La hija del terrateniente que alcanzó la santidad
Cordobeses en la historia
Rafaela María Porras y Ayllón nació rica y acomodada, observó de cerca la miseria y empleó su patrimonio y su vida en cumplir dos premisas: enseñar al que no sabe y dar de comer al hambriento

CUANDO 1850 estrenaba el primer día de marzo, alguna "manta" de bizcocho enrollada en un lazo rosa, cruzaría los dinteles de molinaza de la casa de doña Rafaela Ayllón Castillo. El regalo que las perabeñas ofrecen a las recién nacidas llegaba para la décima hija de los 13 que engendrara donde hoy se levanta el templo de las Esclavas del Sagrado Corazón. Ocurría en el seno de una de las familias más influyentes de un pueblo agrícola, de tradición jornalera.
El marido, Ildelfonso Porras Gaitán, el terrateniente e hijo del alcalde, era padre ya de Francisco, Antonio y Ramón. Los futuros herederos lo serían también de los privilegios políticos de una saga que llevaría al último de ellos al Senado y a la presidencia de la Diputación Provincial de Córdoba. Aquella familia adinerada atesoraba también el capital de la cultura y la coherencia con el cristianismo; herencias que recibe y cultiva desde muy niña Rafaela María Porras y Ayllón, junto a su hermana Dolores, cuatro años mayor que ella.
De la formación de ambas se encarga el maestro del pueblo, don Manuel Jurado sin que -en palabras de la cronista González Puentes- se conozca "que tengan una existencia apartada, debido a su posición social". La situación socioeconómica les procura un buen bagaje cultural y múltiples viajes a Madrid, Cádiz o Córdoba donde las adolescentes son acogidas por la alta sociedad. Para entonces, los últimos estertores de epidemias del siglo XIX, habían reducido considerablemente la población perabeña. La familia Porras-Ayllón, lejos de permanecer ajena a la tragedia, participó activamente en el cuidado de enfermos, hasta el punto que don Idelfonso, alcalde en ese momento, muere infestado por uno de ellos. Su viuda -que ya había perdido a cuatro hijos y vio morir luego a tres más- mantiene el mismo espíritu, dedicando también una atención especial a los más necesitados, labor de la que participan las niñas y en la que se vuelcan más activamente tras el fallecimiento de la madre.
Dolores tenía 23 años y Rafaela María, 19. Esta última recordaría luego que, junto al cadáver, prometió "no poner jamás mi afecto en criatura alguna terrena. Y Nuestro Señor, al parecer, recibió mi mensaje, porque aquel día me tuvo toda ocupada en pensamientos sublimísimos de la vaciedad y la nada que son todas las cosas de la tierra…". Así fue como aquella adolescente, hermosa, agradable y culta, dio la espalda a todos los eventos sociales propios de su edad y condición, replegándose a la casa habitada antaño por una familia numerosa. Ahora, sólo convivían allí ella, Dolores y su hermano Enrique, muerto tres años después, a los 24.
En la orfandad, su patrimonio despierta la codicia en su entorno a la vez que incrementa la vocación en su interior. Esta aflorará sin tapujos con la llegada de un nuevo párroco: José María Ibarra. Pero a la familia de las jóvenes empieza a inquietarles aquella entrega absoluta al prójimo. Mueve todos los hilos y consiguen expulsarlo en 1873. Ese mismo año, Dolores y Rafaela intentan sin éxito entrar en las Carmelitas. Ya en 1874 consiguen ingresar en las Clarisas, esquivando a los familiares, y posteriormente se decide su traslado a la Visitación de Valladolid. Pero la llegada de un sacerdote guatemalteco, Antonio Ortiz, las deriva a las Reparadoras de Córdoba, donde abren el convento en una casa de la calle San Roque, propiedad de la familia Porras y visten por fin hábitos en junio del año 1875.
María del Pilar (nombre que toma Dolores) y María de Nuestra Señora del Sagrado Corazón (que sería el de Rafaela) formaron la comunidad de María Reparadora donde esta última sería superiora. Pero su espíritu (basado en el culto eucarístico y la enseñanza) no cuenta con el beneplácito de la Córdoba más conservadora ni del obispo, Ceferino González, quién decide cambiar sus estatutos. En febrero de 1877, ante las presiones, las monjas huyen de Córdoba dejando un rastro de rumores. Se refugian en el hospital de las hermanas de la Caridad de Andujar y, dos meses más tarde, se habían alojado en un local de alquiler en Madrid. Desde allí, Dolores se traslada a Roma de donde trae el beneplácito definitivo de la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, con Rafaela como fundadora, primero en Madrid y luego en la plaza de San Juan de Córdoba. Pero en el meridiano de su vida, los días se le empañaron por los despropósitos de su hermana Dolores que en 1892 comenzó a desaprobar su gestión, dándole la espalda. Con la anuencia de toda la comunidad logró la renuncia de Rafaela, argumentando su incapacidad mental. Tenía 42 años, se recluyó en Roma y allí pasó los 33 restantes de vida.
Santa Rafaela María del Sagrado Corazón sobrevivió casi una década a Dolores y murió un 6 de enero de 1925, a los 75 años. Pío XII la beatificó y Pablo VI la canonizó en enero de 1977. Su cuerpo se quedó en Roma, pero su obra creció y se expandió por Jerez, Zaragoza, Roma, Bilbao, Sevilla, Valladolid, Burgos o Buenos Aires, llegando a alcanzar casi 70 casas en España, 10 en Italia o seis en Estados Unidos, amén de las existentes en el Reino Unido, Francia o Sudamérica. Hoy una calle de su casa natal en Pedro Abad y otra en El Brillante cordobés llevan su nombre.
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