El librero y editor engullido por la bibliofobia de una tierra oscura

Cordobeses en la historia

Rogelio Luque Díaz abrió los ojos al mundo en un tiempo confuso; encontró y vertió la luz en los libros y la edición y murió víctima de la época en que la lucidez comenzó a fusilarse

El librero y editor engullido por la bibliofobia de una tierra oscura

08 de noviembre 2009 - 01:00

AL Sur de la provincia, donde el Barroco cordobés alcanza su más radiante expresión, Bonoso Luque y Ana Díaz eran testigos del ínterin entre la resignación a la pobreza y la consolidación de sociedades obreras, el interclasismo que Lozano Sidro dibujó, y denunció Díaz del Moral. Hubo sociedades solidarias como la Redención del Obrero del Campo, lideradas por comerciantes de zapatos. Ésa era también la profesión con que Bonoso y Ana sacaron para adelante a Juan, Antonio, María, Rafael y, al tercero de ellos, Rogelio, llamado a ser el editor y librero cordobés más destacado del primer tercio del siglo XX.

Rogelio Luque Díaz había nacido en Priego el 15 de abril de 1897; tenía, pues, 22 años al abrir su primera librería en 1919, con su hermano Rafael. Era un pequeño portal en la calle de la Plata que, al año siguiente trasladó a Diego León, ya en solitario, y en 1923, a la calle Gondomar, dejando la editorial en el antiguo local. Allí se publicó la primera Guía Turística de Córdoba.

Fue en ese año de 1923, cuando contrajo matrimonio con Pilar Sarasola, una diplomada en Comercio por la Escuela de Gijón, que le daría dos hijos, Antonio y Rogelio.

La jovencísima esposa se incorporó de inmediato a la librería, sobre la que estuvo la casa familiar, ocupando el antiguo edificio del Banco Hispano Americano. Muy cerca, entre la calle Sevilla y las Tendillas, estaba el café y confitería la Perla, el lugar de las tertulia que el librero compartía con artistas de la talla de López-Obrero, Enrique Moreno El Fenómeno o Fernando Vázquez Ocaña. Muchos de ellos, fueron colaboradores de la revista cultural quincenal Popular cuyo primer número apareció en noviembre de 1925. De ella dice el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona Manuel Aznar Soler que perteneció a esa "otra vanguardia intelectual que, durante los años veinte fue forjando una alianza entre los jóvenes intelectuales orgánicos de la clase obrera" y otros pertenecientes a grupos avanzados "de la pequeña burguesía intelectual". Coincide el catedrático con Jesús González Requena en que fue "la revista más interesante de las publicadas en Córdoba en el periodo de entreguerras", aunque silenciada hasta nuestros días.

Rogelio dirigió Popular desde sus orígenes, con el socialista Vázquez Ocaña de redactor-jefe, a partir de 1927, y Juan Rejano entre sus colaboradores que, con el espíritu de muchos de los escritores de la época, acercaron el lenguaje al nivel de compresión popular. No fue una publicación local ni localista, asegura, pues se vendía en "los principales kioskos de Madrid y Barcelona y en todas las bibliotecas de los ferrocarriles españoles" (sic).

Colaborador de Biblis y el Quijote, en octubre de 1929 edita la revista mensual La Pluma; un catálogo de publicidad de material de escritorio, consejos útiles, crítica literaria y relación de nombres tan valiente como Freud, Gorki o Trotsky, además de Baroja, Blasco Ibáñez o Gómez de la Serna. Y cuenta Rodríguez Hernández que, con otro grupo de eruditos, introdujo en Córdoba el sueño de los intelectuales europeos: la práctica del Esperanto. En esta lengua internacional se había editado, hacia 1911, un folleto y la Gvidfolio tra Cordoba (Guía de Córdoba) y se imprimen las primeras postales en ese idioma. Cuando entre 1920 y 23 la Real Academia local se interesa por ella, escritores como Rafael Castejón, Antonio Carbonell o Rogelio Luque la hablaban entre sí. También el arquitecto Francisco Azorín Izquierdo; autor del proyecto de la casa familiar alzada en la finca El Manchón de la Sierra, a la que se trasladaron en 1930, por consejo facultativo, dada la dolencia pulmonar de Rogelio.

A principios de agosto del 36, el gobernador civil de Córdoba impone a los "dueños de librerías y puestos de periódicos" la entrega de "libros, folletos, revistas o periódicos que defiendan teorías marxistas, anarquistas o efectúen estudios de actualidad bajo un prisma de izquierdismo". Y el tristemente célebre "don" Bruno - como Almanzor en el Alcázar, como Cisneros en Bibarrambla- destruyó 5.544 libros, según Francisco Moreno Gómez, la mayoría de la calle Gondomar. Unas fechas después -15 de agosto- el diario Guión, publicaba la sección habitual de detenciones, especialmente amplia ese día. Una docena de presos de la barriada de Electromecánicas, las calles Cardenal González, Romero y Lucano, aparecían con sus alias y nombres, sin el "don", salvo "don Rogelio Luque Díaz, de 39 años, propietario de la librería de la calle Gondomar". Las razones de su detención eran "tener libros marxistas en su establecimiento" o ser "activo propagandista". El 16 de agosto de 1936 le quitaron lo único que podían arrebatarle: la vida; nunca el "don", que le fue innato y lo acrecentó con el tiempo.

A Rogelio lo enterraron en el cementerio de San Rafael. Bonoso y Ana María se recluyeron en el campo hasta su muerte. Pilar dejó pasar la tormenta de sangre y metralla, abrió de nuevo las puertas de la librería y en los dinteles estampó su condición de Viuda de Luque. La réplica del busto que El Fenómeno había esculpido presidió el establecimiento, y el original de las puertas de la casa de la Sierra. Sus hijos tomaron el legado con idéntica fidelidad y, durante 70 años, se hizo el silencio sobre su asesinato. Los esperantistas sospecharon de su afiliación, los obreros de su compromiso, los políticos de izquierdas de su ideología…quizá el delito, por el que nunca se le juzgó, fuera la clarividencia del hombre de luz.

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