“Córdoba necesita un plan cultural que sea más amplio y menos frívolo”
Javier Fernández. Escritor y editor
El autor cordobés, amante del cómic, ha tocado todas las facetas de la creación literaria y muestra su experiencia en los talleres que imparte bajo el paraguas de UCOPoética
Javier Fernández (Córdoba, 1971) ha tocado todas las facetas de la creación literaria, desde la escritura y la traducción hasta la edición, un trabajo que comenzó de forma profesional con Plurabelle y Berenice y hoy en día continúa con la codirección de la colección Letras Populares de Cátedra. Ha publicado novela, relatos y poesía, un género con el que logró en 2016 el Premio Ricardo Molina por Canal. Además, imparte talleres a jóvenes poetas dentro de la Universidad de Córdoba y es amante del cómic, una faceta que plasma cada semana en este periódico en su sección Firmado Mr. J.
–¿Cómo acaba un ingeniero agrónomo en el mundo de las letras?
–Lo de ser agrónomo es un accidente. Para mí siempre ha quedado claro que no existe una distinción entre las letras y las ciencias. Soy agrónomo porque me gustaban mucho las ciencias, me encantan las matemáticas, y soy escritor porque me gusta muchísimo escribir. No existe una facultad de escritura y en su momento pensé que me iba a sacar unos estudios para conseguir un trabajo, sin embargo la escritura era algo que podía desarrollar por mi cuenta. Al final resulta que a lo que me dediqué profesionalmente no es lo que me ha dado de comer, sino que como de mi afición.
–¿Cuándo empezó a escribir?
–Muy pequeño. Mi primer poema lo escribí con unos 12 años. Luego pasé a los relatos, novela, fantasía, ciencia ficción... Para mí el momento definitorio fue cuando escribí mi primera novela, Paseo, con 20 años, y la autoedité en lo que entonces era la asociación cultural Plurabelle. En realidad no sabría decir muy bien qué me movió a publicar el libro, pero la escritura ha estado siempre presente en mi casa porque mi padre escribía poemas y le gustaba mucho leer. Es una forma de expresión que para mí ha sido natural desde pequeño.
–¿En qué género se siente más a gusto?
–En ninguno. Los géneros me aburren. Se ha dicho que mi poesía es narrativa, que mi narrativa tiene elementos poéticos, que lo que hago tiene una serie de elementos visuales, como si fuesen cómics... Para mí la frontera de los géneros está muy diluida y a mí me gusta trasvasar elementos de un género a otro. Últimamente me he dedicado más a la poesía, también por mi labor formativa. Estoy muy ilusionado por lo que estoy desarrollando dentro de la poesía, pero también llevo varios años escribiendo una novela, a la vez que escribo ensayos y artículos.
–¿Ganar el Premio Ricardo Molina fue otro momento decisivo en su trayectoria?
–En el año 2000 publiqué Casa abierta, mi primer libro de poemas. Luego fui publicando sobre todo narrativa, pero tenía una espina clavada desde 1995, cuando empecé a escribir sobre la muerte de mi hermano. Quería realmente desarrollar un libro entero sobre ese tema. De hecho, hice algunos borradores, pero necesité casi 20 años para encontrar el tono adecuado para poder hablar de eso. Fue Canal. El momento decisivo no es tanto la consecución del Premio Ricardo Molina como la propia escritura del libro. Sirvió como una especie de terapia familiar, como una catarsis familiar y personal y a la vez como un cuestionamiento sobre qué significa la poesía en el siglo XXI. Además, que el libro se alzara con el premio ya es un sueño porque ha permitido que se publique en una editorial de prestigio y que llegue a más gente.
–¿Sigue con la poesía?
–Sí, estoy escribiendo varios libros. Con la poesía no tengo ninguna prisa. Igual que tardé 20 años con Canal, no me planteo ningún objetivo. Para mí lo importante de la escritura es alcanzar los objetivos que te planteas y el propio libro ya es un premio. En el caso concreto de la poesía, siempre trato de encontrar un lenguaje nuevo para decir lo que quiero, y eso no sucede de la noche a la mañana.
–¿Se ha movido por círculos literarios a lo largo de su carrera?
–Habría que definir bien el concepto de círculo literario. Sí tengo grupos de amigos porque al final la literatura te pone en contacto con gente que tiene la misma inquietud que tú y gracias a eso conoces a personas con las que te vas a llevar muy bien. Con la publicación de Paseo se me abrió la posibilidad de estar en contacto con gente y conocí a un grupo que entonces estaba alrededor de la revista Reverso entre los cuales hay grandes amigos míos como Antonio Luis Ginés y sobre todo Pablo García Casado. A un cierto nivel, por lo que estamos haciendo casi que mi círculo literario es Pablo, pero también he conocido a Vicente Luis Mora o Joaquín Pérez Azaústre, que son estupendos amigos y grandes escritores.
