Mateo Inurria, el legado del escultor cordobés más brillante de todos los tiempos
Arte
Este año se cumple el centenario de la muerte del artista, que desarrolló la mayor parte de su carrera en su ciudad natal
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Córdoba/Mateo Inurria es el escultor más grande que ha dado Córdoba a las artes, aunque su precoz muerte, con 57 años, provocó que su nombre no haya brillado más a nivel nacional o incluso internacional. Aún así, logró crear un estilo propio imprimiendo a sus obras un sello único. Con solo 28 años consiguió una segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1895 por la figura de Séneca, mientras que con 32 obtuvo una primera medalla (1899), el máximo galardón, con su altorrelieve La mina de carbón. Esto supuso el reconocimiento de su maestría como escultor y el comienzo de los encargos de monumentos importantes. Antes, en 1890, con solo 23 años y nada más acabar sus estudios en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, ya había presentado en la Exposición Nacional Un náufrago, una obra que causó controversia ya que debido a su extremo realismo el jurado creyó que era un vaciado del natural.
Nacido en Córdoba en marzo de 1867, Mateo Inurria fraguó su educación artística en su ciudad, donde también desarrolló gran parte de su actividad como escultor, restaurador, coleccionista de antigüedades y profesor. Hasta que en 1911 se trasladó a Madrid, donde siguió enseñando y creando hasta su muerte, en 1924, cuyo centenario se celebra este año. El historiador del arte y director de la a Escuela de Artes Plásticas y Diseño de Córdoba Mateo Inurria, Miguel Clementson, destaca de él que era "un hombre de exquisita sensibilidad y profundo conocedor de todas las viejas artes". Su pasión por la escultura le vino dada por influencia paterna y en 1883 comenzó a formarse en los cursos de la Escuela Provincial de Bellas Artes, donde también recibieron clases artistas como Rafael y Julio Romero de Torres o Eduardo Lucena, entre otros. Más tarde, siguió su formación en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, logrando para ello becas de estudios de la Diputación de Córdoba.
Una vez de vuelta a Córdoba, Inurria dedicó su tiempo a crear y a enseñar como profesor en la Escuela Municipal de Artes y Oficios y, a partir de 1901, en la Escuela Superior de Artes Industriales de Córdoba (la actual Escuela Dionisio Ortiz), de la que fue director y programó un plan de estudios muy novedoso donde en el que daba "una gran importancia al estudio arqueológico, al dibujo del natural y el modelaje del natural de elementos vegetales". Allí coincidió con Julio Romero de Torres, que daba clases en ella.
El artista compaginaba estas dos facetas con su trabajo como restaurador. En este sentido, Clementson destaca su labor en la restauración de las fachadas externas de la Mezquita, que en aquella época "estaban destrozadas". "Durante 20 años, hizo una labor como restaurador impresionante" en el monumento. También fue jefe de excavaciones en Medina Azahara, recuperando algunos capiteles que hoy en día se encuentran en el Museo Arqueológico. "Gran parte del aspecto con que vemos esos edificios en la actualidad se debe a la intervención en esas funciones de restauración del propio Mateo Inurria", indice Clementson.
En esta época, su escultura, superadas ya las restrucciones del academicismo, tiende hacia un naturalismo sobrio, de expresión sencilla y carente de detalles anecdóticos, en el que ya se advierte la tendencia a idealizar sus modelos que impregnará su obra de madurez, realizada una vez que se muda a Madrid, donde alcanzó un destacado reconocimiento y donde "fallece en plena efervescencia de su etapa creativa". "De no haber fallecido de esa forma tan prematura nos hubiera legado, sin duda, el periodo más importante de su producción", asevera el historiador del arte. De hecho, en su época fue un artista muy reconocido, uno de los escultores más significados a nivel nacional, incide Clementson..
