Las joyas escondidas del Museo de Bellas Artes de Córdoba
Cultura
El centro de la Plaza del Potro tiene más de 5.000 obras en sus fondos, pero expone menos de 200
Su colección de dibujo está entre las mejores del país, con más de 800 piezas
Galería: Algunas de las obras de los almacenes del Bellas Artes
Córdoba/A mediados del siglo XVII, el artista cordobés Antonio del Castillo emprendió una de sus empresas más ambiciosas: la decoración de la monumental escalera del convento de San Pablo, la gran sede de los dominicos en Córdoba de la que hoy se conserva la iglesia del mismo nombre. El rey Fernando III había entregado a la orden los terrenos de la Axerquía en los que establecerían uno de sus primeros conventos, un lugar que con el tiempo sería una importante casa de estudios y foco cultural de Córdoba, y, en reconocimiento de esa donación, para presidir esa escalera Del Castillo pintó la Aparición de San Pablo a San Fernando, rodeado de varias retratos de santos dominicos. Frente al rey santo, en cambio, no había ningún representante de la orden, sino dos santas de especial devoción para los seguidores de santo Domingo: María Magdalena y Catalina de Alejandría, conversando entre claroscuros.
Cuatro siglos después y una desamortización mediante, el diálogo entre las dos santas aguarda el momento de ser mostrado en el Museo de Bellas Artes de Córdoba. Es una de las muchas joyas que este espacio mantiene a la espera de que llegue una exposición temporal, una renovación del discurso museográfico o la necesaria ampliación de un museo que se queda pequeño para una ciudad como Córdoba y para las más de 5.000 obras que tiene en su haber; expuestas hay menos de 200. Solo la colección Romero de Torres cuenta con 1.212 piezas. La mayoría de ellas se mantienen perfectamente organizadas en los almacenes que ocultan las paredes del centro, a la vista y a la vez desapercibidos para la mayoría de los visitantes.
Entre las piezas hay óleos, tablas, esculturas, fotografías, grabados y una imponente colección de dibujo, “entre las mejores del país”, explica el director del Museo, José María Domenech. Perfectamente depositados en muebles preparados para ello y clasificados para su fácil localización, en los almacenes hay más de 800 dibujos, muchos de ellos de gran calidad, suficientes para llenar un centro expositivo propio. Una de las joyas de la corona es una delicada obra de José de Ribera, Sansón y Dalila, considerado uno de los dibujos más interesantes salidos de su mano y que sirvió de preparación para un cuadro del mismo nombre de la Colección Real, perdido como tantos otros en el incendio del Alcázar de Madrid. Los vívidos colores y el detalle en el dibujo de El Españoleto, de gran perfección técnica, son dignos de estar expuestos, como también podrían estar a la vista del público el Tipo árabe de Mariano Fortuny, uno de sus múltiples trabajos sobre tipos y costumbres de Marruecos, o la Obrera catalana de Ramón Casas. ¿Por qué no están entonces en las salas?
“En el caso concreto de los dibujos, no pueden estar continuamente expuestos por motivos de conservación”, explica el director, debido a la acción degradante de la luz, fundamentalmente. Sí que se almacenan preparados para poder pasar a exposición en cualquier momento, cada uno con un paspartú que le permite adaptarse a marcos de tamaño estándar sin tener que manipular el dibujo, y de hecho el museo tiene su sala 1 dedicada a estos fondos. Pero el que una obra se muestre o no también depende de otros factores.
“Todos los museos tienen obras que no se van a exponer”, recuerda. Algunas porque son muy parecidas a las que ya están a la vista del público, otras porque no cumplen los estándares de calidad suficientes para estar en sala y, muchas veces, porque no se insertan en el discurso expositivo del centro. “Más importante que el que haya más o menos obras es que el discurso que se cuenta sea atractivo, todo encaje”. El museo cuenta con una sala para exposiciones temporales que se utiliza fundamentalmente para dar salida a parte de esos fondos propios que no tienen cabida en el discurso general, pero son valiosos, que en la actualidad acoge la muestra por el centenario del fallecimiento del escultor cordobés Mateo Inurria; varias de sus esculturas están habitualmente en los almacenes.
