El creador de ángeles que habitó el infierno
Cordobeses en la historia
Alfonso del Rosal Campos sembró plazas, fachadas y jardines de Córdoba de delicadas fuentes y figuras; sus manos inmortalizaron las de Julio Romero, antes de herirse de muerte en el Alcázar
EL siglo XX arrancaba en Córdoba con el derribo de puertas y murallas, trayendo consigo las múltiples construcciones del periodo de expansión, en alza hasta bien entrado el segundo tercio de mil novecientos. Corrían buenos tiempos para los maestros de obra, el gremio al que pertenecía Pedro del Rosal Luna. Con Marina Campos Vázquez, llegó desde Fernán Núñez donde en 1888 había nacido Alfonso, junto a sus dos hermanos y la pequeña Pilar. Se instalaron en la Judería y junto a la Cruz del Rastro luego, lugar del primer taller del muchacho. Desde allí acudía a la Escuela de Bellas Artes, en donde acabaría dando clases de vaciado, mientras dibujaba, pintaba y destacaba como escultor. Pronto las páginas de la prensa y de las revistas culturales se hicieron eco de su obra: delicadas fuentes, con cuerpos desnudos, entrelazados como pedestal; angelotes y niños rollizos, atrapando o divirtiéndose con peces grandes.
Sus figuras prevalecen en algunos templetes de Las Tendillas, sobre la fachada de la antigua Perla, donde compartía tertulia con Rogelio Luque, Enrique Moreno y Alvariño o en la antigua tienda de Dolores Muñoz que la encaraba. Estuvieron en numerosas fachadas, en la extinta fuente de la Puerta del Triunfo y en algunos jardines de Córdoba, hasta hace unas décadas. Quizá el último sea el que dejó un arco vacío frente a la gasolinera de República Argentina.
En 1929, para la inauguración del monumento al Duque de Rivas, Mariano Benlliure pidió un edificio que le sirviese de fondo y tapara los pabellones militares, que le horrorizaban estéticamente. Carlos Sáenz de Santamaría se encargó de construir la pérgola, como telón de fondo y Alfonso del Rosal de las dos fuentes y las figurillas que lució hasta hace una década.
El 10 de mayo de 1930, en la capilla ardiente del Museo de Bellas Artes, tomó el molde del rostro y las manos muertas de Julio Romero de Torres. En la tarde del 25 de diciembre de 1932, la plaza madrileña de los Carros -entonces de la Paja- cambió su nombre por el de Julio Romero. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, descubrió una placa de Del Rosal que quizá continúe en el Retiro, donde la trasladaron luego. Los gastos habían sido sufragados por el Ayuntamiento de Córdoba y este gobernador civil animaba a hacer lo propio aquí, colaborando en la suscripción popular pro monumento que sumaba 43.000 pesetas.
En la década de los treinta, comenzó a dedicarse a la decoración, sin abandonar las demás disciplinas. En el verano de 1936 estaba casado con Concepción Vega y tenía dos hijos: Antonio, de cuatro años, y Marina, con apenas unos meses. La familia compartía uno de aquellos pabellones enormes, cuya estética disgustaba tanto a Benlliure, adjudicado a Sebastián Benítez, militar de graduación y marido de Pilar del Rosal. Un día de aquel verano llamaron a la puerta; Rafael Benítez del Rosal, el niño de siete años que abrió lo recuerda así: "Aparecieron varios militares. Yo no tenía consciencia de aquello y llamé a mi madre, tan tranquilo. Se llevaron a mis dos tíos, a Alfonso y a Rafael; allí coincidieron con Luque, con Moreno, Alvariño y todo el grupo de intelectuales y artistas que cayeron. Era de Izquierda Republicana, como Ruiz-Maya. Sólo una vez me llevaron a la cárcel, a llevarle la fiambrera, pero vi tanto dolor que, aunque pequeño, no quise volver". Las gestiones de la familia, frente a Cascajo, fueron largas, porque este no garantizaba nada fuera del control del presidio. "Mi madre nunca me dijo quién lo denunció, sólo que alguien no aprobó para la plaza en la Escuela y no le perdonó que el hijo de un maestro de obras la sacara. Pasó mucho tiempo en la cárcel; al salir, le habían quitado la cátedra. Venía envejecido y encorvado, seguramente por la dolencia de colon que acabó con él al poco tiempo". Y de aquello murió, a los 49 años, en la clínica de La Purísima, entre la Avenida de América y Gran Capitán. Era un 13 de junio de 1937. El funeral fue multitudinario, según reseñaba el diario Azul en una discreta nota. Hasta la parroquia de San Nicolás de la Villa, acudió la familia a las seis y media de la tarde, donde "una nutrida capilla interpretó al melodium el Oficio de Difuntos". Los asistentes, incluido Rafael de La-Hoz, lo acompañaron hasta el cementerio de la Salud. Allí comparte una sencilla lápida con sus hermanos y su cuñado, bajo el epitafio que eligió Rafael Benítez: Descansan.
Entre los restos del taller familiar, apareció una magnífica cabeza de Julio Romero, un pequeño relieve de Pablo Iglesias, los desgarradores apuntes de los presos del Alcázar y la foto del cuadro a la II República del Ayuntamiento de Posadas, destruido. El mismo niño que abrió la puerta del pabellón el verano del 36, aparece en un ángulo; sesenta años después continúa preguntando dónde han ido a parar los múltiples angelitos, fuentes y desnudos de Del Rosal, desaparecidos de los monumentos y plazas de esta ciudad que fue la suya.
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