"Ser misionero es una gran ventaja porque esta vida te abre muchos horizontes"
Muere el misionero Antonio César Fernández
El primer destino del sacerdote asesinado fue Togo, donde comenzó de cero una misión
"Ser misionero es una gran ventaja, no porque se gane dinero, sino porque esta vida te abre muchos horizontes". Es lo que sostenía hace apenas año y medio el misionero salesiano Antonio César Fernández, natural de Pozoblanco, fallecido durante un ataque yihadista perpetrado a 40 kilómetros de la frontera sur de Burkina Faso.
En una entrevista concedida a el Día, con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones de 2017, Fernández hacía un resumen de su trabajo en Uagadugú, la capital del Burkina Faso. Entonces tenía 72 años, de los que 35 años los había pasado como misionero: primero en Togo, después en Costa de Marfil y hasta el pasado viernes en Burkina Faso.
A pesar de destacar la importancia de ser misionero, también reconocía que "no todo es de color de rosa". "La vida misionera tiene sus momentos difíciles, hay que hacer un esfuerzo considerable para adaptarse a las culturas tan diferentes de la nuestra, al carácter y a la mentalidad de la personas. A veces se siente el desarraigo y el deseo de estar con tu familia, en tu tierra, hablando tu lengua. Las comidas son diferentes, pero uno se adapta".
En la citada entrevista, explicaba también que con 16 años sintió la vocación de salesiana y se fue al noviciado. "Siempre había estado con los salesianos, veía que mi vocación estaba allí. Siempre me preocupó la situación de pobreza en otros países, la escasez de clero y las muchas personas que podrían recibir alguna ayuda de mi parte. No me bastaba con ofrecer algún donativo por las misiones, quería poner a disposición mi persona, por eso pedí irme de misionero. Me mandaron a África, a Togo", relataba.
Allí, continua, "mis sueños empezaron a ser realidad. Mi experiencia ha sido que he recibido mucho más de lo que he dado. Me fui a las misiones un poco con ínfulas de redentor, pero la experiencia es que son los africanos los que me han salvado a mí. En realidad, la vida misionera es un compartir, se da y se recibe".
Durante su estancia en Burkina Faso, Fernández vivía en una comunidad con otros dos salesianos, con quienes llevaba una misión "en un barrio de los suburbios de la ciudad: un centro de promoción femenina, donde se forman cerca de cien chicas en talleres de tejido tradicional, costura y peluquería".
Pero esta no era su única labor, ya que, según contaba: "También ponemos a disposición sobre todo de los jóvenes, una formación acelerada en informática y clases de tarde. Ayudamos también en la parroquia con misas, asistencia a enfermos, catequesis, acompañamiento de jóvenes y educación en el tiempo libre".
Lomé, su primer destino
El primer destino de Antonio César Fernández fue en Lomé (Togo). Allí, narraba, "teníamos que comenzar de cero con la escuela, la parroquia, el taller, las clases de tarde y actividades de tiempo libre con los jóvenes".
"Algunos de estos jóvenes pidieron ser salesianos y empezamos a formarlos. Ahora son nuestro brazo derecho", añadía
Tras su paso por Togo, su siguiente destino fue Costa de Marfil, donde los Salesianos tienen una obra de niños de la calle, "una experiencia que me hizo mucho bien, junto con la parroquia y el centro de jóvenes", señalaba.
"Pasé también varios años al norte de Costa de Marfil en una parroquia y un colegio; mi tercer país ha sido Burkina, primero en la segunda ciudad del País, en Bobo Di-Oulasso, en un centro profesional y un centro de jóvenes, actualmente, en la capital, Uagadugú, en un centro de promoción femenina y actividades con los niños del barrio y los jóvenes", detallaba.
El único blanco del barrio
Decía Antonio César Fernández sin ningún tipo de problema que era "prácticamente el único blanco del barrio" y que "los niños se asustan al ver a una persona que tiene la piel blanca".
También reconocía que aprender el idioma resultaba complicado y que "cuando ya había dominado la lengua del Togo, me mandaron a otro sitio y, a empezar de nuevo".
A pesar de tener 72 años, aseguraba que quería seguir haciendo lo que le permitieran sus fuerzas porque "aquí no hay jubilación". "Uno se cansa, pero aún quedan fuerzas", añadía.
También describía los problemas a los que tenían que hacer frente cada día y subrayaba que "hay mucho que hacer". "Cuanto más se trabaja, más problemas se ven, pero con la intervención de unos y otros la realidad se va transformando".
"No recibimos ayudas del Estado. Vivimos de los dones de unos y de otros y de lo que las personas de aquí nos pueden aportar (hay algunas familias que tienen medios y son generosas)", detallaba, al tiempo que hacía un llamamiento a la solidaridad.
"Pedid al Señor por los misioneros, aportad vuestra contribución económica, (¡que nos es muy necesaria!) y que los jóvenes que sientan el deseo de compartir algo más que el dinero, se animen a entregar al menos un par de años de su vida en un servicio de voluntariado ejerciendo su profesión en algún país que lo necesite. Les aseguro que vivirían una experiencia maravillosa", concluyó.
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