“En la fabricación de las vacunas no se admiten fallos; pasan un control extremo”
Aurora Jurado. Jefa del servicio de Inmunología del Hospital Reina Sofía
La especialista del hospital cordobés explica las claves de las vacunas, haciendo especial hincapié en que la rapidez con la que se ha hecho la del covid-19 no le quita ni un ápice de seguridad
La Inmunología es la especialidad que estudia los mecanismos del cuerpo frente a las enfermedades infecciosas causadas por microorganismos. En los últimos meses se ha hablado mucho sobre este ámbito de la Medicina debido al covid-19, el coronavirus que ha puesto patas arriba al mundo entero. Con la mirada puesta en la primera vacuna que se ha empezado a distribuir, la de Pfizer, la jefa del servicio de Inmunología del Hospital Reina Sofía, Aurora Jurado, explica las diferencias, los mecanismos, la eficacia y por qué son seguros estos sistemas de inmunización.
–¿Cómo funcionan las vacunas?
–Una vacuna imita a los patógenos y su interacción con nuestro propio cuerpo. Todo ello sin producir la enfermedad, pero provocando una respuesta del sistema inmune. Estas se caracterizan –en líneas generales– por provocar la protección frente a la reinfección por el mismo patógeno.
–¿Son todas iguales?
–No, hay diferencias en cuanto a su modo de producción, en modo de conservación y administración y en el tipo de respuesta inmune que van a desencadenar. Unas vacunas se fabrican utilizando el propio microorganismo atenuado (el virus debilitado); y hay otras en las que el propio microorganismo está totalmente aniquilado (muerto), pero se conservan sus partes, por lo que hasta cierto punto la capacidad para estimular el sistema inmune está íntegra. Otras usan las fracciones del patógeno frente a las que nos interesa desencadenar una respuesta inmune; y hay otro tipo en el que se utilizan vectores normalmente virales a los que les insertamos parte de la información genética frente a la que queremos que se produzca la respuesta del sistema inmune; es una especie de caballo de Troya porque dentro va el material genético del virus que no lleva virulencia. Esta última utiliza las mismas vías para entrar dentro de la célula, simular una infección y producir las proteínas virales, pero sin virulencia. Hay otro tipo en el que se usan ácidos nucleicos, en unos casos ADN y en otros ARN mensajero, que contienen la información para fabricar proteínas del virus que no llevan asociada virulencia para provocar así una respuesta que nos defienda de una posterior reinfección real.
–¿Cuáles son las más avanzadas respecto al covid-19?
–Las de ácidos nucleicos (ADN y ARN) y las de adenovirus (las que funcionan como un caballo de Troya) son las más avanzadas. La de Pfizer es la primera que se autoriza por un organismo occidental (la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios del Reino Unido), pero es bueno e interesante que haya varias vacunas autorizadas con las que se pueda luchar contra la epidemia. Además, así se adecuarán mejor a según qué población. En la fabricación de las vacunas no se admiten fallos, pasan un control extremo, con lo cual hay que estar seguro de que lo que aprueben los organismos, que son independientes, va a estar exento de riesgo.
–¿En que tipo entraría la española?
–Hay varias que se están desarrollando. Una de ellas es precisamente con vectores y se llama vacuna de virus Ankara modificado. El vector es muy seguro porque se ha utilizado en vacunas desde hace muchos años. De hecho, la campaña de erradicación de la viruela se realizó precisamente con una vacuna que llevaba el virus Ankara modificado. Lo que ocurre con ella es que está más atrasada.
–¿Por qué ese atraso, por falta de recursos?
–Hay varios motivos. Primero, porque para desarrollar la parte preclínica se requiere de experimentos en dos tipos de animales. Uno de ellos es el macaco y en España los dos centros de experimentación animal que tienen elementos de bioseguridad suficientes para trabajar con este tipo de virus, que están en Madrid y en La Coruña, no trabajan con macacos, con lo cual hay que depender de otros centros. Por otra parte, por ejemplo en el caso de Pfizer, tiene una infraestructura muy consolidada de producción de medicamentos y vacunas. Lleva más de 100 años haciéndolo, por lo que tiene mucha experiencia. Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson son empresas comerciales, privadas. Sin embargo, la vacuna española se está desarrollando por organismos públicos que no tienen esa infraestructura de producción.
