La gitana que resucitó el baile de la Amaya y agonizó en la Copla
Cordobeses en la historia
Ana Carrillo Mendoza, 'La Tomata', nació en la plaza de los Gitanos, bailó en las tabernas de la Judería y los grandes tablaos de España y convirtió su existencia en una interminable soleá
MIGUEL de Molina se exiliaba a la Argentina y triunfaba Juanita Reina; las folclóricas de la canción española comenzaban a "levantar el brazo", hiriendo de muerte la copla como diría Vázquez Montalbán, y Córdoba vibraba con Belmonte, Pepe Luis Vázquez y Manolete, en habitaciones con derecho a cocina. Dicen que en esta Córdoba del 40, el 41 o el 45 nació Ana Carrillo Mendoza, La Tomata. Pero la fecha cierta es el 17 de abril de 1942, siendo bautizada en el Sagrario el 20 de diciembre de 1945, según el certificado eclesiástico del flamencólogo Rafael Guerra. El mismo documento recoge a Ramón Carrillo, tratante de ganado, y Modesta Mendoza, como sus padres. Jiennenses eran los abuelos Antonio y Crispina; cordobeses de pura cepa Manuel y Dolores, y todos gitanos. Vivieron en la plaza de la Alhóndiga, junto a la Casa del Pueblo que diseñara Azorín Izquierdo. Allí criaron a Rafael, Crispina, Manuel, Antonio (El Colilla), Salud, Juan y Ana, que llevó el apodo de La Tomata desde chiquita porque un tío carnal de Linares dijo al conocerla que la niña parecía un tomate.
Ana Carrillo creció entre los escasos pucheros de arroz, patatas y bacalao o las cocinas económicas repartidas por la ciudad, entrando y saliendo de las casas de vecinos de la Judería, las tabernas y los cubiles de Cardenal González, en donde las mujeres volcaban su maternidad frustrada en los hijos de otras; a escondidas de la madre, junto a las guitarras y las gargantas flamencas en los 50. Coincidiendo con la apertura al turismo, la creación de los primeros hoteles de lujo o el Zoco de la calle Judíos, el padrastro de Rafael Merengue, Antonio Romero, la incluyó en la nómina de artistas que entretenían a los viajeros de noche y a los señoritos hasta el amanecer. Entre estos últimos, estuvo un novillero, hijo del propietario de una firma funeraria, José Moreno Corpas, conocido por Pepín Moreno, o Bello. El galán treinteañero de copla enamoró a la niña y, como en una letra de León o Quiroga, se saltaron las reglas payas y gitanas. La Tomata era ya la bailaora más impactante de Córdoba y su fama traspasaba las lindes de Andalucía cuando se anunció la llegada de su hija María José. Le impusieron los apellidos de la madre y la llamaron por el nombre que quiso el abuelo Ramón, Tamara.
Pepín Moreno no reconoció legalmente a la niña, aunque nunca dejó de verlas. La madre siguió bailando por los tablaos de Córdoba. Así, encandiló al dueño del Corral de la Morería de Madrid al verla actuar en un cabaret de Cercadilla embarazada casi de nueve meses. Cuando Tamara nació, el 10 de agosto de 1961, a La Tomata la esperaban en la capital del reino, en donde triunfó, también en Los Canasteros, actuando para personalidades destacadas, incluidos los familiares del general. Los críticos madrileños aseguraban que después de Carmen Amaya sólo había nacido La Tomata y, cuenta el archivo de Rafael Guerra que tuvo más de un recibimiento oficial en la estación de Atocha con banda de música.
Su estética racial y sensual cautivó al público, y el cuerpo de la bailaora inspiró a los modistos más célebres de la época, que llenaron su armario de modelos exclusivos y el álbum de su hija de fotos bellísimas, en donde La Tomata brilla entre actrices y compañeras de escenario como Carmen Sevilla o Lola Flores, que la llevó con ella a La Pagoda Gitana de Marbella, y en Málaga grabó su disco La Tomata. Luciendo una de aquellas firmas, la detuvieron en Córdoba por escándalo público "de lo guapa que era y lo bien vestida que iba", cuenta Tamara.
Ana Carrillo lo tuvo todo fuera de Córdoba, salvo el corazón, que se le quedó aquí. Con Pepín Moreno volvió a las noches de bohemia y a los jornales inseguros; a las idas y venidas, al sinvivir por el novillero. En una de aquellas noches de regreso, buscó a su hombre por las tabernas y quiso verlo a solas, pero como en la soleá que siempre le arrancaba el vino, la muerte los acechó camino de la Sierra. El coche prestado se estrelló en las Ollerías. Él falleció en el acto, con 31 años, y ella, con 21, empezó a morirse en la madrugada del sábado 11 de abril de 1964.
Siguió siendo la más grande, incluso para La Farona, y no había flamenco puro en Córdoba sin su presencia. Llenaba los bares y tabernas que frecuentaba; gente anónima y conocida llegó a considerarla su amiga, como Sancho Gracia (compañero en un capítulo de Curro Jiménez), Paco Rabal o Ana Mariscal, con quien rodó Los duendes de Andalucía en 1966. Pepe Molina le escribió la letrilla más hermosa: "Torre de melena muerta/con embrujo de gitana/acaso crees que los muertos/se reflejan en tu cama".
Años después dejó su vivienda del Sector Sur a su hija porque no podía vivir sin la Judería. En los poyetes de la plaza de los Gitanos, en la verbena del Triunfo o el Alcázar Viejo, se la veía agradeciendo con una sonrisa el saludo y la admiración. Y aunque llegó a casarse (el 14 de agosto de 1980 en San Martín de Porres) con Antonio Rafael González Colsen, siguió fiel a su soleá: "Llevo en la fecha el dolor/de aquella noche fatal…/Que no lo veo llegar/Que no lo veo venir". Y en su soledad elegida murió el 26 de diciembre de 2007. Su amigo Rafael Guerra, que nunca la abandonó, y Tamara regaron la Judería con sus cenizas y él solicitó en 2008 la calle que acaban de rotular con su nombre.
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