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El sueño de Manuel es trabajar en la lavandería del Hospital Reina Sofía. Natalia quiere que le suspendan las prácticas para poder volver. A Candela le costó arrancar, pero ya es una más entre el personal. Y Adrián, con su mirada picarona, se encuentra como pez en el agua entre sábanas, pijamas, entremetidas y batas. Los cuatro tienen una discapacidad intelectual y son alumnos de un módulo de Formación Profesional Básica Específica de Alojamiento y Lavandería que se imparte en el instituto Gran Capitán.
Desde abril están haciendo sus prácticas en este servicio del hospital cordobés, donde hacen las mismas tareas que cualquier trabajador: clasifican la ropa, separan la que viene manchada o la que tiene algún roto, llenan los carros para los diferentes hospitales, doblan las sábanas y pijamas... Están tan integrados y han asumido tan bien sus funciones que les gustaría quedarse y que su futuro esté ligado a la lavandería del Reina Sofía. "Me fascina lo que estoy haciendo aquí", asegura Manuel, uno de los chicos.
Las compañeras (la mayoría son mujeres) los han acogido con los brazos abiertos, ayudándolos y apoyándolos en todo momento. "Me tratan súper bien, son muy cariñosas, atentas, simpáticas, personas que siempre te echan una mano y no me dejan solo en ningún momento, siempre están pendientes de que no me falte de nada; como si fuera su hijo", señala Manuel. Aunque al principio pensaba que no le iba a gustar este trabajo y no se iba "a sentir acogido por nadie", al segundo o tercer día encajó "con todo" y socializó con las compañeras. "Ya he encontrado algo que quiero hacer en la vida, quedarme aquí para trabajar", confiesa.
La idea de hacer las prácticas en la lavandería del hospital surgió de una de las profesoras del módulo, Silvia Carmona, que se puso en contacto con la responsable del servicio, Toñi Santos. Ella, a su vez, se lo dijo a María, la jefa de equipo, y a Teresa Justo, subdirectora de Servicios Generales, a las que les encantó la idea. Tras hacer una visita, cuatro de los siete alumnos del módulo eligieron completar allí su formación.
La experiencia en la lavandería del hospital está siendo muy buena y es que a Silvia le abrieron las puertas desde el primer momento. "Desde que me descolgaron el teléfono han sido todo facilidades", puntualiza. Por eso, está "muy agradecida, sobre todo por el trato hacia ellos; cada vez que vengo, las compañeras no tienen palabras para decirme lo contentas que están y para mí es una satisfacción como profesora, aunque hay que partir de la base de que ellos son estupendos".
"Son unos niños encantadores y además algunos se quieren quedar aquí", apunta Toñi. Tienen el mismo horario que los demás "porque tienen que implicarse en la rutina laboral" y "rotan como todo el mundo", puntualiza. Aunque a algunos de los chicos les costó adaptarse, a los pocos días ya se habían integrado. El personal los ha aceptado "estupendamente" y los cuidan "como si fueran nuestros hijos".
Los dos chicos y las dos chicas tienen entre 16 y 21 años y estarán hasta mediados de junio en el hospital haciendo estas prácticas en las que han asumido las mismas labores que el resto de trabajadoras salvo las de la zona de sucio (la ropa que llega usada), donde hay que utilizar Equipos de Protección Individual (EPI). A cada uno le va gustando hacer una tarea, por ejemplo a Natalia le encanta la parte de las cortinas, donde las doblan y les ponen los ganchos. "Esta experiencia pionera ha sido tan satisfactoria para todo el mundo que merece la pena que se conozca", apunta Teresa Justo.
Ahora, el objetivo de la profesora, Silvia Carmona, es ver la forma en la que estos chicos pueden entrar en la bolsa de trabajo del Servicio Andaluz de Salud (SAS), ya que con el módulo no obtienen una titulación que se pueda convalidar. "Vienen muy bien preparados", añade la responsable del servicio de lavandería, de hecho, "saben mucho más que mucha gente que viene de contrato de la calle". Y es que en el instituto Gran Capitán tienen una pequeña lavandería con una calandra (aparato destinado al planchado automático de prendas planas, como sábanas) y otra maquinaria, además de enseñarles el tipo de ropa que se utiliza en el hospital, hoteles o residencias.
El módulo se incluye en un programa para formar al alumnado con necesidades educativas especiales en las competencias profesionales de un ciclo formativo de FP Básica con el fin de que puedan conseguir la inserción laboral. La ratio es más reducida, entre cinco y ocho chicos, y obtienen un certificado de profesionalidad nivel 1. "Este programa les da la oportunidad de madurar, les da seguridad y habilidades sociales", indica la profesora.
Estos jóvenes tienen que superar un módulo de Aprendizaje Permanente y otro de Comunicación y Sociedad antes de pasar a la formación en centros de trabajo, donde se tienen que adaptar a los horarios y rutinas de las empresas. Sobre la preparación de los chicos, Silvia explica que "tiene siete alumnos y cada uno tiene una dificultad, pero eso no les quita que sean capaces de realizar las actividades". A algunos les puede costar más, pero las ganas que tienen lo compensan. "Sobre todo, hay que tener paciencia con ellos, constancia y, a veces, disciplina, por eso el número tan limitado de alumnos", agrega. "Conforme van aprendiendo, ellos quieren más; cuando han adquirido una destreza, se ven capaces de seguir", concluye.
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