–En Córdoba la poesía se mueve mucho por grupos. ¿Es así en todos sitios?
–La poesía es así: es como una especie de club privado y dentro hay habitaciones en las que se reúnen por grupos según intereses estéticos o bien por afinidades personales. Creo que esto ha sucedido desde siempre aquí y en todas partes, pero concretamente Córdoba es una ciudad donde la poesía está muy presente. La poesía es una señora un poco complicada y se fija en determinadas personas y lugares; y Córdoba desde siempre es una ciudad con una riqueza poética grande, pero en los últimos años ha habido un estallido brutal. Entonces, habiendo mucha gente que se dedica a la poesía, obviamente hay muchos grupos. En esto tiene que ver la labor que se ha hecho desde finales de los 80 alrededor de talleres y lecturas poéticas porque ha generado un interés en varias generaciones.
–¿Hay mucho divo en la poesía?
–Mucho. Lo que ocurre con la poesía es que no genera dinero, y entonces la primera recompensa y casi la única que tiene un poeta es su propia vanidad. Los narradores cuando triunfan, lo sé porque lo he visto, ganan mucho dinero y se sienten muy contentos y recompensados de esa manera. Somos como niños, al final lo que queremos es que nos quieran; y algunos reclamamos más ese cariño que otros.
–¿Usted en qué nivel de divismo se encuentra?
–Yo me siento muy satisfecho a nivel personal, entonces encuentro en la poesía un modo de expresión y no me considero una persona vanidosa en eso. Para mí la propia satisfacción es la escritura.
–Hace años que muestra sus conocimientos en talleres. ¿Es difícil enseñar poesía?
–Enseñar poesía es imposible porque tú lo que enseñas realmente no es poesía. Hay tratados de métrica y libros de historia de la poesía, pero lo que yo hago en los talleres de UCOpoética mediante mi experiencia es intentar señalar a los jóvenes dónde están su voz y sus fortalezas, sugerirles que las miren y se mantengan en ellas. Esto no son matemáticas, tú muestras distintos caminos para que elijan el suyo. En el caso de UCOpoética está habiendo buenos resultados. Creo que hay que ser sincero y no ser condescendiente con los alumnos. Siempre me ha molestado mucho que lectores consagrados le digan a los jóvenes que empiezan: “bueno, ya llegarás a algo, esto está muy bien, chiquito...”. Yo, sin embargo, en mis talleres los trato como si fueran poetas ya hechos. Les hablo con mucha crudeza y eso les sirve para despertar.
–¿Cuánto tiempo lleva en los talleres de UCOpoética?
–Hace mucho tiempo que hago talleres y con UCOpoética este ha sido el séptimo año. Dice mucho de la Universidad el que haya apostado por un proyecto como este, que empezó capitalizando el interés que hay hoy en día por la poesía joven, pero ha acabado convirtiéndose en un sitio de referencia. La Universidad ha apostado por una filosofía y la ha mantenido desde el principio, por eso han comenzado a verse resultados. La prueba está en que los tres últimos premios Hiperión son alumnos de UCOpoética, que el Premio València Nova y el Gloria Fuertes también lo son. En los últimos tres años llevamos entre 15 y 20 premios a nivel nacional y más de 20 libros publicados por chicos que han pasado por aquí. Muy mucho talento y tengo mucha suerte de compartirlo con ellos.
–De esos talleres ha derivado el laboratorio de UCOpoética...
–Este equipo rectoral ha retomado una idea que yo tenía cuando empecé con los talleres y lo que hasta ahora ha sido solo un certamen de poesía, se ha convertido en un laboratorio que tiene una serie de actividades mensuales (a las que puede asistir cualquiera) como lectura de poemas, espectáculos alrededor de la poesía, conferencias... Esto está creciendo y hemos traído la programación de la Fundación Manuel Álvarez Ortega. Es un espacio de agitación cultural dentro de la Universidad.
–¿Qué tiene la poesía de didáctica y qué de experiencia?
–La poesía es un caldo muy rico y complejo y en ella cabe todo. En este momento creo que se han quedado obsoletos ciertos paradigmas. Hay quien dice que la poesía tiene que tener ritmo, y sino no es poesía; que tiene que hablar de la vida, de las ideas... Yo creo que a la poesía le cabe todo eso. A mí me interesa la experiencia, y la experiencia no es solo realista, no es solo lo que vivimos con nuestro cuerpo en el día a día, sino también lo que vive dentro de nuestra cabeza. Me interesa la poesía que no es una mera elucubración del lenguaje, que no es simplemente un artefacto bonito, sino que contiene vida y verdad.
–¿En qué momento se mete en el mundo de la edición?
