El converso de la Cruz del Rastro y el Museo Arqueológico

Cordobeses en la historia

Juan Rodríguez de Santa Cruz nació en Córdoba, fue cristiano nuevo como Torquemada, leal a Enrique IV, Caballero Veinticuatro y el primer dueño, expoliado, de la plaza de los Páez.

Fachada del Museo Arqueológico.
Fachada del Museo Arqueológico.

ESPAÑA históricamente no lo era todavía, cuando en 1464 se fecha ya la primera guerra civil, incluso antes de la Carlista. Siglo decisivo el XV, por cuanto habrían de ventilarse los intereses de la Corona de Castilla. Muerto Juan II, de sus primeras nupcias con María de Aragón habían nacido entre otros el que sería Enrique IV de Castilla, El impotente, y de su enlace con Isabel de Portugal, Alfonso e Isabel; pero también en 1455 Enrique casó con Juana de Portugal y, dicen, que fruto de ese matrimonio, a pesar del alias, nació Juana la Beltraneja, a la que el pueblo consideró hija, no de Enrique IV, sino de su valido Beltrán de la Cueva, el primer Duque de Alburquerque.

En ese contexto la nobleza, que tanto debía a la herencia judía, se divide en un no saber qué hacer. Unos se declaran fervientemente partidarios de Enrique, otros de su hermanastro Alfonso, que pretendió reinar como Alfonso XII y murió en 1468; otros de la Beltraneja, y otros de la futura reina Isabel, aún adolescente y a la postre Princesa de Asturias en virtud del Tratado de los Toros de Guisando de 18 de septiembre de 1468: La Catolica pactó con Enrique dando término a esa primera guerra civil a cambio de un importante patrimonio y la anuencia de la nobleza; él puso como única condición que el matrimonio de la Princesa de Asturias fuese bajo su consentimiento. Pero su enlace con el infante de Aragón, Fernando, sin su aprobación, motivaría que Enrique reconociese nuevamente, en 1470, los derechos sucesorios de la Beltraneja, la excelente señora para los portugueses.

Córdoba, antigua capital del Califato y de las Tres Culturas, no podía ser extraña a estos acontecimientos. De manera decisiva juegan un papel importantísimo los judíos conversos cordobeses, a los que tuvo en su punto de mira el primer inquisidor de España, Tomás de Torquemada, curiosamente también converso, autor intelectual del exilio sefardí, y que puso a la firma el primer decreto de expulsión en 1492 a los Reyes Católicos. Uno de estos cristianos nuevos fue el Caballero Veinticuatro cordobés y alcalde de físicos y cirujanos, Juan Rodríguez de Santa Cruz, al que rescatan del olvido Pilar Vilela Gallego y Antonio José García Sánchez en el número 33 de Ah (Andalucía en la Historia).

Juan era muy estimado por el rey Enrique, de tal suerte que siendo jurado de la collación de Santo Domingo, percibía anualmente ingresos de unos 500 maravedíes. El puesto le declaraba exento "del pago de impuestos y de ser preso por delito que cometiese", aunque de nada le serviría; si bien, a cambio, debía alertar al Rey de los posibles atropellos que los vecinos sufriesen, sin distingos de rango. Este trabajo le supuso a Juan Rodríguez un holgado patrimonio y la consideración de muchos cordobeses, entre ellos Alfonso Fernández de Córdoba, Alonso de Aguilar, hermano mayor del Gran Capitán y héroe en los sucesos de la Cruz del Rastro. Estos tuvieron lugar en el Jueves Santo del 17 de marzo de 1473, cuando alguien arrojó a la Virgen que procesionaba una bacinilla con agua sucia. Un herrero de San Lorenzo, Alonso Rodríguez, acusó a los judíos -transmite Teodomiro Ramírez de Arellano-, excitó a las masas e invadieron "las casas de los culpados, matándolos, robándolos e incendiando si caridad alguna". Curiosamente, era la imagen de la Caridad, la que paseaban.

Pero esta versión transmitida en los Paseos por Córdoba y sus protagonistas, no coincide con lo que desvelan hechos históricos contrastados por estos dos autores, de los que se desprende que no debía tratarse de un acto tan espontáneo y popular como pretenden hacer creer, ya que a la sombra del saqueo en la Cruz del Rastro actuaba Diego de Aguayo, cuyo nombre no aparece en la versión oficial que hasta ahora se conoce. Feroz anti judío, también Caballero Veinticuatro, Diego de Aguayo sería el que, en ese mismo año de 1473, y dada su estrecha vinculación a los Reyes Católicos, se apropió, "sin más juicio ni prueba", de todo el riquísimo patrimonio que Juan Rodríguez de Santa Cruz poseía. En ese acervo iban incluidas sus "dos casas-tienda en la calle Feria, en San Nicolás de la Ajerquía", además de "las casas confiscadas en la collación de Santa María, en la plazuela de Los Paraísos", la actual de Jerónimo Páez.

No se sabe si Juan se sumó a la diáspora de sefardíes, sin más equipaje que la ropa, o se quedó para ver cumplido el dicho árabe "siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar". Sí se sabe que Isabel y Fernando acabaron traspasando la titularidad de lo robado a Juan, y ya en propiedad de Diego de Aguayo, a un vasallo de Los Católicos, Andrés Calderón, corregidor de Granada y alcalde de Casa y Corte; éste lo vendió en 1487 a Hernán Páez de Castillejo, un gallego que acompañó a Fernando III en su conquista de la ciudad. Las antiguas casas-tienda de estilo mudéjar extendidas sobre más de 2.000 metros cuadrados, son el palacio renacentista que atesora los tesoros de Córdoba, por obra de los Hernán Ruiz. Así fue como las propiedades de Juan Rodríguez de Santa Cruz pasaron a los Páez que dan nombre a la plaza. No constando descendientes de los Páez, pasan a la Casa de Alba, y en el XIX mediante compra, al conde de Montegil, Juan Manuel Trevilla. En 1942 es adquirida por el Estado, y es sede del actual Museo Arqueológico desde 1960.

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