"Todo el que entra a trabajar en Medina Azahara se enamora de ella"
Desde 1911, cientos de personas han participado en la recuperación de la ciudad califal a la vez que caían rendidos ante su embrujo como sitio extraordinario y único en el mundo
Más allá de sus pórticos, columnas, atauriques, arcos y otros vestigios del poder califal, Medina Azahara cuenta con un patrimonio humano que ha logrado que el conjunto arqueológico llegue a la excelencia. Desde su descubrimiento en 1911, cientos de personas han trabajado para sacar a la luz un yacimiento único que tomó impulso en la década de los 40 con las restauraciones de Félix Hernández y que se consolidó a partir de 1985, cuando pasó a manos de la Junta de Andalucía.
Tal es el embrujo de la ciudad califal que "todo el que entra a trabajar en Medina Azahara se enamora de ella". Son palabras de Salvador Escobar, un hombre que durante 50 años ha desarrollado diferentes labores en el conjunto arqueológico; es memoria viva de su historia de recuperación. En 1963 entró como empleado para llevar agua a los trabajadores de la excavación del Pabellón central (situado delante del Salón Rico) y para la limpieza con escobita y palillo de la tierra que cubría las piezas de ataurique que aparecían.
Un día Félix Hernández se fijó en que Salvador, "por intuición y sin tener conocimiento ninguno de lo que hacía", tenía una habilidad especial para unir las piezas. A los dos meses lo mandó al Salón Rico, cuyo suelo estaba totalmente lleno de atauriques. "Él venía un día a la semana y lo pasaba conmigo en el Salón buscando piezas y casándolas", el resto lo hacía solo, explica. Entonces "no entendía siquiera qué era una cenefa, una enjuta y ninguno de aquellos elementos de decoración pero aprendí progresivamente de don Félix".
Salvador ha vivido en primera persona la evolución de Medina Azahara: conoció el Salón Rico como sale en las fotos antiguas, donde se ven andamios hechos de palos de madera, tablas y escaleras; y se jubiló en 2013, cuando Medina Azahara ya estaba en el camino hacia el Patrimonio Mundial de la Unesco.
A la muerte de Félix Hernández, se hizo cargo Rafael Manzano y tras él llegó Antonio Vallejo. Entonces el único eslabón que quedaba del antiguo equipo humano de Medina Azahara era Salvador, el que unía el pasado con el presente. Es poseedor de tantos conocimientos y experiencias que los profesionales que han ido incorporándose al equipo del yacimiento años después casi lo idolatran.
"Este premio de Patrimonio Mundial es para Medina Azahara y también para Salvador Escobar", señala el arquitecto Jorge Forné, que entró en 2007 en Medina Azahara para hacerse cargo del Salón Rico. También realizó otras labores pero principalmente se centró en el Salón de Abderramán III. Durante seis años y medio redactó el proyecto de restauración de este espacio, donde plasma toda la investigación pasada y daba las pautas para la actuación que había que hacer (cuya segunda fase aún está pendiente). Con la crisis y los recortes, el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) se hizo cargo de su proyecto y es con el ente que ha trabajado para hacer el estudio de ejecución de la recuperación de este emblemático espacio. Precisamente en el salón oriental "entré en contacto con Salvador y comencé a apreciar la labor que había desempeñado".
Forné, especialista en arquitectura islámica, tuvo como maestro a Rafael Manzano, que le contó su experiencia en Medina Azahara, la Alhambra o el Alcázar de Sevilla, del que fue conservador. Cuando llegó a la ciudad palatina, el Salón Rico estaba "en el estado en el que lo dejó Manzano, que había intervenido sobre el edificio haciendo una labor muy importante que previamente había iniciado Félix Hernández". El edificio estaba "dotado de cubiertas y paramentos que luego le dieron el carácter de palacio por excelencia de Medina Azahara", indica Forné. Unos paramentos estaban muy bien intervenidos mientras que otros no tenían forma y toda la decoración estaba "desparramada por el jardín, con lo cual la labor fue poner orden a todas esas piezas desprovistas de contexto". Y para ello contó "con la investigación de Salvador, que sabía la naturaleza de cada piedra", apunta.
Este arquitecto asevera que "todo el mundo habla de la importancia del yacimiento, un repertorio iconográfico, el sueño de un califa... pero no hay que olvidar el trabajo que se ha hecho en él; hay que reconocer una labor que ha rozado la mayor de las exactitudes elevada a la enésima potencia y eso lo sabemos quienes hemos trabajado aquí".
Rocío Velasco recordaba ayer emocionada sus años en el conjunto arqueológico, donde se dedicó, junto a su compañero Ramón Fernández, a la catalogación y conservación del material arqueológico, especialmente atauriques, para luego hacer los cases y reconstrucción de Medina Azahara. Esta historiadora del arte estuvo entre 2006 y 2009 en el yacimiento y ha vuelto de forma intermitente para varios proyectos. "Pienso que Medina, de una manera o de otra, te atrapa. Trabajar aquí es un lujo, no solo por la parte profesional sino porque llega a lo personal, es una maravilla y todos los días se aprenden cosas nuevas", manifiesta.
La arqueóloga Ana Zamorano es otra de las voces de la experiencia de la ciudad califal. Llegó en enero de 1995 como apoyo en el proyecto de conservación de las Viviendas del Servicio y el Patio de Pilares y hasta 2010 ha estado vinculada de forma continuada. Desde entonces va y viene de manera intermitente, por lo
que ha trabajado con los tres últimos directores.
Para ella desarrollar su labor en Medina Azahara es "un sueño". "Llegué celebrando la suerte que había tenido, pensando que era para seis meses, y el director en ese momento, Antonio Vallejo, siguió contando conmigo, y el siguiente también", explica. Además, resalta que el yacimiento está en "un entorno paisajístico maravilloso en el que se ven puestas de sol y atardeceres, estamos rodeados de una fauna impresionante... Se trabaja en un paraje espectacular desde el punto de vista arqueológico y natural".
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