–¿Cuál es la vacuna ideal?
–Aquella que es segura, pero además pudiese administrarse en una sola dosis. Como guinda, por supuesto, que fuese preferentemente inhalada, aunque las intramusculares funcionan bien. Digo inhalada porque el covid-19 es un virus respiratorio y el mejor momento para bloquearlo es a la entrada al organismo a través de las vías respiratorias. También debe provocar una buena respuesta inmune humoral de anticuerpos neutralizantes, que son los que van a estar patrullando para bloquear la entrada al virus, y una buena respuesta celular.
–Hay mucho escéptico sobre la eficacia de las vacunas del covid-19 más avanzadas, sobre todo porque su desarrollo ha sido muy rápido. ¿Hay algún tipo de peligro?
–Antes de que una vacuna salga al mercado –como pasa con cualquier medicamento– pasa por un control y regulación extrema y en el caso del covid-19 no se va a hacer una excepción, está siendo exactamente igual. Sí se está haciendo de una manera más rápida. El desarrollo de un fármaco o una vacuna conlleva una serie de pasos legales y en cuanto a la fabricación muy largos. Gran parte de ese proceso es así de largo precisamente por los mecanismos de control, que lo enlentecen. En este caso, se está haciendo igual, pero más deprisa. Es como si tienes que hacer una carretera y la haces solo con un grupo de trabajadores que está de turno de mañana. Si la carretera tienes que tenerla para antes de una determinada fecha, pones tres turnos de trabajadores, y además que los ingenieros y el maestro de obras vigilen continuamente que se esté haciendo bien. Eso no le resta seguridad al proceso. Además, ha habido otros aspectos que han favorecido que se pueda desarrollar en poco tiempo. Y es que para los estudios preclínicos, que normalmente lleva años hacerlos, se han podido aprovechar los estudios que se desarrollaron para la vacuna del MERS y del SARS-CoV, que fueron epidemias que se produjeron entre 2003 y 2012, pero afortunadamente los virus desaparecieron y las vacunas no siguieron adelante. Aparte, se ha utilizado la estrategia de solapar fases: cuando se acaba una, al mismo tiempo se van emitiendo y evaluando resultados y si hay seguridad, se empieza la siguiente fase aún sin estar terminada la primera. Se solapan solo en aquellos aspectos en los que se pueden solapar, de manera que la prolongación en el tiempo ha sido menos extensa. Se ha puesto mucho interés tanto por parte de las farmacéuticas como de los organismo reguladores, que han ido haciendo una revisión en continuo. Eso no quiere decir que cuando se acabe la fase 3 no revisen el expediente al completo.
–¿Qué eficacia mínima tiene que tener una vacuna?
–La eficacia se mide de varias maneras. Lo primero que se le pide es que sea completamente segura. Una vacuna se parece mucho a un fármaco, pero no es un fármaco en el sentido de que no es para tratar una enfermedad, sino para prevenirla. Por tanto, las condiciones de seguridad que se le piden son todavía mayores porque se van a poner a personas que no están enfermas. El rigor que se tiene con cualquier efecto adverso de una vacuna es aún mayor y lo que se pide es que el balance riesgo-beneficio caiga del lado del beneficio de manera abrumadora. Las condiciones para que haya inmunidad de rebaño dependen del virus y de su capacidad de transmisión. En general, se sitúa en torno al 80% de eficacia.
–Antes del covid ya había un incipiente movimiento antivacunas. ¿Cree que de alguna forma se puede reforzar ahora?
–Sería triste. El aporte que las vacunas han hecho a la humanidad es inconmesurable. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que pueden haber evitado la muerte de 1.500 millones de personas en el mundo. Las vacunas evitan al año tres millones de muertes, fundamentalmente de niños. El peso de esas cifras lo dice todo y denota que el movimiento antivacunas es pernicioso y poco solidario. Que haya cierto resquemor a la vacuna del coronavirus es completamente diferente. Son movimientos distintos y el tipo de personas que los conforman también lo es. Es normal que ante un virus nuevo y una vacuna nueva se pueda tener resquemor; es un sentimiento humano. Por eso, yo distingo claramente la precaución ante una nueva vacuna producida en poco tiempo, cosa perfectamente lógica y muy diferente del lobby antivacunas.
