El refugio previo a la victoria: Donde la mujer se hace fuerte
Recursos de Emet Arco Iris
La Fundación Emet Arco Iris cuenta con un espacio en plena Campiña cordobesa donde cuenta con una comunidad terapéutica femenina y un servicio de atención a mujeres subsaharianas y sus niños
Quizá sea solo un alto en camino, aunque también podría considerarse una nueva línea de salida. Coronando un inmenso campo de olivos, en la Campiña Sur cordobesa, existe un oasis a medio camino entre las palabras hogar y sitio de paso. Allí, la Fundación EMET Arco Iris tiene levantado un imperio de empoderamiento femenino para aquellas mujeres que quieren iniciar una nueva vida tras haberse encontrado un sinfín piedras en el camino.
No es necesario dar datos de su ubicación para intentar comprender la idiosincrasia de un lugar así: Un enorme cortijo anclado en un cerro donde, actualmente, alrededor de una veintena de mujeres conviven (no en todos los casos) y crean una red de cuidados mutuos entre ellas y los trabajadores. No señalarlo en el mapa, desconocer sus nombres y difuminar sus rostros no es tema baladí, sino una pantalla de protección ante la vulnerabilidad de muchas de ellas.
Es por esto mismo por lo que resulta complicado acceder a estos terrenos de amparo para conocer la historia que se escribe en sus salones, sus jardines e incluso sus piscinas. Esta semana traspasó la verja la consejera de Igualdad, Rocío Ruiz, que conoció en primera persona las historias personales de las usuarias (así lo hizo, sentándose con ellas para mantener una larga charla). También el Día estuvo presente en este recorrido por las crónicas de la superación, que tienen dos partes bien diferenciadas aguardando entre sus paredes.
Una de estas historias comienza en un ala de la casa, concretamente en la que puede leerse un cartel algo descolorido que reza "Día Internacional de la Mujer Africana" seguido de la palabra "amor". Con girar la cabeza un poco hacia la derecha aparece un palé pintado con los colores del arcoíris: "Todos debemos respetar el amor". El amor, quizá, sea la clave de todo esto. Aquí, Teresa Girón dirige el proyecto Ödos, un centro de acogida humanitaria para mujeres subsaharianas que llegan a España en patera acompañadas de sus hijos o embarazadas. Aunque con capacidad para 40 plazas, actualmente existen muchas libres debido a la crisis sanitaria. Girón cuenta que ya estaba programada la llegada de un grupo de mujeres, pero el positivo en covid-19 de una de ellas la ha paralizado.
Lo que no se ha parado es el trabajo del equipo multidisciplinar de todas las personas que trabajan aquí para que las mujeres y niños que acuden consigan ser "visibles". Es una palabra que la directora del proyecto repite en varias ocasiones y explica que estas mujeres "piensan que cuando cruzan a Europa ya están a salvo, pero hay que decirles que son invisibles porque vienen engañadas". El camino previo hasta llegar aquí es duro, muy duro. Ahora conviven en esta casa una mujer y un niño procedentes de Costa de Marfil y otra niña 14 años. Ambos están escolarizados, una de las claves de este programa, que también lucha por la regularización de las situación de todas las usuarias.
Como relata Girón, el origen ya es duro porque llegan a venir mujeres que estaban dentro de matrimonios forzados o que habían sido sometidas a mutilación genital. La vulnerabilidad, sin embargo, no se acaba con pisar con territorio español. Gran parte del trabajo de empoderamiento y de la ayuda ofrecida va encaminada a evitar que se conviertan en víctimas de trata porque son potencialmente vulnerables en este sentido.
Irene Martínez es trabajadora social y se emplea también mano a mano en esta parte de la residencia. Durante la charla, la niña de 14 años le cuenta que se va al instituto y le pide una mascarilla, todo ello en francés. El idioma, por lo tanto, también llega a ser una barrera y hay que tener en cuenta que la mayoría tiene como objetivo llegar al país galo, donde podrán reunirse con otros familiares.