Las obras de Inurria tienen un sitio reservado en las estanterías de unos depósitos que están aprovechados al máximo. Unas estructuras de peines deslizantes permiten almacenar un elevado número de cuadros en buenas condiciones de conservación y perfectamente organizados. En esos peines, que va mostrando Domenech, hay cuadros de José de Ribera, Valdés Leal, Antonio del Castillo, Julio y Enrique Romero de Torres, Fray Juan del Santísimo Sacramento, Rafael Botí… Diferentes autores, épocas y estilos se entremezclan en un espacio que está repleto, al 99% de su capacidad.
Algunos de ellos presentan peor estado de conservación que otros. Para aquellos que necesitan algún retoque antes de poder ser mostrados al público, otra puerta a la vista pero también discreta lleva a la sala de restauración. En ella Gema Tocino, restauradora del museo, trabaja con mimo en la Adoración de los Magos, de Antonio Palomino, retirando los parches antiguos y colocando otros nuevos en las zonas que lo necesitan. “Los parches se guardan, porque cada uno te da información de una época. Al restaurar un cuadro te llevas parte de su historia, de lo que le ha ido ocurriendo y recopilamos esa información, se recuperan y documentan todos los materiales utilizados”, explica la especialista.
La obra está boca abajo mientras Tocino trabaja en ella. Ha tenido todo un proceso previo de radiografías, infrarrojos, un amplio estudio en el que descubrir la intrahistoria de la imagen que ahora se ve. No es la única pieza del taller: también se está trabajando en la Medalla de las Bellas Artes de Mateo Inurria y al fondo se ven sus muñequeras. Cuando estén listas, podrán ser exhibidas.
La colección de Inurria en manos del museo cuenta con 131 piezas. Es una de las varias que nutren los fondos del centro, cuya colección fundacional proviene de la desamortización de bienes eclesiásticos de 1835 y 1836, de algunos conventos de la ciudad como el de San Pablo. A raíz de este proceso nacería precisamente el museo, cuya creación fue refrendada por Real Orden en 1844.
Con el paso del tiempo, se fueron sumando la donación de la Marquesa de Cabriñana (1898); la donación de Ángel Avilés, con 384 piezas (1922); el depósito de Mateo Inurria (1943); la donación Luis Bea Pelayo, con 149 obras (1948 y 1962); la donación de Camacho Padilla, con 93 (1969); y la Colección de la familia Romero de Torres (1991), esta última dividida en artes plásticas, arqueología y artes decorativas, con 1.212 piezas. En el caso de los dibujos, hubo dos compras importantes, en 1897 y 1917.
Falta espacio para todos ellos, como para otras funciones. La biblioteca del museo, repleta de volúmenes sobre historia del arte, artistas, catálogos de exposiciones y todo tipo de fondos se amontona en estanterías en la misma sala que sirve de espacio administrativo y de gestión. No hay sitio para ordenarla adecuadamente.
Hace ya décadas que la necesidad de un nuevo edificio para el Museo Provincial de Bellas Artes está sobre la mesa. La Junta de Andalucía remitió al Ministerio de Cultura un proyecto para el nuevo centro con un discurso museográfico elaborado por la entonces directora del museo, Fuensanta García, y la propuesta llegó a estar en los presupuestos generales del estado cuando Carmen Calvo estaba al frente del Ministerio. Se planteaba la ejecución de un edificio en el entorno de la Calahorra, en un solar ofrecido por el Ayuntamiento de Córdoba. La idea se fue postergando, desapareció de las cuentas estatales. En las últimas ocasiones en que se ha preguntado al Gobierno central por este museo, la respuesta ha sido que el primer paso es buscar un espacio. Vuelta a la casilla de salida. Las 5.000 piezas que esconde el Museo de Bellas Artes tendrán que seguir a la espera.
Temas relacionados
No hay comentarios