¿Qué hacemos con el turismo?

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Gestión. El número de visitantes cae en Córdoba mientras sus principales competidoras ganan adeptos, todo ello en medio de un ambiente enrarecido entre lo público y lo privado

Turistas visitan un patio el pasado mes de mayo.
Turistas visitan un patio el pasado mes de mayo. / Juan Ayala
Noelia Santos

08 de julio 2018 - 02:32

Si de algo sabe Córdoba capital es de patrimonio y cultura. A la ciudad le ha valido su apellido califal para atraer a los turistas sin necesidad de hacer casi nada. La Mezquita-Catedral como eje vertebrador, el Casco Histórico como continuación y su Mayo Festivo como explosión le han servido a la ciudad para ser polo turístico durante muchos años. Ahora Medina Azahara se suma a la lista y habrá quienes suspiren aliviados pensando que existe un revulsivo con el que sanar los malos datos.

Y es que la inactividad no perdona. Aunque la materia prima parezca casi inagotable, nadie puede dudar de la responsabilidad que tenemos todos para con el patrimonio y el turismo que éste genera. Hemos estado celebrando el millón de visitantes recibidos durante tres años seguidos, tres años en los que esos mismos turistas no pasaban ni dos noches en Córdoba, a veces tan siquiera una.

Las consecuencias empiezan a verse ahora. El arranque del año trajo consigo unos datos que en este tirón de recuperación económica parecían impensables. El turismo pinchaba mes tras mes y mayo estaba a la vuelta de la esquina, agazapado, esperando su momento. Factores muy simples podían justificar la bajada de turistas. Las lluvias no son buenas acompañantes de las reservas hoteleras, el buen tiempo no llegaba y la Semana Santa lo hacía demasiado pronto.

El sector lo advertía: "Esto no va a mejorar". Y no lo hizo. La Cata es un evento por y para los cordobeses. Las Cruces arrancaban pasadas por agua. Los Patios aguantaban el tirón como podían. La Feria se mostró terriblemente suave. Mayo, el mes de las esperanzas depositadas, no salvaba los muebles.

Mientras tanto, se hacía evidente la mala relación entre el sector turístico y el responsable municipal del área, Pedro García. Los primeros acusaban a la administración, especialmente a la local, de no promocionar lo suficiente una ciudad con un potencial como Córdoba. Desde el Ayuntamiento se hablaba de la necesidad de tener un turismo de calidad, por encima de uno de cantidad.

Y, en medio de todo eso, una economía muy dependiente del turismo que veía cómo el mantra de la gallina de los huevos de oro empezaba a desmoronarse. Pero no está todo perdido, ni mucho menos. Los especialistas en la materia han aportado muchas claves con respecto a este tema y han incidido en la necesidad de acometer acciones urgentes para remontar la mala racha. La labor de llevarlas a cabo no recae únicamente en la administración pública, aunque el mayor porcentaje está en su mano, especialmente en todo lo relacionado con inversiones presupuestarias. Depende también del sector público el control de la rápida proliferación de vivienda turística irregular. Pero que no se olvide, esto no es una problemática exclusivamente de Córdoba, sino de toda España, y no todas las ciudades ven decrecer su economía turística por esta razón. Mano a mano con la administración debería estar también el sector privado. A nadie se escapa que la hostelería es una de las principales beneficiarias del turismo, y no hay mejor ejemplo que la fiesta de los Patios y todo lo que genera a su alrededor.

Replantear el turismo sería una de las claves. ¿Qué turismo queremos? Uno en el que el apelativo turista no pueda ser sustituido por el de excursionista. Un turismo en el que el patrimonio no se explote de manera incontrolada -véanse las últimas declaraciones sobre Medina Azahara- y en el que la vecindad que se vea afectada por el mismo tenga algo que decir al respecto.

El primer paso, eso sí está claro, es entender que todos debemos ir en la misma dirección. Saber que el turismo beneficia a toda una ciudad -siempre y cuando se gestione bien el pastel que se cocina con él- y que, por lo tanto, toda la ciudad debe ser tenida en cuenta, al tiempo que hay que reconocer nuestra parte de responsabilidad. El trabajo en esta dirección debe imperar por encima de los intereses de unos y otros. Dejar a un lado las rencillas (o algo más) que en este asunto broten. Tener en cuenta que hay que devolverle a la ciudad en forma de buena gestión el patrimonio que ella nos ha dado.

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