La Córdoba afrancesada: el origen del primer plano conocido de la ciudad
Urbanismo
El Ayuntamiento, en manos galas, encargó en 1811 el planeamiento con el objetivo de tener una base para la gestión de la urbe, documento que revela cómo era urbanísticamente
Así era la Córdoba del siglo XIX: el prólogo de la ciudad moderna
Cuenta la Historia que el primer plano conocido de Córdoba -el denominado Plano de los Franceses- fue diseñado, según figura en su leyenda, por el ingeniero de minas francés Barón de Karwinsky y el ingeniero de puentes y calzadas Joaquín Rillo, por encargo del Ayuntamiento de la ciudad, en 1811. Gracias a este plano se ha podido conocer bastante del urbanismo de la Córdoba anterior al siglo XIX, ya que es un documento imprescindible, según los expertos, para analizar el pasado y el presente urbano de la ciudad. ¿Pero en qué contexto se elaboró y cómo era urbanísticamente hablando la Córdoba más afrancesada que en él se reflejó?
Una ciudad exhausta, abatida y desolada. Éste fue el panorama que se encontró el 23 de junio de 1808 el general Castaños cuando entró en Córdoba para convertirla en sede del cuartel general del ejército español en Andalucía en plena Guerra de la Independencia. Una semana antes, la ciudad había sido abandonada por las tropas francesas del general Dupont y poco a poco se intentaba recuperar de los horrores a los que fue sometida y de los que "difícilmente se encontraría un ejemplo igual en la historia" durante el terrible saqueo del ejército napoleónico, según relata un correo enviado a Sevilla por la Junta de Córdoba.
El general francés Dupont no se molestó en llamar a las puertas de las murallas de Córdoba. Prefirió abrirlas a cañonazos. Asesinatos, robos y violaciones por parte de las tropas francesas durante tres días habían sembrado el terror entre la población. El 23 de enero de 1810, el general francés Víctor ocupó de nuevo la ciudad, permaneciendo en poder galo hasta el 4 de septiembre de 1812.
Bajo el dominio napoleónico se realizó el que sería el primer plano de la ciudad. Hasta 1851 no se diseñó un nuevo plano, tomando como base el anterior, llevado a cabo por José María Montis y Pedro Nolasco Meléndez. En este se distinguen las reformas realizadas desde 1811, como el Paseo de San Martín (Gran Capitán) y la urbanización del campo de la Merced (Jardines de Colón). Se observa la tímida aparición de barrios extramuros, Tejares, San Antón, Matadero, etcétera. También fue la semilla del magnífico plano elaborado Dionisio Casañal y Zapatero en 1884.
Martín Torres y José Naranjo, del Departamento de Geografía y Ciencias del Territorio de la Universidad de Córdoba, elaboraron hace unos años un documento que describe cómo era Córdoba en aquellos tiempos, sus tiempos afrancesados. Con su elaboración, el Ayuntamiento tenía como objetivo, entre otras cosas, "recopilar y ordenar la información requerida para la gestión administrativa y militar de la ciudad, convirtiéndose en un diagnóstico de recursos urbanos, así como en su inventario", según relatan los autores. Además de "conocer las singularidades humanas y naturales de la ciudad con fines fiscales y militares, lo que convierte al plano en un instrumento de poder sobre el territorio y sobre quienes lo habitaban".
En dicho plano se dibuja una ciudad que aparece aún prácticamente encerrada en sus murallas, en las que 13 puertas daban acceso a las principales vías de salida y entrada. La dimensión del área intramuros era de unas 205 hectáreas y quedaba dividida en dos grandes unidades, separadas entre sí por una muralla interior: a poniente se situaba la Villa, que representaba a grandes rasgos la herencia urbana de la antigua Corduba Colonia Patricia o de la antigua medina islámica; a levante se levantaba la denominada Ajarquía, evidencia del antiguo arrabal islámico amurallado entre los siglos XI y XII; y a extramuros quedaban cinco arrabales y el ruedo hortofrutícola que abastecía y adornaba a la ciudad.
Los autores detallan que de modo casi telegráfico éste era el detalle: "al sur encontramos el arrabal del Campo de la Verdad o barrio del Espíritu Santo, configurado en el meandro de Miraflores, donde estuviera el antiguo arrabal islámico de Saqunda; al norte, los arrabales de Tejares, Ollerías y del Matadero, relacionados con puertas de la muralla como Osario, el Rincón o del Colodro, y al este, asociado al Camino Real, se situaba el arrabal de San Antón, también vinculado a ciertas manufacturas y a complejos religiosos extramuros (San Sebastián, Nuestra Señora de la Fuensanta, conventos de San Juan de Dios, el Carmen o de Madre de Dios)".
