"¿Es eficaz la gobernanza de las universidades españolas? Creo que no"

GEOGRAFÍA HUMANA

"Si se exigieran normas de ortografía para aprobar un examen no pasaría mucha gente", afirma · El profesor asegura que los pequeños municipios han ignorado las reglas urbanísticas "más que las capitales"

"¿Es eficaz la gobernanza de las universidades españolas? Creo que no"
"¿Es eficaz la gobernanza de las universidades españolas? Creo que no"
Rafael Ruiz

14 de diciembre 2008 - 05:08

El profesor Naranjo (Fernán Núñez, 1952) se explica como lo que es, un docente, repitiendo conceptos, para que queden claros, para que sus palabras tengan el matiz preciso. Tiene el alma dividida entre el estudioso que es de cómo el paisanaje coloniza el territorio –somos como somos porque estamos donde estamos y vamos donde vamos – y su ocupación actual y pasajera de gestor de ese paisaje tan complejo y definitivo para la vida común que es la Universidad.

–Para un estudioso del territorio, estos últimos años deben haber sido de mucho sufrir.

–La Geografía es una disciplina que comparte objeto de muchas materias pero contempla el territorio desde el punto de vista del paisaje humanizado, en el cual el hombre ha intervenido. Los paisajes naturales, vírgenes, pertenecen más a la botánica o la zoología. ¿Preocupados? En muchos casos sí, porque la ocupación no es la más adecuada y en otros no, porque la evolución es más natural, normal y lógica. No es lo mismo un parque natural, una zona urbanizable o un lugar de interés paisajístico. A nosotros nos interesa, desde la ganadería, la agricultura, la economía... Casi siempre, el problema es que las cosas se hagan desordenadamente. Si los cambios responden a lógicas concretas, el geógrafo lo mira con mucha atención, pero no con preocupación.

–El desorden urbanístico reduce las diferencias entre el territorio urbanizable y el rústico. Todo se ocupa. ¿Es corregible ese factor?

–Es muy difícil. Las zonas que rodean las ciudades –un compañero mío habla de “paisaje rururbano”– forman una orla donde todas las intervenciones se producen a la vez y desordenadas: conviven actividades agrarias, ganaderas, poblamiento desorganizado espontáneo, actividades industriales... La ciudad que mejor funciona es la que mejor controla el ámbito rururbano, porque es el escenario ideal para que todo eso se encuentre a la vez. En el caso de Córdoba, añadamos que el paisaje rururbano es contiguo a zonas protegidas como Medina Azahara. Allí tenemos industrias, segundas residencias, explotaciones agrarias o ganaderas, todo espontáneo. ¿Tiene arreglo? Inmediato, no. La tradición del ordenamiento urbano en España es muy reciente. Y la tradición más sólida es la del desordenamiento urbano, la ignorancia de los problemas. Ya no hay que regular, sino corregir, y eso es más difícil.

–Y todo tiene un volumen difícilmente manejable.

–Si nos dirigimos a Almodóvar por la carretera de puesta en riego o la de Palma, vemos todo esto. Canteras, regadío, secano, ganadería de toros bravos, poblamientos de tradición (Villarrubia, El Higuerón), recientes, segunda residencia, industrias, zonas comerciales de segundo orden. De todo. Ahora se trata de corregir lo que no se ha controlado y, en algunos casos, derribando, destruyendo, sancionando. La tradición del ordenamiento urbano ha convivido con la actitud de ignorar los problemas. Cuando hay que ordenar, es porque existe el caos. Al final factores como el valor de los terrenos, hacen que se decante unos territorios y no otros hacia funciones determinadas. Lo espontáneo, sin embargo, añade caos. La planificación es una asignatura pendiente en Andalucía, en Córdoba capital y, sobre todo, en los pueblos, donde la ignorancia de las reglas ha sido mayor. A todos los ayuntamientos se le piden planes de ordenación sin que hayan respetando nunca las normas subsidiarias que ya tenían.

–El problema es que eso ha incidido en el propio carácter de esos pueblos.

