Una historia de talento superación y triunfo

Opinión

Creatividad y una fuerza de voluntad excepcionales, fraguaron el triunfo de Elio Berhanyer, el niño de postguerra que vistió a Ava Gardner y a la reina Sofía

Elio Berhanyer en Cibeles
Elio Berhanyer en Cibeles / Efe
Matilde Cabello

25 de enero 2019 - 03:00

Casi doscientas colecciones presentadas, la Medalla de Oro de las Bellas Artes, de Andalucía o el título de doctor honoris causa por la Universidad de Harvard, son sólo ejemplos de los infinitos reconocimientos, nacionales e internacionales, que atesora el cordobés Elio Berhanyer, amén de la Cátedra de Moda de la Diputación de Córdoba.

Con motivo del último homenaje que le rindió su ciudad, auspiciado por Centro Córdoba en noviembre de 2017, el modisto cordobés regresó a los recuerdos difusos y confusos de una infancia truncada por la trágica desaparición de su padre y la huida de la familia de la ciudad que le vio nacer hasta recalar y triunfar en Madrid y en las pasarelas más punteras de Europa y Norteamérica.

Había nacido en Los Olivos Borrachos, un 20 de febrero de 1929. A los pocos días, su nombre de orador grecolatino, Elio, lo distingue. Refulge y brilla ya entre las doce criaturas inscritas ese día en el Juzgado de la izquierda de Córdoba. Sería la primera reseña pública de un niño llamado a ser conocido y reconocido dentro y fuera de estas fronteras como príncipe – así lo llamaba Pablo Escobar– de un reino, el de la moda, entonces incipiente. “Los niños de los Olivos Borrachos se reían de mi nombre y mi padre decía: Elio es el sol. Te he puesto ese nombre para que te ilumine siempre”.

Aquel padre, al que recordó con veneración hasta sus últimos días, fue Juan Berenguer, un onubense culto y comprometido, destinado a Electro Mecánicas a principios de los años 20. La madre, Francisca Úbeda, era espeleña, hija de unos piconeros del barrio de Santa Marina y modista de Dolores Castro La Cordobesita. En uno de aquellos espectáculos del Duque de Rivas, a los que siempre acompañaba a Dora, pudieron conocerse el metalúrgico onubense y la joven cordobesa, que instalaron su hogar en la calle Lopez de Rueda. Aquel lugar, lindero al mítico Bar Las Delicias, marcan los primeros años de infancia y la memoria sentimental de Elio.

“Me pasaba el día esperando a mi padre. Cuando llegaba del trabajo, me sentaba en sus rodillas y me contaba cuentos de la época del Califato y versos de aquella. Abenamar, Abenamar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había. Mi padre leía y leía. Tenía un montón de libros y un pie partido, porque había sido minero en Huelva. En verano, junto al pozo de la casa, nos bañábamos desnudos. Ella se escandalizaba y a él le parecía normal. Era un hombre de su tiempo y mi madre una muchacha sencilla de Santa Marina, que le daba miedo viajar con Dora”, cuenta Elio.

La vida transcurría en la Córdoba de los años 30 al modo del Sur. Para Elio, entre lecturas, poemas, patios, juegos, colores y coplas. “Me llevaron a una amiga a los Olivos Borrachos, con dos años, y empecé a llorar. Mi padre le dijo a la maestra: Mi hijo irá a la escuela cuando quiera. Y de pronto, alguien gritó “abajo la inteligencia”. Las sombras cubrieron los caminos de Córdoba, de su Judería al Brillante, Electromecánicas o los Olivos Borrachos.

En estas últimas barriadas cayeron las primeras incertidumbres sobre la incontable nómina de políticos, sindicalistas, artistas e intelectuales cordobeses. Juan Berenguer, estaba entre ellos. Tras ser liberado, Francisca pidió amparo al doctor en Psiquiatría Manuel Ruiz-Maya Briceño, para el que trabaja. Esconden a Berenguer en el Hospital Psiquiátrico que dirigía, haciéndolo pasar por enfermo. Allí vuelve a ser detenido un 15 de agosto de 1936 y, posiblemente, fusilado en la carretera de las Quemadas (no en La Salud, como siempre creyó Elio) dos días después. Llegó entonces para el niño un largo peregrinar por la Sierra de Córdoba, de Espiel a Pozoblanco y luego a Sevilla.

“Mi padre tenía cuatro hermanos. Él se vino a Córdoba y aquí lo mataron, pero los hermanos habían emigrado de Cala a Sevilla. Después de la guerra, viví con mi abuela en San Jerónimo, junto al cementerio de San Fernando de Sevilla. Un día me escapé, porque había una hermana de mi padre, ciega, y no me trataba bien. Tendría nueve años. Anduve por las calles sin comer, hasta que me desmayé. Me desperté un sitio donde me dieron una sopa. No sabía apenas leer ni escribir. Estuve de listero en una obra, en el almacén. Me pusieron para el control de las herramientas de una obra. Yo tachaba. Los obreros me daban parte de su comida, que no era mucha. Allí estaba para que me dejaran dormir y me tapaba con sacos vacíos de cemento. Porque los obreros robaban las herramientas.

Mal leía los nombres y tachaba los picos y las palas de cada obrero, cuando los entregaban. Luego me fui con otro hermano de mi padre, que tenía vacas. Me dieron un carrillo de mano con cántaras de leche y las llevaba al Alfonso XIII, a la Cruz Roja y a otros sitios. Con ese mismo carro, recogía la basura de noche y volvía, para abonar el campo. En dónde se repartía la cartilla de racionamiento conseguí que me contrataran para despachar y cortar los cupones. Me acogieron unos judíos para dormir. Pasaba mucha hambre, porque nadie me daba de comer a mediodía. Un día me comí una torta de Inés Rosales (nunca faltan en mi casa). La viejecita de la tienda las contaba, llamó a la policía y me detuvieron por comerme la torta, por ladrón”.

Elio con una de sus primeras colecciones
Elio con una de sus primeras colecciones / El Día

A principios de los 50, se introdujo en el mundo de la moda a través del dibujo, la publicidad y la casualidad. Primero en Sevilla y luego en Madrid, ya en 1956. Tres años más tarde abrió su propia casa de modas en la capital de España. En 1960 inició su línea de alta costura, paralela a la presentación del primer desfile de su colección, cuyo éxito le hizo merecedor del Premio de la Casa Cadillac al mejor diseñador nacional. Sus creaciones, habían dado ya el salto a Nueva York y Elio comenzaban a ser el modisto imprescindible de aristócratas, actrices y firmas comerciales, punteras de la época, con creaciones que eran lucidas por mujeres tan dispares como la Reina Sofía o la actriz Ava Gardner, con la que mantuvo una larga amistad.

“Cuento todo esto, porque es tan extraordinario todo lo que me ocurrió en la vida. Mi vida tiene una parte terrible. Me han cogido en la calle, desmayado. Pero de igual modo he pasado lo mejor del mundo”, señala el gran artista cordobés.

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