"En el resto de la periferia, además de huertas, campos y algún tejar disperso, destacaban recintos religiosos como la ermita de la Salud y el convento franciscano de la Victoria, emplazados en el ruedo occidental", continúan. Asimismo, ejemplos del ordenamiento urbano cordobés del siglo XVIII, en esta periferia extramuros también aparecen los paseos del Campo de la Victoria y los Tejares, área ajardinada que en 1811 se completaría con los Jardines de la Agricultura.
Además, los autores destacan que el entramado de calles, rincones, plazas y plazoletas sigue mostrando una herencia de claras raíces medievales y modernas. Calles angostas, quebradas y zigzagueantes que componen un plano urbano laberíntico a resultas de un desarrollo carente de planificación global y, consiguientemente, consecuencia de una evolución urbana definida por un marcado desequilibrio entre el espacio construido y el espacio abierto; ello se traduce en grandes manzanas de forma y tamaño irregulares, así como en la subsistencia de calles sin salida. "Es un modelo de ciudad orgánica no planificada y con pervivencia de las raíces bajomedievales islámica y cristiana", relatan. "Llamativa es la escasez de plazas públicas, con la excepción de la Corredera, concluida a finales del siglo XVIII", añaden.
Ello da lugar a un paisaje salpicado de numerosas plazuelas. Unas se configuran en la intersección de varias calles, facilitando el trasiego de personas y mercancías. Otras se sitúan en las inmediaciones de las parroquias y edificios religiosos singulares, albergando generalmente sus viejos cementerios o el compás de antiguos cenobios. Y no faltan aquellas que ocupan el antiguo pomerium tras las puertas de la ciudad, que facilitaban el acceso a la urbe, el control fiscal o el emplazamiento de mercados junto a las murallas. Por último, señalamos la presencia de pequeñas plazuelas de fondo de calleja o de adarve, sostienen los autores.
Martín Torres y José Naranjo ponen de manifiesto que en el plano de los franceses se destaca que el modelo o tipo de vivienda tradicional cordobesa está definido por la denominada "casa con patio". "Además de las viviendas de tradición vernácula (en su mayoría habitadas en régimen de alquiler), un área muy significativa del casco urbano estaba dominada por conventos o iglesias, hospitales y colegios religiosos", sentencian. "Parroquias y monasterios, que fueron desde el siglo XIII las células articuladoras de las antiguas barriadas, se perpetúan en el tiempo como símbolos de la arquitectura representativa y estética de la ciudad, a la par que suministran al paisaje urbano una verticalidad que contrasta con el predominio horizontal de las viviendas comunes", apuntan.
Dado el exiguo desarrollo industrial y la debilidad del sector servicios, el de Córdoba resulta un paisaje urbano económicamente monótono y especialmente apegado a las actividades primarias en sus huertas interiores, ruedos, trasruedos y el extrarradio de su municipio, insisten. "A este monocultivo económico debe añadirse la ya citada relevancia religiosa de la urbe cordobesa, toda sembrada de fundaciones, parroquias y otros establecimientos de titularidad eclesiástica. El centro neurálgico se situaba en el conjunto formado por la catedral, el palacio episcopal y el Alcázar, por entonces sede de la Inquisición, si bien no quedaba rincón o calle principal de la ciudad que no contase con ermita, iglesia, colegiata, altar callejero o monasterio", relatan.
La escasa industria aparece localizada en la periferia oriental extramuros, junto al Campo de San Antón y el Camino Real a Madrid; en el curso del Guadalquivir (molinos) o en la periferia septentrional, con tejares y alfarerías. "Nada nos dice el plano de industrias o artesanías intramuros, aunque es grande el valor cartográfico que se le proporciona a la Fábrica de Cordelería, en el Campo de San Antón", destacan.
Las actividades comerciales se concentraban en las inmediaciones de las puertas de la muralla y en las plazoletas que salpicaban el casco urbano, si bien el área comercial por antonomasia estaba en la plaza de la Corredera y la calle de la Feria, a las que se sumarían otras plazas menores como San Agustín, La Compañía o El Potro. Asimismo, pervive una toponimia gremial y comercial, casi toda ella situada en el área comprendida entre la Villa y la Ajarquía. Calles como Pescaderías, Carnicerías, Zapaterías, Librerías; incluso la ya conocida como plaza de las Tendillas, destinada a convertirse en nuevo centro de Córdoba.