–Se ha perdido calidad del paisaje urbano, calidad de vida de los que en ellos viven y ha terminado en una situación caótica. Más que la norma, lo que ha frenado que no se haya llegado más lejos ha sido el escaso desarrollo económico de Andalucía. Si esos pueblos hubieran tenido un mayor desarrollo social y económico, el desastre habría sido mayor. Donde el progreso económico llegó antes, se ha observado menos la norma.

–¿La homogeneidad es la gran consecuencia de estos tiempos?

–Sí, pero una homogeneidad mediocrizadora. Si los elementos son de calidad, pueden enriquecer. Pero también se puede empobrecer, que es lo que ha pasado. La intervención del hombre ha dado lugar a la falta de personalidad, a fórmulas estereotipadas.

–Ya se ven en barrios como los de las películas norteamericanas.

–Lo dijo mi maestro López Ontiveros. Córdoba ha tenido una oportunidad espléndida de practicar un urbanismo nuevo, original, enriquecedor en las zonas ganadas al ferrocarril. El resultado, salvo dos edificios, es corriente. Las normas homogeneizadoras, poco originales, hacen que da igual que estemos en Los Pedroches, en el Guadiato, en la Campiña de Córdoba. Todo es igual.

–Las decisiones que influyen en la población de la gente se toman cada vez más lejos.

–En este sentido, la globalización funciona. La economía es un elemento determinante. Cuanto más generalizada sea, menos se tiene en cuenta aquello que supone el patrimonio propio, exclusivo. Muchos de los paisajes agrarios se han perdido, los ganaderos se han perdido todos. Dependemos de que haya o no subvenciones y que, indirectamente, afectan al paisaje. Ejemplos: el Guadiato y la desaparecida actividad minera. En la Campiña, los algodones dejaron de existir cuando lo marcó la política globalizadora. La Política Agraria Común es global y, por tanto, no tiene en cuenta las peculiaridades. Existen factores dolorosos de lo que se pierde. Con la desaparición de las las huertas tradicionales, se han ido siglos de una forma de entender la obtención de recursos. La agricultura intensiva bajo plástico se ha llevado por delante la huerta de lugares como Cabra que abastecían casi en exclusiva a la provincia de Córdoba.

–¿Qué efectos tiene la llegada masiva de inmigrantes en busca de poder trabajar en la campaña?

–Yo empecé investigando las migraciones de Córdoba al extranjero hasta los 70 del siglo XX. Los cambios, en este terreno, son abismales. En aquel momento, las migraciones eran relativamente organizadas. Existía el Instituto Español de Emigración mientras que en Francia funcionaba la Oficina Nacional de Inmigración que, desde origen, regulaban los flujos con contratos de trabajo. El abismo actual se debe muchos factores: la procedencia de los inmigrantes es diversa, de cualquier parte del mundo; no hay un control y, en muchos casos, es ilegal, sensible a la explotación. Se producen oleadas de población en lugares que ya no los necesitan, que no están capacitados para darles trabajo, residencia o atención. El territorio tiene que asimilar una población que no no puede asumir. Y ese es un proceso caótico, conflictivo.

–¿Cómo llegan sus alumnos en materias como Geografía o Historia, que no están en el debate sobre la Educación?

–Soy muy crítico. Yo estuve 12 ó 13 años de profesor de instituto antes de volver a la Universidad. No se ha sabido coordinar la generalización de la enseñanza con el mantenimiento de unos niveles de calidad. La generalización siempre ha generado vulgarización. Los niveles académicos con los que los alumnos llegan a la universidad son menores. Y esto no es culpa del profesorado sino del sistema. Cada vez más, se intenta ahora dignificar la Formación Profesional. Pero eso es muy moderno de tal manera que las enseñanzas medias han soportado este proceso que ha significado tener a gente en las aulas que no quería estar allí. Los niveles, en general, se han vulgarizado; los temas fundamentales se desconocen o el conocimiento es muy básico. Si la universidad se encuentra con ese material humano, ha tenido que rebajar sus estándares. Tenemos una población estudiantil que, en una alta proporción, sufre las consecuencias: fracaso escolar, suspenso, la continua lucha para aprobar una asignatura. Un compañero venía hace poco de una estancia en Estados Unidos, de una universidad donde a un alumno se le soportaban como máximo dos asignaturas suspensas. Si no superaba en dos convocatorias la materia, tenía que dejar el centro. Nosotros tenemos seis más una de gracia, siete, y si el estudiante no se presenta, no le cuenta. Eso es difícil de entender cuando se persigue la calidad, y la víctima de ello es el alumno, que padece la formación con la que venía, cuando podría haber desarrollado otra actividad creativa, diferente a la universitaria, donde podría ser feliz.

