Impulsos románticos
Orquesta de Córdoba | Crítica
La ficha
***** Primer Concierto de Abono. El año de 1808. Programa: Bedrich Smetana, Obertura de La novia vendida; Giovanni Bottesini, Gran dúo concertante para violín y contrabajo; Ludwig van Beethoven, Sinfonía n. 5 en do menor, op. 67. Orquesta de Córdoba. Director: Salvador Vázquez. Isel Rodríguez, violín. Nazaret Kiourtkchian, contrabajo. Fecha: Viernes 11 de octubre de 2024. Lugar: Gran Teatro. Media entrada
El primer concierto de abono de la presente temporada de la Orquesta de Córdoba, al que asistí en su edición del viernes, me pareció una preciosidad de principio a fin. De principio a fin de la música: la lúgubre locución inicial que invita a disfrutar del espectáculo y a contarlo luego fuera (una especie de “ahora vas y lo cascas”) es manifiestamente mejorable en el fondo y en la forma. Pero vayamos a lo importante.
Señoreado por la apasionante Sinfonía n. 5 de Beethoven, cuya fecha de creación dio título a la velada (El año de 1808), el programa incluyó también en la primera parte dos obras deliciosas: la obertura de la ópera La novia vendida de Bedrich Smetana y el Gran dúo concertante de Giovanni Bottesini, el Paganini del contrabajo.
Bedrich Smetana (1824-1884) compuso la Obertura de La novia vendida bastante tiempo antes que la ópera misma, por lo que no incluye los habituales motivos característicos de los personajes. Más bien crea un trepidante clima sonoro que prepara el ánimo para el argumento bufo que la ópera habrá de desarrollar. Hay quien afirma que esta brillante pieza no solo preludia esa ópera, sino toda la tradición de la música culta checa. La Orquesta de Córdoba y su flamante director ofrecieron una versión virtuosa, de conjunción impecable y especialmente vibrante. Plena de impulso romántico. Desde los motivos sincopados introductorios y el inspirado fugado de la cuerda hasta los ritmos de danzas bohemias de los vientos y la brillante conclusión, los músicos de la formación cordobesa convencieron mucho.
Por si quedaran dudas sobre la excelente calidad de los miembros de nuestra orquesta, llegó el Gran dúo concertante para violín y contrabajo del compositor y contrabajista lombardo Giovanni Bottesini (1821-1889) con dos solistas de la casa: la concertino Isel Rodríguez (violín) y el ayudante de solista Nazaret Kiourtkchian (contrabajo). Ambos no solo lucieron su impresionante solvencia técnica, sino que potenciaron enormemente todas las cualidades de una obra imaginativa y emocionante, llena de sensibilidad lírica y dramática. Plena, también ésta, de impulso romántico. Me pareció sentir una inmensa gratitud en los largos aplausos del público por esos momentos mágicos de belleza, patetismo y triunfo, hilvanados con encanto y gracia, cualidades ambas del arte italiano.
Y llegó el monumento, la obra que acaso lleva dentro el germen de todos los impulsos románticos: los mostrados en la primera parte de la velada y muchos otros. El motivo de cuatro notas con que arranca (y, en cierto modo, se construye) la Quinta de Beethoven, es ante todo un pretexto para el arte del desarrollo romántico. Poco importa que tradujera la llamada del destino o procediera, como dijo Carl Czerny (1791-1857), de un pájaro escuchado en el campo. Lo grandioso (y es la grandeza también de la gran música culta) es lo que Beethoven hace con él. El arte del desarrollo musical, esto es, de la transformación infinita de un material musical inicial para contar una historia sin palabras, fue una herencia que le dejó Joseph Haydn (1732-1809) a Ludwig van Beethoven (1770-1827). El genio de Bonn le añadió el definitivo empuje romántico. La estupenda versión escuchada el viernes en el Gran Teatro estaba movida por ese mismo impulso pasional, el cual me pareció igualmente ser una de las claves del estilo de dirección de Salvador Vázquez. ¡Seguiremos escuchando!
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