros doctores con los que se encontró fueron -además de Álvarez- Heliodoro Sancho, Guerrero e Izquierdo, a los que se añadieron otros adjuntos como Jiménez o su "amigo del alma" Natalio Martín, con el que pasó 35 años de guardias un día de cada cinco.
Entonces el Reina Sofía estaba "en los albores, de hecho todavía no había llegado mucha de esa gente que llamábamos los coroneles", anota. Era "un hospital provinciano y que empezaba con la carencia de estos individuos que llegaron después, que pusieron la locomotora en la puerta para ver quién se quería montar. Y se montó todo el hospital", apunta.
El intensivista señala que "en cinco años cambió todo de forma espectacular al llegar esta gente de culo inquieto que no dejaba de hacer cosas, de buscar, no tenían pereza para enterarse de las innovaciones que se hacían en Boston, en Cambridge o donde fuera; y sobre todo implicándonos al resto, sin alharacas". "A nosotros no nos ha parado nadie", apostilla.
Pero la cosa no quedó ahí, ya que, según indica, en la actualidad "hay un grupo de médicos seis o siete años más pequeños que yo que en su día llegaron con su titulillo debajo del brazo y ya nos han dado una pasada intelectual tremenda a los mayores". "Eso es de las buenas cosas que me voy a llevar de aquí cuando me jubile", confiesa.
Otro de los veteranos es el pediatra Joaquín Gómez, que comenzó en la Residencia Teniente Coronel Noreña y entró en el Reina Sofía un año y medio antes de que se inaugurase el hospital general ya que el materno-infantil comenzó a funcionar primero. Entonces el jefe de Pediatría era Domingo García Pérez y posteriormente se incorporó el profesor Armando Romanos.
Gómez llegó al Reina Sofía con 25 años y subraya que en aquella época "éramos una familia porque éramos muy pocos, había lógicamente menos enfermos, había mucha unión, compartíamos tertulias, salíamos juntos... Había mucha amistad y camaradería, no sólo entre nosotros sino también entre nuestras familias". Sin embargo, "la realidad era que éramos muy pocos médicos", destaca. A nivel técnico, la evolución "fue espectacular y con el devenir de los años cada vez hemos contado con más medios, mejor asistencia pediátrica, mejor sitio de hospitalización, mejores técnicas diagnósticas, investigación y, sobre todo, la aparición de las especialidades pediátricas", subraya. Por otra parte, Gómez, que compatibiliza su trabajo en el hospital con las clases en la Facultad de Medicina, destaca que los residentes que llegan hoy en día "vienen muy bien formados, con muchísimos conocimientos y son unos grandes profesionales".
Sobre los mejores momentos de estos 40 años de trayectoria, el pediatra expone que "ha sido un orgullo" que la Reina Sofía le entregara un diploma como reconocimiento a su carrera (el pasado 4 de abril) y, por otro lado, destaca su relación con sus antiguos compañeros, jubilados y en activo, que iniciaron la andadura en el hospital y con los que sigue reuniéndose los primeros jueves de mes. "Así mantenemos la unión porque cuando uno se jubila el cordón umbilical con la Ciudad Sanitaria se rompe y uno viene aquí como un extraño, por lo menos eso es lo que uno oye de estos compañeros", señala.
Tampoco se puede entender la historia del Reina Sofía sin Pedro Aljama, jefe del Servicio de Nefrología, que llegó en 1978, con 31 años, tras hacer la especialidad en Newcastle (Inglaterra). Aún se estaban configurando los diferentes servicios y protocolos e incorporando gente joven. Fue "una época apasionante porque estaba naciendo el hospital; entonces se puede decir que yo estuve en el parto del Reina Sofía, que duró cuatro o cinco años", asegura con orgullo.
El ambiente era "de ilusión", pero sobre todo destaca que la constitución del hospital fue "un proyecto vital para muchas personas". "Todo el mundo estaba entusiasmado con hacer nuevas cosas y de ahí que quisiéramos diferenciarnos de los demás, por eso empezamos con los trasplantes", indica. En febrero de 1979 se hizo el primero de ellos, fue de riñón y el paciente era Miguel Berni. "Fue muy ilusionante y consideramos que había que seguir con el programa", afirma.
Cuando Aljama llegó ya había ese interés por los trasplantes y como conocía el sistema al haber estado en Inglaterra en un centro con mucha actividad, contaron con él para ponerlo en marcha en el Reina Sofía. En ese sentido, destaca que José Anastasio Montero -del que dice que dejó "una huella imborrable" y que "imprimía entusiasmo al grupo"- junto a los doctores Concha y López Pardo iniciaron el trasplante renal en el aspecto quirúrgico, y en el médico el que entonces era responsable de la unidad, Ernesto Moreno Heredia, y él mismo.
Aljama ha participado en muchos tipos de trasplantes "porque la afectación renal es muy importante en todos ellos" y porque "los nefrólogos teníamos más experiencia que ninguno", afirma. Fue "una época apasionante y ahora que tengo una cierta edad, siento cierta emoción al recordar vivencias porque creo que he sido un hombre muy privilegiado", confiesa.
El nefrólogo añade que en estos años "hemos pasado altos y bajos que toda circunstancia vital tiene respecto a medios y apoyo administrativo", pero "lo que ha sido constante, no ha fallado nunca, son las ganas de trabajar, el entusiasmo y la determinación por ofrecer a los cordobeses y todos los andaluces los avances que la ciencia ha ido incorporando en cada especialidad". De hecho, manifiesta que su "gran reto es ofrecer a nuestros enfermos renales todo lo que la ciencia médica pone a su disposición y conseguir que no mueran de su enfermedad y que su calidad de vida sea lo más parecida a una persona sana".
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