Hipocresía y espíritu navideño
Humanidades en la Medicina
Existe la antítesis del espíritu navideño, el 'Bah Humbug syndrome', una actitud de rechazo hacia estas fiestas
El poder de la necropolítica
Córdoba/Como todos los años, la Navidad parece cargada de forma imperativa de buenos propósitos, pero ¿sólo la semana festiva? Y el resto del tiempo, ¿cómo lo hacemos? ¿cómo lo vivimos?
Tenemos la obligación moral de ser bondadosos, comprensivos, acordarnos de las personas que lo están pasando mal, de las que faltan, pero ¿esto es la Navidad? ¿O hay algo más?, porque como manifestación religiosa es una de las fiestas más importantes en la historia de los pueblos al recordar al hijo de Dios, rodeándola de un halo estimulante para, quizás, alcanzar la humanidad tan necesaria en este mundo.
Esta celebración tiene su origen en las Saturnales del Imperio Romano, fechadas desde el 17 al 24 de diciembre. El día 25 de diciembre se dedicaba el culto al Sol Invictus, cuyo nacimiento marcaba el solsticio de invierno y origen de la palabra Navidad, de nativitas (natividad). La celebración de la Navidad comenzó a ser reconocida en el siglo IV, cuando el emperador romano Constantino el Grande, con el Edicto de Milán, declaró al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano.
También en esta época se hacían regalos, banquetes, rifas, en un ambiente de condescendencia que no había en otra época del año y similar a nuestras fiestas.
Como vemos, no es nuevo el concepto del llamado espíritu navideño, fenómeno muy extendido desde hace siglos, donde se mezclan sentimientos encontrados de alegría, tristeza, regalos, comida, emociones que los científicos buscan con las técnicas más sofisticadas a su alcance.
Estos sentimientos se han objetivado con el uso de las nuevas tecnologías, entre ellas la Resonancia Nuclear Magnética Funcional (RNMf), que permite cuantificar la activación de las áreas cerebrales ante estímulos específicos, localizando los centros implicados en las emociones y funciones del cerebro humano.
En este contexto, en un estudio realizado por la Universidad de Copenhague y publicado en el British Medical Journal (BMJ) a dos grupos de personas, y comparando a los que han celebrado la Navidad desde su infancia con aquellos que no la han vivido, se ha comprobado el resultado diferente en las imágenes obtenidas en las RNMf, captando la reacción a la exposición de imágenes navideñas o celebraciones de estas fiestas. Las áreas cerebrales implicadas comprenden varias áreas corticales, los lóbulos parietales, la corteza premotora y la corteza somatosensorial. Pensamos que este comportamiento imagenológico no es exclusivo de la Navidad, por lo tanto, hemos de verlo con muchas limitaciones, aunque sí sirve para ir avanzando en la comprensión de las emociones.
Las fiestas de Navidad nos transportan a reuniones de amigos y de trabajo, en un contexto social que nos involucra de alguna manera desde el punto de vista neurobiológico a interconectarnos de forma activa con la liberación de neurohormonas específicas del eje hipotálamo-hipofisario. Tanto es así que podría hablarse de “ritmo biológico navideño”, desencadenado por condicionantes externos y activando el circuito de recompensas, fundamentalmente la oxitocina, junto con la dopamina y la serotonina.
Pero no todo es tan fantasiosamente bonito, existe la antítesis del espíritu navideño, el Bah Humbug syndrome, o una actitud de rechazo por malos recuerdos, peleas familiares u otros eventos desagradables que amargan la celebración de estas fiestas. Casi siempre nuestras reacciones obedecen a respuestas aprendidas a unas determinadas vivencias, o lo que se denomina “predicción interoceptiva”.
El nombre de Bah, se dio en alusión a un personaje que detestaba la celebración en la obra Cuento de Navidad, de Charles Dickens, escrito en 1843.
Otra obra en el recuerdo es la de Theodor Seuss Geisel, autor de ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, cuento para niños pero aprendizaje para adultos, en forma de sátira, publicada en 1957, donde se censura la Navidad o más bien su sentido comercial, con una inteligente crítica al consumismo. En él podemos ver la antinavidad y el espíritu navideño, dos circunstancias divergentes encontradas.
Este espíritu navideño está tan desvirtuado que, entre el afán desmedido de consumo y la idea preconcebida de aparente paternalismo, puede convertir estas fiestas en unas celebraciones fingidas, si no hipócritas, materializadas sobre todo por los que ejercen el poder a pequeña o gran escala y que utilizan estos acontecimientos para mostrarse generosos cuando en la práctica general son atrevidamente represores y resentidos, cuando no vengativos.
Pero todavía nos queda la esperanza de un mundo mejor basándonos en el Efecto Pigmalión, mito griego en el que el escultor se enamoró de su estatua creada y con tanta idealización acabó dándole vida a la escultura. Este fenómeno es positivo cuando deseamos e infundimos y perseveramos en que una persona puede hacer el bien y de esta forma la tratamos.
Puede ser una oportunidad que se nos brinda para reflexionar sobre nuestras acciones e impulsarnos a realizar una autocrítica de nuestras contradicciones.
Rechazar la hipocresía en estas fiestas nos mete de lleno a buscar un equilibrio entre lo verdadero y lo superficial, y entrar en el espíritu navideño real sin desechar la paz y la generosidad, devolviéndonos la fe en la condición humana. El verdadero espíritu navideño se puso de manifiesto por un montón de ciudadanos anónimos ante el desastre de la DANA pasada, donde su generosidad y humanidad traspasó todas las fronteras, dando lo mejor de ellos mismos.
No importa cómo celebres la Navidad, pero siempre habrá un motivo para estar feliz.
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