–Eso digo yo (ríe). Yo vivo de la escritura y puedo presumir de eso. Tienes que hacer muchas cosas para sobrevivir en este mundos que cada vez aprecia menos la cultura y en el que la calidad parece que cada vez importa menos. Siempre he tenido una curiosidad muy grande en cómo se hace un libro. Mi primera novela me la autoedité, me metí en la imprenta y aprendí cómo se hacían los libros. A partir de ahí he hecho trabajos alrededor del mundo del libro en un espectro muy amplio porque edito, traduzco, corrijo, diseño... De hecho he tenido hasta una imprenta y he participado en la distribución. En un momento determinado, mientras trabajaba como agrónomo, me salió la oportunidad de trabajar en McGraw-Hill y a partir de ahí estudié un posgrado en Oxford sobre edición. El mundo del libro me pareció fascinante y metí la cabeza de lleno. Primero metí la cabeza y luego el bolsillo y creé mi propia empresa y ahí es donde digo ¿en qué momento se me ocurrió meterme a editor? Es una tarea muy difícil y hasta cierto punto ingrata, pero al final merece mucho la pena.
–¿Ahora mismo qué labor desarrolla como editor?
–Lo principal que estoy haciendo es la codirección de la colección Letras Populares para Cátedra. Es una colección que creamos en su día Ana Ramos y yo y que nos está dando mucha satisfacción. En ella puedo editar los libros que más me gustan, que son de géneros populares, fantasía, ciencia ficción... en un sello tan prestigioso como Cátedra.
–Desde una visión global como autor y como editor, ¿cómo ha cambiado el mercado editorial en estos años?
–Desde los 80 para acá se ha impuesto una lógica estadounidense que ha convertido a las librerías casi en quioscos. Antes guardaban una serie de libros para su venta, pero ahora, como tienen la capacidad de devolver esos ejemplares a los editores, en ese sistema americano ellos responden con más novedades para hacer frente a esas devoluciones. Entonces, el volumen de novedades es mayor y los libros tienen menos tiempo de vida en las librerías. Cuando yo empecé podían tirarse tres o cuatro meses y ahora no llegan al mes. Es difícil que un lector se dé cuenta de que ese título está en la librería y además la competencia es mayor. Por eso hay tantas pequeñas editoriales que son francotiradores que no dejan de intentar colocar un producto distinto a la vez que los grandes sellos no dejan de sacar novedades. Eso al final va en detrimento de la calidad. Es un exceso, como está pasando con toda la cultura.
–En este periódico tiene una sección semanal sobre cómic. ¿De dónde surge esa pasión?
–Llevo leyendo cómic más de 40 años y tengo más de 30.000 ejemplares. Como siempre digo, mi madre se leía El cachorro y de alguna forma me pasó vía genética ese amor por los cómics. A mí me interesan todos los géneros, desde el español hasta el europeo, el japonés, el estadounidense o el canadiense. Cuando voy a un país, lo primero que hago es acercarme a una librería de cómics y preguntar qué tienen que sea de allí, sepa o no sepa el idioma. Mi tesis doctoral la estoy haciendo sobre cómics y el año que viene se va a publicar en Cátedra una historia del género de superhéroes con la que llevo mucho tiempo.
–Parece que el cómic es un género que está muy vivo ahora en Córdoba.
–Tenemos al menos a dos autores que son referencia a nivel nacional como son Raúlo Cáceres y Andrés G. Leiva. Las diferencias que hay entre ellos explican el abanico tan grande que hay ahora mismo. El primero está metido en el cómic comercial estadounidense con géneros como los zombis, el terror o el erotismo; y el segundo está haciendo un cómic de autor dentro de la tradición europea. En medio hay un montón de gente que está haciendo cosas. Algunos los conozco desde los 80, como a los amigos de Killer Toons, y no dejo de ver a los nuevos ilustradores que están en el círculo de Dinamo. Creo que el cómic necesita en Córdoba un poco más de apoyo por parte de las instituciones y que tuviésemos un escaparate más amplio, como las Jornadas del Cómic que se celebraban antes. Pienso que hay una oportunidad que se está desaprovechando.
–¿En general, cómo ve el momento que vive la cultura en Córdoba?
–La cultura es algo que pertenece a todo el mundo. Luego, hay una serie de personas que se convierten en agentes activos de la cultura y que pueden trabajar tanto si tienen apoyo como si no lo tienen, porque eso es una cosa que haces porque lo llevas en la sangre. Eso no va a faltar nunca en esta ciudad porque hay gente con mucho talento y muchas ganas que pelea por una idea de cultura. Al margen de eso, creo que hay un desconcierto bastante grande sobre el tema de la cultura en Córdoba. La cultura no debería ser espectáculo, aunque un espectáculo sí puede ser cultura. La cultura no es un instrumento para atraer turismo, sino una potencia fundamental del ser humano y de la sociedad; una forma de crear lazos dentro de la sociedad. Esta ciudad necesita un plan cultural que sea mucho más amplio y menos frívolo.
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