–Pero el problema parece la Religión o la Educación para la Ciudadanía, cuando las carencias están en Matemáticas o Gramática.

–Mire, yo entré en Bachillerato con un examen de ingreso que se hacía con diez años. Entonces, se le sometía al niño a una serie de pruebas, algunas irracionales, pero se exigía una serie de conocimientos básicos. No se aprobaba con tres faltas de ortografía en un dictado. Si hoy aplicáramos ese criterio, no a bachilleres sino a universitarios, habría mucha gente que no la pasaría. Alguien me puede decir que soy un purista, pero es que es obligatorio para un profesional dominar la expresión escrita, algo que es fácil de explicar en Letras pero que hay que razonarlo en Ciencias. Los problemas de la Educación se sitúan donde no están. ¿Educación para la Ciudadanía? ¿Religión? Me da igual, la verdad. Son debates colaterales, de la circunferencia abstracta.

–¿Cómo el no a Bolonia?

–Hay un desconocimiento total sobre Bolonia (el espacio europeo universitario). Mire, Bolonia es una oportunidad para cambiar la forma de trabajar en las universidad española, que es la misma desde hace dos siglos. Si algunos elementos fracasan, se podrán modificar. Pero me sorprende que sectores que se creen progresistas lancen el no a Bolonia indiscriminadamente.

–Suena a ‘cómo se quieren parecer a Oxford estos fascistas’.

–Es un no cambiemos nada. Y tenemos que cambiar, mucho. Bolonia es algo más de lo que se está diciendo. Y seguir como estamos es seguir con la universidad de los siglos XVIII y XIX.

–También hay un mal de la universidad española, que es ser un parlamento social –con su gobierno y su oposición– y no un centro de conocimiento.

–Son tus palabras, pero estoy de acuerdo. Durante el franquismo, la universidad y el mundo obrero aglutinaron la resistencia al régimen. Se cumplió una función de contrarrestar la unanimidad mortuoria del franquismo. Con la democracia, se tuvo que adoptar un reflejo de lo que ocurría en la calle y se introducen unos modos en gobernar la universidad que, desde la defensa de la representatividad, fueron positivas para ese momento pero restó operatividad. Tan importante como el saber, o en pie de igualdad, son una serie de actividades representativas donde aparecen órganos de gobierno y más órganos de gobierno donde se crea un mundo intrincado donde la administración de la universidad se convierte en un rompecabezas. Cualquier decisión que se quiera adoptar, ha de seguir un camino sinuoso y complicado. Cuando alguien lea lo que estoy diciendo, pensará que lo que quiero es gobernar por mi cuenta. No, no. Hay una tendencia europea hacia simplificar la gestión ganando en operatividad aunque la universidad pierda importancia como ente representativo de la sociedad democrática. En su momento, se hizo lo que se debía hacer. La universidad cumplió. Una simplificación de esos procesos no vendrían mal. Es la opinión de una serie de reuniones que se han celebrado, con presencia del Ministerio de Educación, donde éste es el tema. ¿La gobernanza de las universidades es eficaz? No. ¿Necesitamos que la gobernanza de la universidad dependa de tantísimos procesos representantivos como los que tiene? Podemos prescindir de ellos. En Portugal, las universidades se han convertido en fundaciones para ser gobernadas de una manera más ágil. Y, aunque significara que mi cargo ya no sea necesario, considero que esa simplificación es válida.

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