Desinformación y salud

Humanidades en la Medicina

Analizando las 'fake news' a través de la historia vemos que la desinformación y la mentira han formado parte de la sociedad en todas las épocas

Plástico y Salud

'El propietario del periódico de fin de siglo'. / Frederick Opper

01 de diciembre 2024 - 06:59

Córdoba/En 2019 se registraron varias epidemias de enfermedades, unas nuevas y otras no tan nuevas, en todo el mundo, que de no haber habido globalización solo se conocerían por los medios escritos de revistas y libros. Enfermedades como el ébola, el sarampión, el dengue, la poliomielitis y, más actual, el Covid-19, surgieron y resurgieron con la máxima fuerza, debido unas veces a guerras, otras a la pobreza y otras a los movimientos conspirativos y antivacunas que han originado grietas importantes sobre la salud pública, la seguridad y la prevención. Debido a la cada vez mayor importancia de la salubridad, tenemos una gran necesidad de datos de calidad para combatir la desinformación, los bulos y las mentiras. El problema está en saber si la información elaborada es consecuente y comprensible para personas sin formación médica, que podamos trasmitir lo que deben entender. Eso precisa de un lenguaje asequible teniendo en cuenta lo más importante, la humanización de la medicina moderna, fundamental para la recuperación de la confianza que no debió perderse.

A través de la historia se ha afirmado que la información es poder, una afirmación que es totalmente cierta. En ocasiones, la difusión de una información falsa u ocultar la verdad han dado lugar a cambios decisivos en el rumbo de los acontecimientos históricos.

Analizando las fake news (noticias falsas) a través de la historia vemos que no hay nada nuevo y que la desinformación y la mentira han formado parte de la sociedad en todas las épocas, bien sea como contenido erróneo o impostor, engañoso y manipulado, para servir al provecho de unos y otros. Como ejemplo, en 1835, el New York Sun dio la “noticia del siglo” inventándose que un astrónomo inglés había descubierto vida en la Luna, información falsa. En el capítulo del error está el cometido en 2013 por El País, que publicó en portada una imagen con el titular La agonía de Hugo Chávez que hubo que retirar horas después.

Encontramos pues, cantidad importante de fake news a través de la historia, pero en la Era del Silicio la información discurre por todo el mundo a una velocidad insuperable. Para tener una apreciación, cada segundo se comparten en el mundo 740.000 mensajes de WhatsApp.

El debate sobre la libertad de expresión y el derecho a la información han puesto de manifiesto los daños potenciales de la desinformación en el ámbito médico, que según los expertos se ha vuelto cada vez más compleja y difícil de identificar. El rápido desarrollo de la inteligencia artificial y de las tecnologías ha hecho que sea aún más difícil para las personas distinguir qué es verdadero y qué es falso. La desinformación se nutre de los "falsos expertos", según Sander van der Linden, profesor de Psicología Social de la Universidad de Cambridge que investiga cómo las personas interactúan con información engañosa o falsa en las redes sociales, y por qué algunos terminan creyendo cosas que son verdad a medias o completamente falsas.

Según el estudio Media & News Survey de la Unión Europea en 2022, solo el 14% de los españoles es capaz de identificar la desinformación cuando se la encuentra; en otro estudio publicado por ScienceAdvances se consideró como cierta la desinformación creada por inteligencia artificial.

La desinformación es una amenaza para la democracia y la salud pública y puede definirse como la información falsa a través de mensajes alarmistas con datos científicos confusos, entre los que podemos referir la negación de las vacunas o la negación del clima. Para que tengamos una idea, según la Universidad de Brown, 319.000 muertes por Covid-19 podrían haberse evitado entre enero de 2021 y abril de 2022 en EEUU si esas personas hubieran sido vacunadas. Igualmente, podemos referirnos a la negación de los terroristas o de los crímenes de guerra e, incluso, la negación del Holocausto.

En estos tiempos, la principal fuente de información está en los medios de comunicación, internet y la IA, para lo bueno y para lo malo, lo que puede interferir en la toma de decisiones en lo referente a la salud. Existen páginas fiables para consultar, como #SaludsinBulos Información veraz y fiable sobre salud, a la que podremos acceder y verificar los datos en salud. Pero no olvidemos que la comunidad científica también puede generar desinformación en salud, sobre todo si dice que la noticia está basada en un estudio científico y, en este momento, parece adquirir un tono de verdad irrefutable.

Ante esto, pensamos que todos y cada uno de los profesionales de la salud tenemos una responsabilidad individual, especialmente aquellos que tenemos o hemos tenido un doble o triple rol, combinando tareas asistenciales, investigadoras e, incluso, periodísticas o divulgadoras.

Esta lucha contra la desinformación o fake news hemos de dirigirla contra la fake science (ciencia falsa) y la weak science (ciencia débil). Lo vemos en estudios científicos falsos o sin contrastar o revisar por pares (proceso mediante el cual se valora en forma independiente, subjetiva y crítica un manuscrito enviado para publicación científica por personas que generalmente no forman parte del comité editorial), considerándose este como el patrón oro de la comunicación doctrinal. Aun así, no podemos evitar que estudios seudocientíficos se cuelen en medios y redes.

En 1988, The Lancet publicó un artículo en el que asociaba la vacunación triple vírica (sarampión, parotiditis y rubeola) como probable causa de autismo; más tarde se comprobó que tal asociación era espuria. La revista se retractó oficialmente, lo que no recuperó la confianza entre los ciudadanos, originando rechazo a la vacuna en una parte de la población.

Nuestro saber sobre los factores psicológicos y neuronales que fomentan las creencias falsas es todavía incipiente, pero la neurociencia ha descrito cómo las personas procesan la información inesperada y emocional. Esta información inesperada y cargada de emociones (especialmente negativas) tiende a captar nuestra atención, que depende de las cortezas visuales y las redes de las regiones cerebrales parietal y frontal, además de los núcleos cerebrales profundos.

Aunque se conocen las bases psicológicas y cerebrales del funcionamiento de las creencias en general, se sabe poco sobre cómo procesamos las creencias falsas, por lo que debemos aumentar los esfuerzos para comprender, rechazar y no propagarlas, determinando previamente la credibilidad de la información en salud con mecanismos de autocorrección.

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