Como todo artista, Mateo Inurria transitó a lo largo de su biografía un largo recorrido hasta definir un estilo propio. "Y además, es hacia lo que debe tender todo gran artista, a que no tenga que firmar una obra para que se reconozca como suya", lo que el cordobés consiguió en su madurez. Así, poco a poco fue "evolucionando hacia una depuración formal que le lleva a tener como referente a la escultura egipcia; esa depuración formal de lo egipcio en la que la geometrización forma parte consustancial.", describe Clementson. Es decir, "quiere depurar la forma y llegar a la esencia de la representación volumétrica".
Además, Mateo Inuria fue "un escultor devoto de la mujer", que tiene un importante protagonismo en su obra, y "la plasmación de la belleza a través de la forma femenina va a ser una constante en su obra, sobre todo en su etapa de madurez".
Desengaños artísticos
A lo largo de su trayectoria, Inurria tuvo varios desengaños con premios a los que se presentó y convocatorias para realizar monumentos públicos. Uno de ellos ocurrió cuando el escultor cordobés concurrió a la Exposición Nacional de 1920 con la Estatua Ecuestre del Gran Capitán, su obra más destacada según Clementson, y que se puede ver en la plaza de las Tendillas de Córdoba (aunque esta no era su ubicación original). La obra causó sensación y, aunque la mayoría de los miembros del jurado votaron por él para el premio especial del jurado, se le aplicaron una serie de criterios muy estrictos que hicieron que finalmente la máxima distinción la consiguiera el artista que había quedado en segundo lugar, que "no tenía méritos suficientes a juicio de la mayoría de los asistentes y de los profesionales que participaron en aquella convocatoria".
Esto provocó tal escándalo que sus amigos y conocidos le hicieron un homenaje en el Hotel Ritz "como si hubiera sido el triunfador", destaca Clementson. Dos años después, volvió a participar en este premio, consiguiendo la Mención Honorífica por su representación del Gran Capitán y por otro grupo de esculturas adicionales. "De alguna manera, se subsana la injusticia que se había producido años antes", apunta el historiador del arte.
"Él nunca renunció a su criterio en relación con la escultura monumental para complacer a quienes le encargaban los proyectos", puntualiza el historiador del arte. Eso le deparó que algunos de sus proyectos fueran rechazados.Por ejemplo, otra decepción llegó en 1915, cuando presentó una obra junto al arquitecto Teodoro de Anasagasti para homenajear a Cervantes por el tercer centenario de la publicación del Quijote.
Ellos hacen una maqueta y participan en el concurso que se convoca para construir el monumento, y lo ganan en primera instancia. Sin embargo, finalmente el jurado selecciona tres propuestas y hay una segunda vuelta en la que ya se va a dilucidar quién va a ser el ganador del encargo. "En esa segunda vuelta lo que finalmente determina que no se le dé el proyecto al equipo de Teodoro Anasagasti y Mateo Inurria es lo ambicioso que era", indica Clementson. De hecho, el jurado lo califica como el mejor, el "que merece ser ganador, pero como no hay dinero suficiente para poderlo llevar a cabo por ambicioso, lo desestiman y le dan viabilidad al que queda en segundo lugar, que fue Coullaut-Valera, el sobrino de Juan Valera. Su obra fue la que finalmente se ejecutó y se puede ver hoy día en la plaza de España de Madrid.
Miguel Clementson también recuerda que Mateo Inurria realizó un monumento en homenaje al político liberal Antonio Barroso y Castillo que se instaló cerca de donde actualmente se encuentra en dedicado a Romero de Torres (entre los jardines de la Agricultura y los de Duque de Rivas). El grupo escultórico se instaló a finales de 1918 y, dos meses después, fue destruido en una manifestación popular contra la hambruna que vivía la población. En aquella época, Terroba era ministro de Alfonso XIII y los manifestantes se cebaron contra el monumento, lo que le supuso "un gran disgusto a Mateo Inurria".
