La ópera
Loco por la música
En el siglo XVIII se desarrollaron dos formas: La llamada ópera seria se centraba en la tragedia y la ópera buffa o cómica lo hacía en historias cotidianas, buscando el malentendido
Hablar de ópera puede llevarnos mucho tiempo y varios artículos. Centrémonos pues en lo que puede ofrecer información y conocimiento al lector y dejemos las profundidades de este género dramático-musical donde los actores se expresan mediante el canto, casi siempre acompañado por una orquesta “reducida” que se suele encontrar en un foso en el proscenio y donde rara vez tienen espacio para tocar sus instrumentos de forma cómoda.
Cierto es que existen otros géneros musicales –como el oratorio, la opereta, la zarzuela y el musical– donde se canta y que están acompañados por una orquesta, pero según su procedencia, la temática que tratan, las forma musicales de las partituras y la publicidad y arraigo que han tenido en el tiempo, se encuentran en un nivel diferente. La ópera es una de las manifestaciones artísticas más completas que existen. Sobre este género musical teatralizado y considerado de alto postín tanto por cantantes como por el público y que suele hablar de amores prohibidos, celos, envidias, chanzas y otras cuestiones sociales, les hablaré hoy un poco.
Este género musical lleva intrínseco poesía, música, canto, escenografía y vestuario. Estos elementos se unen entre sí profundamente y gracias a ello se considera que la ópera es una imitación o representación teatral de una acción, con la finalidad de deleitar no solo al ánimo, sino también a la imaginación y al oído.
Lógicamente, son muchos los elementos y entes que dan forma a una ópera. La existencia de un compositor es ineludible por razones musicales obvias, el libretista o creador del texto es fundamental para dar vida y personalidad a los intérpretes que son los transmisores de la idea. Estos engloban no solo a los divos que reconocemos por su técnica vocal, sino también a los músicos, al coro acompañante que a veces está en el papel de figurantes y al director, que ejecutan las partituras que dan base o sustento a la trama.
Por último, y no menos importante, más bien son muy importantes, se encuentran los que crean, arman y sostienen la parte escenográfica y de vestuario. Francamente, sin ellos sería imposible representar una ópera, pues sin una escenografía adecuada y sin un vestuario acorde, la magia operística no tendría cabida.
Haciendo historia es bueno saber que este género musical, pieza icónica del llamado Bel Canto, surgió en Florencia allá por el año 1607. La primera ópera que se representó se llamaba La Favola d’Orfeo (La Leyenda de Orfeo), y su creador fue Claudio Giovanni Monteverdi, a la sazón maestro de música de la corte de Florencia en esa época. Monteverdi sentó las fundamentos de lo que serían las futuras grandes óperas. El gusto por la ópera se extendió por toda Europa y hacia 1700 los principales escenarios operísticos eran Nápoles, Viena, París y Londres.
En el siglo XVIII se desarrollaron dos formas distintas. La llamada ópera seria estaba centrada en la tragedia y casi siempre tomaba los temas de la mitología; en cambio, la ópera buffa o cómica, abordaba historias cotidianas, buscando el malentendido y el enredo. De las óperas más interpretadas de esta época están: Las bodas de Fígaro o Don Giovanni, ambas de W. A. Mozart. Los compositores más destacados que incursionaron en este género los encontramos en casi toda Europa, aunque la cuna y madre de la ópera sea Italia.
Así, tenemos como compositores relevantes a J. B. Lully, G. F. Händel, A. Scarlatti, W. A. Mozart, L.van Beethoven, G. Rossini, V. Bellini, Ch. W. Gluck, R. Strauss, M. Mussorgsky C. M. von Weber, P. I. Tchaikovsky, C. Debussy, G. Donizetti, G. Bizet y los tal vez reconocidos como los compositores operísticos más célebres de la historia de la música; G. Verdi, G. Puccini y R. Wagner.
De estos y otros compositores son obras como Ifigenia en Tauris (1779), El barbero de Sevilla (1816), Oberón (1826), Norma (1831), L’Elixir de amor (1832), El holandés errante (1843), La traviata (1853), Aida (1871), Parsifal (1882), Boris Godunov (1869-1874), Carmen (1875), la tetralogía de El anillo de los Nibelungos (1869-1876), Tosca (1900), Pelleas et Melisande (1902), Madame Butterfly (1905), Salomé (1905), Wozzeck (1925), Turandot (1926), La ópera de tres centavos (1928), Lulú (1937), Peter Grimes (1945) y Los diablos de Loudon (1969), entre otras, son algunas de las óperas de todo tipo con las que realizar un recorrido cronológico, que no ascendente, de éxitos de la historia de este género musical.
Una de las señales de identidad de la ópera es la diversidad vocal que se aprecia en los cantantes, cuyas voces se dividen fundamentalmente en soprano, mezzo-soprano, barítono y bajo, aunque existen otras denominaciones más específicas, como soprano ligera, mezzo de coloratura, mezzo dramática, contralto, contra-tenor, tenor lírico-ligero, tenor lírico, tenor lírico-dramático, tenor dramático, barítono-bajo y bajo profundo, entre otras, que en muchos casos determina el personaje más adecuado en la representación.
Les invito a conocer a través de la página web de RTVE el programa This is Opera del periodista y músico Ramón Gener, donde conocerán y disfrutarán de la ópera de forma amena y didáctica.
Terminemos este artículo reconociendo la gran labor de difusión y divulgación que se está sucediendo gracias a los adelantos tecnológicos que permiten a más publico ávido de sentir y apreciar la ópera desde la butaca de un cine como Cinesur El Tablero, donde a precios módicos y con una calidad sonora espectacular se proyectan representaciones operísticas desde los mas importantes teatros del mundo.
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