–¿Qué enfermedades se han erradicado gracias a la inmunización?
–Erradicarse completamente la viruela. Está casi en vías de erradicación la polio y hablo del mundo en general, no solo de los países desarrollados. En la práctica, en el mundo occidental hay muchas eliminadas. Hay vacunas para la difteria, tétanos, tosferina, viruela, varicela, rubeola, sarampión, neumococo, meningitis… simplemente me estoy acordando del calendario vacunal. Frente a todos esos microorganismos nos vacunamos nosotros y nuestros niños y no tenemos ningún reparo. España tiene una tasa de vacunación de en torno al 95%. Espero que sigamos en esa tónica. Aquí los movimientos antivacunas son anecdóticos, es algo completamente extraño a nosotros, importado de fuera, y no tiene nada que ver con nuestra manera de pensar y de ver la vida.
–¿Qué ocurre dentro de nuestro cuerpo cuando nos inyectan una vacuna y por qué surgen reacciones?
– Porque estamos introduciendo unas proteínas, la mayoría de las veces frente a las que queremos que se inicie una reacción de nuestro sistema inmune. Lo que se produce de forma local y a veces con unas décimas de fiebre es precisamente la reacción de nuestro organismo. Tendemos a ver la fiebre como algo horrible, pero no deja de ser un síntoma de que nuestro sistema inmune está funcionando.
–¿Cuánto se suele tardar en hacer una vacuna?
–Depende. Entre cinco y diez años. A veces, como pasó con el MERS y el SARS-CoV, se detienen porque el microorganismo desaparece. Hay patógenos frente a los que todavía no hay una vacuna disponible, por ejemplo en la tuberculosis en adultos, hepatitis C, malaria, VIH… Llevan años intentado hacer una vacuna efectiva para el VIH y todavía no se ha conseguido hacer una suficientemente efectiva. Mueren 700.000 personas al año por este virus, 400.000 de malaria y un millón de tuberculosis.
–¿No se ha conseguido por la dificultad o porque no hay presupuesto suficiente?
–Por la dificultad. No siempre se puede conseguir una vacuna efectiva. En el caso del VIH es especialmente doloroso porque infecta las células del sistema inmune, con lo cual desarrollar una respuesta contra él es mucho más difícil que frente a otro tipo de microorganismos.
–¿Qué papel estáis teniendo los inmunólogos en las unidades covid y en todo el proceso de la enfermedad?
–Nosotros estamos siguiendo a nivel asistencial las poblaciones linfocitarias, es decir, qué tipos de linfocitos están actuando frente al coronavirus y cuáles se están viendo afectados por su acció. El coronavirus, entre otras cosas, en los casos graves afecta también al sistema inmune y produce una linfopenia, una disminución de los linfocitos en sangre y sobre todo de aquellos que tienen que luchar contra el virus. Además de esta linfopenia se produce lo que se llama “tormenta de citoquinas”, que confiere especial gravedad a estos casos que tienen mala evolución. Desde el laboratorio de Inmunología monitorizamos esta tormenta de citoquinas y las poblaciones linfocitarias. Cuando se empiece con la vacuna, veremos la respuesta celular en los pacientes vacunados y en los que han superado la infección.
–¿El servicio de Inmunología del Reina Sofía tiene en marcha algún estudio sobre el covid-19?
–Participamos en un estudio multicéntrico en dos fases coordinado entre el hospital de Valladolid y por el Reina Sofía. Ya está publicado y refleja las características clínicas, los parámetros de laboratorio y sobre todo inmunológicos de los pacientes en función de la gravedad de la enfermedad. La segunda fase se está escribiendo ahora. Luego, tenemos otro proyecto en desarrollo que trata de ver la respuesta inmune frente al coronavirus, tanto la inmunidad innata como la adquirida, en pacientes hospitalizados.
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