Su encuentro con Auguste Rodin
En 1905, Ignacio vino Zuloaga viajó a Córdoba con el ya célebre escultor francés Auguste Rodin, y Mateo Inurria tuvo la ocasión de conocerlo. "Supongo que lo acompañaría, actuaría de cicerone recorriendo la ciudad, lo atendió", apunta Clementson. Al respecto, señala que las crónicas en relación con su biografía dicen que a partir de este encuentro con Rodin "cambió ya su discurso estético y que evoluciona hacia una mayor depuración formal".
Sin embargo, el historiador del arte no cree que "un encuentro con un escultor, por muy reconocido que fuera, porque Rodin en esa época era un dios dentro del ámbito de la escultura, sea tan determinante". Simplemente, Inurria, "a medida que va evolucionando, que va cumpliendo años y va quemando etapas en su propia evolución como artista, va dejando atrás ciertos modos y definiendo un estilo propio que llega a concretar ya".
La obra de Mateo Inurria
El grueso de la obra de Mateo Inurria se encuentra repartido entre Madrid y Córdoba, aunque principalmente se está en la capital de España. El Museo de Bellas Artes de Córdoba cuenta con una amplia colección de bocetos y dibujos del escultor y con varias de sus obras gracias al legado que su viuda dejó al Ayuntamiento. Entre las obras están Un náufrago, una copia de Las tres edades de la mujer: Crisálida, Coquetería y Flor de granado (el original está en la escalera del Casino de Madrid), Séneca o una reproducción de Ensueño (mi discurso en mármol), que realizó con motivo de su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y cuyo original está en los fondos de la institución académica en Madrid.
En la plaza de las Tendillas está "la obra más importante" de Inurria, el Monumento Ecuestre al Gran Capitán, en la que retoma género del monumento ecuestre, pero va más allá porque el caballo y el jinete representados no son solamente un homenaje al Gran Capitán como guerrero, sino que refleja "un caballo andaluz que deriva de la fundación de la cabaña ecuestre por parte de Felipe II, creador de las Caballerizas Reales en Córdoba en el siglo XVI", pero que ya era reconocida durante el Emirato omeya. Además, Clementson recuerda que en esas fechas también se están produciendo los triunfos de Cañero como rejoneador, "entonces todo eso confluye en la época en que Mateo Inurria está creando su monumento ecuestre".
En Madrid dejó varios monumentos, como el que hizo a Lope de Vega por encargo en 1902, que se dispuso en primer lugar en la glorieta de San Bernardo y actualmente se encuentra en la plaza de la Encarnación. En esta obra ya "empieza a vislumbrarse esa tendencia a la simplificación formal".
En 1903, estando todavía en Córdoba, que era desde donde trabajaba, le encargan formar parte del monumento a Alfonso XII en el Parque del Retiro de Madrid, en el que iban a participar todos los escultores más importantes del momento. A Inurria le encargan el grupo de la Marina -en el que representa a representa a la Marina de Guerra y a la Marina Mercante-, que "fue también muy controvertido". Clementson puntualiza que la cabeza del personaje de la Marina Mercante "es de una geometrización que recuerda que él está al tanto de las formas contemporáneas".
En este sentido, el historiador del arte cuenta que en la prensa de la época se criticaba la obra de Inurria diciendo que "no estaba al nivel y luego, años después, dentro de ese mismo contexto, Silvio Lago, un crítico de arte de la época, llegó a decir que todo lo contrario, que precisamente el grupo de Mateo Inurria era el más moderno, el más comprometido y el que tenía mayor nivel desde el punto de vista estético".
También destaca su monumento al pintor Eduardo Rosales, en el paseo de Rosales, "concebido para marcar una aproximación entre el espectador y el propio monumento" ya que está a ras de suelo.
Sus últimas obras son de carácter religioso y fueron encargos para el cementerio de La Almudena, como el Cristo del Perdón y un San Miguel Arcángel.
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