Culto a la ignorancia

Humanidades en la Medicina

Como explica Isaac Asimov en su ensayo, la presión del anti-intelectualismo ha llevado a la falsa premisa de que democracia quiere decir que “mi ignorancia vale tanto como tu saber”

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Isaac Asimov
Isaac Asimov / E. D. C.

La ignorancia podemos definirla como la falta de conocimiento, pero… ¿podemos producirla o, más bien, producir duda o confusión culturalmente inducida?

El ensayo El culto a la ignorancia, de Isaac Asimov, advierte que la presión del anti-intelectualismo ha llevado a la falsa premisa de que democracia quiere decir que “mi ignorancia vale tanto como tu saber”, lo que ha sido una constante errónea a través de nuestra vida política y cultural. Pero hemos de admitir que, así como todas las personas queremos saber, hay quienes no quieren saber, posiblemente por el esfuerzo que requiere el razonamiento, que se ha visto solapado por creencias involutivas. Para estos, la ignorancia es felicidad, para no enfrentarse a la realidad de sus propias miserias.

El que desarrollemos una tendencia a saber o a no saber podemos considerarlo como una experiencia emocional, con el trabajo de tener que replantearnos preguntas desde la perspectiva teórica de la agnotología, que trata del estudio de la ignorancia: “Lo que sabemos que sabemos”, o “lo que sabemos que no sabemos”, o “lo que no sabemos que sabemos” o “lo que no sabemos que no sabemos”.

Cuando la revista científica más antigua del mundo (1665), la Philosophical Transactions of the Royal Society, recibía un artículo, se preguntaban los editores: "¿Qué pruebas aportan de que esto sea cierto?".

Hoy en día, y marcando distancias de conveniencia, se acude al bulo o desinformación en la que la ignorancia actúa como terreno fértil para su objetivo; además, negando un bulo podemos producir un bulo mayor. Puede darse el caso de negar una realidad ante la sociedad para aparentar normalidad, como por ejemplo, en 1933, Stalin negó la hambruna impuesta por él en la URSS. Incluso con ignorancia dirigida, como ocurrió con la falsa teoría del lysenkoísmo que negaba la herencia biológica, que causó un desastre en el panorama agrícola ruso. Esta ignorancia inducida y la negación de los modelos darwinistas ocasionaron un daño incalculable en la investigación genética soviética. Otro ejemplo sería Goebbels, el ministro de la propaganda y el mayor inventor de bulos nazis de la historia. A veces, esta ignorancia inducida se vale de la muletilla-trampa de “lo que dicen los expertos”, como si fuese un acto de fe.

Sea por un motivo o por otro, es evidente que estamos desechando el esfuerzo de la investigación y comprobación de los datos cuando hablamos de algún tema que requiere un nivel de conocimiento mínimo para debatirlo. En este contexto, los anti-intelectualistas, con el desprecio de la educación, elaboran disquisiciones para aferrarse al poder, que es de lo que se trata: a más ignorancia del pueblo, más poder para un gobierno antidemocrático.

Ante los resultados de los últimos informes PISA y su pésima evolución, hemos de plantearnos si los sistemas de educación cambiantes han mejorado o empeorado el conocimiento, con el agravante de saber que las circunstancias que ensombrecen los buenos resultados están condicionadas por la situación socioeconómica y la imposición del modelo lingüístico, visto como una traba, como está ocurriendo en Cataluña y en el País Vasco. Este deterioro sistemático y progresivo de nuestro sistema educativo afecta igualmente a los adultos españoles, a la cola de la OCDE en comprensión lectora y matemáticas, lo que disminuye la capacidad para un “pensamiento crítico”, por falta de conocimientos. ¿Este populismo es la base del poder de los políticos actuales? Para llegar a tener un pensamiento crítico, es fundamental reflexionar en la enseñanza universal, como expuso a finales del siglo XVIII Condorcet, intelectual de la Ilustración, con la afirmación de que “la educación es la emancipación del individuo y, por lo tanto, debía ser secularizada y estar al alcance de todos”.

Durante siglos, ha habido un conflicto de clases, en el sentido de que las clases altas se oponían a que la clase trabajadora adquiriera conocimientos, y que estos los condujeran al descontento social y los transformaran en críticos hacia el gobierno. En la actualidad y según Peter Burke, existe lo que los sociólogos denominan “ignorancia organizacional”, donde los directores generales saben cosas que los trabajadores desconocen y viceversa, sabiendo que la jerarquía anula la comunicación ascendente.

La falta de conocimiento puede llevar al individuo, en la esfera cognitiva, a sobrestimar sus competencias en una exhibición de vanidad, no reconociendo su propia ignorancia y rechazando el conocimiento especializado. Este fenómeno fue estudiado por Justin Krugger y David Dunning, psicólogos de la Universidad de Cornell en Nueva York, y publicado en 1999 en The Journal of Personality and Social Psychology. Recibe el nombre de los investigadores, el efecto Dunning-Kruger.

Lo peor es que no son conscientes, sino que su incompetencia les impide darse cuenta de ello, tomando decisiones erróneas. Para Charles Darwin, “la ignorancia engendra más confianza que el conocimiento”, y he ahí donde está la gravedad del asunto. Según estas afirmaciones, los humanos nos convertiríamos en opinadores de todo, o sea, tertulianos, sin saber apenas de nada (falsos polímatas). Todo esto nos lleva al principio de Peter o a su nivel de incompetencia. Este principio dice: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”. La explicación la encontramos en el efecto Dunning-Kruger, en el que las personas aceptan roles para los que no están preparadas, obteniendo el ascenso por el enchufe y no por el esfuerzo como debería ser. En las mujeres, por el contrario, Tom Schuller había observado que, a pesar de ser más aplicadas y perseverantes en el estudio, a menudo ocupaban posiciones inferiores a su nivel de competencia.

Estos conceptos no son tan innovadores como pudieran aparentar, ya que el filósofo José Ortega y Gasset ya dijo en la década de 1910: “Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”. Sin proponérselo, definió así el principio de Peter.

Una sociedad educada en el conocimiento y dispuesta a admitir la ignorancia, puede plantear preguntas y cuestionar respuestas, que ayuden a cambiar el rumbo de un país e impulsar el crecimiento económico y el bienestar de sus ciudadanos.

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