El 'divo' internacional que acogió y fraguó el Hermano Bonifacio

Cordobeses en la historia

Pedro Lavirgen Gil vio la luz en Bujalance, conoció el solárium de San Juan de Dios, los exámenes de Magisterio por libre y el éxito como tenor sobre los grandes escenarios del mundo

Pedro Lavirgen en una de sus numerosas interpretaciones de 'Carmen'.
Pedro Lavirgen en una de sus numerosas interpretaciones de 'Carmen'.

26 de agosto 2012 - 01:00

AQUEL jueves 31 de julio de 1930 la Banda Municipal de Córdoba interpretaba Weber y Schubert en los Jardines de la Agricultura. En el Parque Recreativo de Verano se representaba la comedia Boy con Tarsila Criado y Juan de Orduña. La silla costaba 2 pesetas, la grada 40 céntimos y un dólar equivalía a 8,94 pesetas. En Bujalance, ese mismo día, Marcelina Gil daba a luz al quinto de sus hijos, Pedro, en el número 24 de la calle Zarcos. Con Antonio Luis Lavirgen, su marido, había tenido ya a Francisco, Juana, Bartolomé y Ana María; poco después nacerían Agustina y Antonio Luis.

Los primeros años de los hijos quedaron marcados por el verano del 36, la huida de su pueblo natal y la llegada a la provincia de Jaén, en donde vieron morir de hambre al hermano recién nacido, Rafael. Allí, otra aparente desgracia, la caída de Pedro, sería decisiva para la carrera de este gran hombre. Corría el año 1937. Entre las gentes que inspiraron El niño yuntero de Miguel Hernández, el chavalillo de Bujalance, con su pierna enferma y sin cura, imaginaba un mundo mejor, lo componía y lo cantaba, mientras los demás niños corrían. Así, recuerda ahora, empezó a sentir y a practicar el canto.

Pasada la guerra y las noches a la intemperie, lograron recuperar la casa de la calle Zarcos. La rodilla del muchacho seguía empeorando. El Hermano Bonifacio o "el fraile de los niños pobres y lisiados" (El Día de Córdoba, 19-04-2009), había llegado a Córdoba en agosto de 1935; su Hospital de San Juan de Dios era refugio y sanatorio de niños como Pedro, y Antonio Luis Lavirgen conocía su impresionante labor: "Mi padre hizo todo lo que estuvo en su mano -cuenta el tenor- para ingresarme en San Juan de Dios, donde me operó el doctor Calzadilla". El cirujano tenía poco más de veinte años y el chaval nueve. Con doce aún no le habían enseñado a escribir; sí a conocer las vocales y a hilvanarlas con las consonantes: "Había un niño de Torrecampo y me fue enseñando con los tebeos. Murió allí. También cantaba. Le tomé un cariño grande a él y a otro que limpiaba, creo recordar, con una especie de fregona. Murió con poco más de treinta años. El llanto de los niños fue general", concluye Pedro Lavirgen, reconociéndose en el mismo sentimiento y emoción de entonces, porque, a su juicio, "las personas que son duras gozan poco; prefiero ser así, sensible, a ser inerte".

En el año 40 volvió a Bujalance, de donde no volvería a salir hasta los diecinueve años, en que acabó Magisterio, tras terminar el Bachillerato en Cabra, estudiando y examinándose siempre por libre. Aún tuvo tiempo para entablar una profunda amistad con Antonio Bujalance y con Mario López, del que recuerda una faceta totalmente desconocida del poeta; la de gran nadador. Pedro también practicaba, primero la bicicleta, y luego la natación. Los deportes que los médicos de los 50 aconsejaban a los niños para su rehabilitación.

Su voz no dejó de educarse desde los tiempos del coro en San Juan de Dios, y en su pueblo gracias al carmelita de la parroquia Ladislao Senosiain: "Formaba parte de ese coro y nunca entré en otros géneros, a pesar de que me gusta todo el folclore andaluz. Uno puede parecer presumido, pero esto es un don, y fue una salida espontánea, como Antonio Bujalance con esos dibujos maravillosos que hacía en las escuelas públicas; era ya el dibujante", dice mientras confiesa estar mirando el retrato que preside su estudio de Madrid, pintado por su amigo y paisano. Allí, en el pueblo de ambos, frente a su casa de la calle Zarcos, estaba el colegio de la niña que al cumplir los dieciocho años, y hasta la actualidad, sería su única compañera. Francisca Baena, también integrante del coro de la iglesia, le animó y ayudó a dar el salto a Madrid y tras ocho años de noviazgo y cartas, se casaron.

Habían pasado ya los pocos años como maestro interino en la capital del reino, compaginados con su labor en el Coro de Cámara de Radio Nacional de España, en donde entró por oposición. Otro destino como docente fuera de Madrid, le hizo apostar por la dedicación exclusiva al canto y los estudios de técnica vocal con Barrosa, solfeo y piano en el Real Conservatorio de Madrid y arte escénico en la Escuela Superior.

Desde su presentación como solista en Zaragoza en 1959 con Marina, el éxito de crítica y público comienza a acompañarle en la zarzuela, y en 1964, ya como primer tenor, con la Compañía Lírica Amadeo Vives. Aída le abrió las puertas de la ópera, entre otros, en el Teatro de Bellas Artes de México, al igual que su estreno de Carmen en el Liceo de Barcelona, donde consigue el récord de 19 temporadas consecutivas en la ciudad condal. Viena, el Metropolitan de Nueva York, la Scala de Milán, o el Covent Garden de Londres, se rindieron a su voz excepcional y sus dotes interpretativas. Desempeñó la Cátedra de Canto en el Real Conservatorio de Madrid, mientras ha ido cosechando destacadísimos premios de teatro y Medallas de Oro a las Bellas Artes en Madrid, de la Ópera en México, del Liceo en Barcelona o en Módena. Inspiró la tesis doctoral de Ana Belén Cañizares, Tenor Pedro Lavirgen. Trayectoria de una voz; nada de ello altera su extraordinaria humildad y entrañable cercanía.

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