"Cuando llegan aquí todo les parece un poco raro porque se creen que las van a llevar a una ciudad, pero luego lo agradecen", relata esta trabajadora social, que define su labor como muy satisfactoria, aunque en ocasiones "algo frustrante" por el esfuerzo necesario para hacerles comprender que esto no es más que una asistencia tremendamente necesaria.
Apenas hace falta subir unas escaleras y traspasar una puerta para llegar al otro flanco de la villa. Aquí hay más jaleo, y es que el número de usuarias en esta parte se acerca a la veintena. EMET Arco Iris cuenta entre sus instalaciones con una comunidad terapéutica femenina que funciona desde hace varios años. Existe una atención personal a cada usuaria que acude a este centro para la deshabituación del consumo de drogas y gran parte de las plazas están concertadas por la Junta de Andalucía.
Lola Jiménez y Antonio Palacios forman parte del equipo terapéutico que trabaja con estas usuarias. "Es una intervención muy completa que hace que se cree una alianza muy poderosa con estas mujeres", comenta Jiménez, que es la directora de la comunidad terapéutica. Además de ellos, también hay profesionales de la psicología, trabajadores sociales, educadores... En total, 16 personas que tienen el objetivo de que el paso por el centro sea fructuoso. Jiménez explica que existe una rutina muy marcada con una serie de actividades donde tienen cabida talleres grupales, de habilidades sociales o sobre la dependencia emocional. Las salidas están programadas y para las mismas se trabaja sobre una hipótesis de diagnósticos y un seguimiento exhaustivo.
Antonio Palacios comenta además que "son ellas las que llevan el centro", ya que se crean grupos de trabajo comandados por una responsable para repartirse las tareas que hacen funcionar la maquinaria de esta gran vivienda, desde la lavandería hasta la cocina, pasando por el jardín.
La drogadicción, además, no es el único problema de estas mujeres, que cada palabra que pronuncian es un canto al orgullo de lo conseguido. Algunas son víctimas de violencia de género, lo que agrava la situación.
Una de ellas, a la que llamaremos Carmen, la ha sufrido. Con 30 años y una niña de 7, Carmen reconoce que hubo un momento en el que se dio cuenta de que "había tocado fondo" y pidió en su centro provincial de drogodependencia (CPD) que le trasladaran a una comunidad. Y así llegó hasta este centro el pasado 30 de julio, reconoce que "con mucho miedo", un miedo que ahora se le intuye poco dado el desparpajo que mantiene a la hora de contar su experiencia y las risas que saca a sus compañeras cuando afirma que "yo no hablo tanto, es que me está preguntando mucho". Los malos tratos por parte de su pareja fueron una de las causas que le abocaron al consumo, pero su relato no se rompe en ningún momento dada la fortaleza que le aporta hablar de su hija, que ahora se encuentra con su abuela. Aquí, manifiesta, "te saben sacar lo que tú no sabías que tenías".
Y si Carmen no tiene vetos a la hora de contar su experiencia, estos parecen vislumbrarse todavía menos en el discurso de Lola, de 52 años. Aquí ha vuelto a hacer deporte, escribir y a leer, es decir, ha recuperado parte de su vida y de sus intereses. Entró el 29 de mayo y ya ha realizado una salida para ver a su hija, de 15 años. "Mi niña me decía que ya estaba bien", cuenta Lola, evidenciando así una mejora tras un problema que no es un tabú para ella. Insiste en que está orgullosa de sí misma, de ahí que "ya no me dé vergüenza hablar de ello", y señala como parte de su recuperación la suerte que tiene de contar con una familia "muy estructurada". Su hermana, por ejemplo, es trabajadora social y antes "yo era muy impulsiva, no le hacía caso", pero eso ya ha cambiado. En todo esto ha tenido mucho que ver el equipo del centro, al que califica de "maravilloso". Acaba la charla con una gran sentencia para ella y sus compañeras: "Somos unas guerreras", nadie puede ponerlo en duda.
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