La desafección cordobesa
El Campo de la Verdad
Existe una frustración popular en la ciudad por la imposibilidad de conseguir financiación de Madrid y de Sevilla para las causas justas · El acuerdo financiero del Palacio del Sur es injusto, pero no será un asunto político hasta que el gobierno municipal no lo diga · Le toca al alcalde, que sabe sumar dos y dos
UN sudor frío recorre la espalda de cualquier persona decente cada vez que el molt honorable José Montilla habla de la "desafección catalana". Se trata de esa sensación de estar ajeno a España, de cabreo ("emprenyat", que se traduce por mala leche) que tienen muchos ciudadanos de Cataluña cada vez que el Estado -según los próceres locales- les regatea recursos. Y es un sudor frío legítimo porque, precisamente si a alguien no se le está hurtando recursos, es a determinadas ciudades, entre las que se encuentra Barcelona y todo su cinturón metropolitano, donde las dotaciones públicas se encuentran a años luz, literalmente, de las que se disfrutan en otros muchos puntos del país, como en esta Córdoba nuestra.
Si el Estado ha estado sobrefinanciando a determinados puntos por razones de centralidad o de acallar al nacionalismo, es porque otros, en su defecto, han salido perdiendo. En Andalucía, incluso, son demasiado evidentes las facilidades de unos y los desiertos por los que otros atraviesan para hacer algo que, reconociéndose necesario -incluso por una amplia mayoría-, se salga de lo común. Córdoba, la tercera ciudad andaluza en número de habitantes y la undécima ciudad de España, tiene la eterna piedra en el zapato de la razonable financiación de sus oportunidades de futuro.
Sí, amigos, hablamos del Palacio del Sur. Pero no sólo del Palacio del Sur. Se trata de cuál es la actitud que tienen en Sevilla y en Madrid hacia las propuestas que les llegan desde una ciudad que, en cierto modo, se acostumbró a pagarse las pocas habas contadas de las que disfruta. Pongamos por caso el Plan Renfe. Hubo dinero de fuera y mucho, pero el Ayuntamiento tuvo que poner encima los miles de millones que no tenía para controlar medianamente el proceso.
Por ejemplo, todos los teatros de la ciudad, todos, son de propiedad municipal e incluso se ha tenido que acudir a la financiación privada para poder remodelar el Góngora. El principal teatro de Sevilla, el Maestranza (pongamos por caso), fue abonado solidariamente por todas las instituciones (el dinero municipal fue minoría), y es la consejera Torres quien preside su junta de dirección. El auditorio que prepara Málaga cuenta con una generosa financiación gubernamental y estatal de un edificio que se licitó por 50 millones y, tras los últimos cambios, ya va por 100. El Consistorio malagueño, por cierto, tampoco será el primer financiador del proyecto, como no lo fue del magnífico centro de congresos.
Repasen el listado de obras de palacios de congresos, recintos feriales o dotaciones de interés general -desde la cultura hasta el deporte o el transporte- construidas en Andalucía en los últimos años y lloren. El estrambote del caso se produce cuando se firma el convenio para ampliar el aeropuerto, que obliga al Ayuntamiento a poner un dinero que no tiene en una cuestión que no forma parte, ni de lejos, de sus competencias. ¿Por qué no pagar la ampliación del puerto de Algeciras ya puestos?
Existe la desafección cordobesa. Tiene que ver con la frustración popular por la incapacidad de recibir financiación en su justa medida para aspiraciones legítimas. Hay quien la refuta con obras como el C4 y el centro de visitantes de Medina Azahara, que son el típico caso del paciente al que le duele la espalda mientras el médico le frota con fruición la rodilla.
Dígase claro. El acuerdo de financiación del Palacio del Sur es injusto. In-jus-to. Y el Ministerio de Industria lo sabe, la Junta lo sabe y el Ayuntamiento lo sabe. Obliga a la ciudad a disponer sus limitados recursos en una sola cesta abonando la mayoría del capital de una obra que, lo lógico, es que acabe costando más de lo que se presupone. El problema es que se diga. Este gobierno municipal, por lo que se ve, ha optado por callar -a juicio del que esto firma- en contra de su propio beneficio y de la ciudad.
Rosa Aguilar empezó a irse de la Alcaldía el día que decidió no discutir de estas cosas con Manuel Chaves. Andrés Ocaña, que sabe perfectamente sumar dos y dos, lleva camino de tomar esa vía de aguantarse sin tener los motivos de Aguilar. Y no se entiende. Allá él si pretende cederle a José Antonio Nieto el rol de reivindicador, de denunciante de injusticias, con su miaja de carga demagógica. Porque la única posibilidad que tiene de ser alcalde de Córdoba -ahora mismo está de alcalde- es empezar a comportarse como tal.
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