La ópera por el mundo

Loco por la música

La ópera es como el fútbol, su semilla ha fructificado en gran parte del planeta con sus características propias y su pervivencia depende de la calidad y publicidad que se le da

La ópera por el mundo.
Harold Hernández

04 de octubre 2020 - 04:00

Si bien ya hicimos mención a que la cuna de la ópera es Italia y nombramos algunos de los títulos más relevantes de forma cronológica, creo es bueno adentrarlos en el conocimiento de que la ópera no solo se desarrolló en Centroeuropa. Así, tenemos que la ópera francesa tiene su surgimiento de la mano de un italiano, Jean Baptiste Lully, a la sazón maestro de música en la corte de Luis XIV allá por 1672 y creador de la Académie Royal du Musique a pesar de su origen extranjero.

Compositores relevantes en la ópera francesa han sido, además de Lully, J. Ph Rameau, el alemán Ch. W. Gluck, el italiano L. Cherubini, J. Massenet, M. Ravel, C. Saint-Saëns, H. Berlioz, J. Offenbach, G. Bizet y C. Debussy, entre otros. De algunos de estos compositores son obras como Orphée aux enfers, Faust, Carmen y Pelléas et Mélisande.

La actual Rusia siempre ha sido un país próspero culturalmente y por razones históricas durante una época recibió gran influencia de la cultura europea. Es ahí donde surge la conocida ópera rusa allá por 1730, donde las giras de las compañías italianas hacían el deleite de la corte imperial rusa y las primeras representaciones operísticas llevaban música de compositores italianos.

Realmente se considera que el creador de la verdadera ópera rusa fue M. Glinka con sus dos obras Una Vida por el Zar y Ruslán y Liudmila, que abordan temas típicos de la cultura más autóctona del país y datan de la primera mitad del Siglo XIX, aunque la primera ópera escrita en idioma ruso fue Tsefal i Prokris del compositor italiano F. Araja, en 1755.

Varias óperas rusas se encuentran entre las más reconocidas hoy. Así, tenemos Boris Godunov de M. Mussorgsky, El Príncipe Igor de A. Borodin y Evgeni Onegin de P. I. Tchaikovsky. Rusia también ha dado muchas y talentosas voces al mundo de la ópera como son D. Hvorostovsky, E. Nesterenko y A. Netrebko.

Nuestro país también tiene su historia operística más allá de los reconocidos templos de este arte, como son el Teatro Real, el Liceo o la cercana Maestranza, entre otros. También tenemos innumerables y reconocidas intérpretes que han deleitado al público en los cinco continentes y aún hoy continúan, algunos, con su labor docente formando nuevas voces.

Aquí la ópera se desarrolló con cierta lentitud. Sin embargo, la usanza de canciones en obras habladas a inicios del siglo XVI con compositores como J. del Encina, las óperas con libretos de famosos escritores como Calderón de la Barca y Lope de Vega y la creciente popularidad de la ópera cómica proveniente de Francia hicieron que este género ganara impulso gracias al uso del idioma vernáculo, que animó irremediablemente a los compositores patrios a desarrollar nuestro propio estilo nacional de ópera: la zarzuela, de la cual hablaremos en otro momento.

Lo que por estos lares ocurría, no resultaba ajeno allende los mares y será cuando menos curioso para los amantes del bel canto y para los lectores saber cómo surgió y se desarrolló la ópera en Latinoamericana.

En 1701 se estrenó en el llamado Virreinato del Perú la ópera titulada La púrpura de la rosa, compuesta por T. de Torrejón y Velasco con un libreto de Calderón de la Barca. Diez años después y en México se estrena La Parténope con música de M. Sumaya, maestro de la capilla catedralicia y el más grande compositor del barroco mexicano. La especial importancia de esta ópera radica en ser la primera compuesta en América del Norte y la primera en el continente escrita por un americano.

Luego vieron la luz otras en Brasil y en especial las de temática nativa de C. Gomes con sus obras Il Guarany y Lo Schiavo, que tiene su texto en italiano para facilitar su estreno en la cuna del bel canto. También son reconocidos por sus obras operísticas grandes como H. Villa-Lobos y M. Camargo Guarnieri.

Las temáticas nacionalistas, provocadas por los cambios de sistema políticos en los diversos países latinos que pasaron de la colonización española a las pseudorepúblicas democráticas, se dejaron ver también en las óperas compuestas en países como Ecuador y Venezuela con obras de R. Hahn, J. León Mera, L. H. Salgado, y S. M. Durán Cárdenas.

En Estados Unidos, podemos considerar que existe un tipo de ópera con compositores y características musicales y temáticas muy determinadas. Ejemplo de ello son G. Gershwin (Porgy and Bess) y L. Bernstein (West side story). La esclavitud y las diferencias sociales y raciales son el basamento que fundamenta estas obras.

En el Oriente mundial tenemos a China y el gigante asiático tiene una peculiaridad, la ópera china es una forma de drama y existen datos de la existencia de una compañía de ópera surgida en la dinastía Tang entre los años 712 y 755 D.C. En lo que hoy damos a llamar y conocemos como la Ópera de Pekín, los instrumentos de cuerdas y los instrumentos de percusión tradicionales proveen el acompañamiento rítmico a la representación. Dicha representación suele basarse en insinuaciones, pantomimas y movimientos coreográficos y la mayoría de sus temas son provenientes de relatos históricos sobre enfrentamientos políticos y militares.

Los diálogos, obviamente en chino, son recitados basándose en un texto serio o en lenguaje coloquial y sus elaborados vestuarios, escenografías y maquillajes permiten distinguir al personaje que se está representando. Como leen, nada que ver con lo que asociamos normalmente por estos lares con la ópera.

Volviendo a Europa, una de las principales tradiciones operísticas la encontramos en Inglaterra. Nombres como el de H. Purcell con Dido y Eneas o B. Britten con Peter Grimes y La violación de Lucrecia, son los más reconocidos compositores que desarrollaron su actividad de las islas británicas.

Lo que llamamos y conocemos como ópera alemana es el perfeccionamiento operístico de los países germanoparlantes, entiéndase Alemania y Austria, los cuales conservan uno de las estilos culturales más fuertes en Europa y esto se evidencia en la gran cantidad de teatros específicos para este género que existen fundamentalmente en Alemania, donde cada ciudad importante tiene el suyo propio, así como en los numerosos festivales tan renombrados mundialmente, por ejemplo, el Festival de Salzburgo en Austria.

Renombrados y reconocidos compositores de ópera de estas tierras son W. A. Mozart, C. M. von Weber, R. Wagner, R. Strauss, y A. Berg, entre otros.

Mas allá de las operas alemanas, también existe este género en otros países de Centroeuropa como la República Checa, donde sus máximos creadores fueron B. Smetana (La novia vendida). A. Dvorák, (Rusalka), y L. Janácek (Jenufa, La zorra astuta y Katia Kabanová); Hungría con B. Bartok y Polonia con S. Moniuszko, K. Szymanowski y el recientemente fallecido Krzysztof Penderecki son otros países donde la ópera tiene reconocimiento.

Definitivamente la ópera es como el fútbol, su semilla ha fructificado en gran parte del mundo con sus características propias y su pervivencia depende de la calidad y publicidad que se le da.

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