Acerca de las actividades culturales y educativas, sólo cabría mencionar la identificación del Colegio de Santa Victoria, en la calle de los Estudios; y la también institución religiosa del Colegio de San Pelagio, aunque sin referencia a otros centros que ya existían en la ciudad, como es el Colegio de la Asunción.
En cuanto a servicios sanitarios sólo se identifican los hospitales del Cardenal (ocupado por la soldadesca bonapartista) y de la Misericordia, en el ángulo nororiental de la muralla de la Ajarquía. Imprecisa es también la información de los cementerios, de los que el gobierno francés fundaría (1811) el primero estable, junto a la ermita de Nuestra Señora de la Salud. "Otra referencia a antiguos cementerios parroquiales aparece en San Lorenzo, práctica que desde el reinado de Carlos III pretendía erradicarse por razones de seguridad higiénica", anotan Martín Torres y José Naranjo.
Los servicios político-administrativos se concentraban en la calle de las Casas Capitulares, en un espacio céntrico entre Villa y Ajarquía. Allí, inmediata a la plaza de San Salvador, se situaba la casa municipal, que, a mediados del siglo XX, sería sustituida por el actual edificio del Ayuntamiento.
Las áreas de esparcimiento urbanas, sin reflejo como tales en el plano, se situaban en La Corredera (lugar de festejos y corridas taurinas), la calle de la Feria, las inmediaciones de la Catedral (sobre todo con motivo de actos litúrgicos), los ejes viarios principales y ciertas plazoletas. Extramuros, en la periferia próxima, servían de lugar de esparcimiento el curso del Guadalquivir, los paseos de la Victoria, de Tejares y San Antón, así como las huertas y proximidades de enclaves como las ermitas y monasterios cercanos.
En el otro extremo de tales espacios lúdicos se encontraba la identificación de indudables espacios insalubres, degradados y alterados, como es el caso del amplio muladar de la Trinidad, que ocuparía parte de la actual calle López de Hoces, junto a la antigua muralla occidental.
La presencia de un importante número de huertas se hacía indispensable en una economía autárquica, si bien, además en el plano se detecta la inicial aparición del concepto urbanístico de jardín o zona verde pública, concebida como una reconstrucción estética y funcional de la naturaleza al servicio de la comunidad ciudadana. Algunos ejemplos perfectamente identificados en el plano son la huerta del Alcázar o la conocida como huerta del Rey, entre las puertas de Sevilla y Almodóvar. Pero prácticamente toda la periferia amurallada exhibía esas huertas de hortalizas y arbolado diverso, salpicadas también por predios de secano, baldíos, ermitas, caminos, arrabales, tejares y alguna que otra vivienda huertana escoltada por el pozo, o, noria, alberca, gallinero, conejera y cochiquera.
Pero huertos también existían en el interior del espacio edificado. El plano no nos proporciona el detalle de la totalidad de los huertos urbanos, aunque sí que identifica los grandes huertos de los monasterios de San Pablo, Padres de Gracia y San Agustín de la Ajarquía. Lo mismo cabe decir del huerto de San Basilio, asociado al antiguo convento del barrio homónimo; del huerto del Campo Santo, o de las extensas huertas intramuros del Alcázar.
En lo relativo a jardines y nuevas zonas verdes, el plano de 1811 ya señala la existencia de las que habrán de convertirse en las primeras muestras del ornato público, patrimonial y natural de la urbe, especialmente en las rondas que se situaban junto a sus antiguas murallas. En el plano están especialmente definidos los paseos de la Victoria y Tejares, a poniente y norte de la muralla, articulados por una glorieta ajardinada, de claras raíces galas, que habrá de culminar con los Jardines de la Agricultura (popularmente conocidos como los Patos), que se inaugurarían el 1 de marzo de 1811, bajo el gobierno local de Domingo Badía Leblich.
Elemento destacado y emblema de la ciudad preindustrial es la muralla. Con planta que a algunos recuerda al perfil de un león, definía los límites legales y urbanísticos de Córdoba. Era el símbolo de la fundación clásica, representación tangible del esplendor islámico, escenario de los heroicos episodios militares de la Reconquista y de las numerosas contiendas bajomedievales, modernas e incluso contemporáneas, sin que hubiese perdido en el siglo XIX sus funciones militares, paisajísticas, sanitarias, sociales, políticas o fiscales.
Las murallas eran, además, una insignia del abolengo de la ciudad, que, sin embargo, llegarían a considerarse una de las principales causas del subdesarrollo de la misma, conduciendo en no pocos casos a la destrucción de puertas y murallas. Un caso claro de que la ciudad ha sido testigo de la desgracia del patrimonio en aras del progreso.
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