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Mikel Lejarza
Toulouse
Loco por la música
El reconocido y archifamoso filosofo griego Aristóteles manifestaba, mediante la enseñanza de la emulación, la forma en la que la música podía funcionar sobre la conducta del ser humano. Aseveraba que este arte, la música, reproducía los estadios del alma y/o las pasiones. Por lo tanto, cualquier persona se puede sentir identificada con la pieza que escuche siempre que refleje los estados emocionales por los que esta pasando el individuo en sí y esto influía en su carácter y su personalidad.
Es evidente que estas ideas de Aristóteles están basadas o influidas por los literatos helenos de su época, que sustentaban la idea de que la música tenía cualidades honorables, por lo cual era capaz de influir en nuestro carácter y alterar nuestro proceder.
Es sumamente curiosa la similitud o cercanía de las tesis de Aristóteles con respecto a las del padre de las matemáticas, me refiero a Pitagórica. Él entendía la música como una técnica basada en la altura de los sonidos y de los ritmos. A semejanza de las leyes matemáticas y sus relaciones numéricas.
Ambos pensadores admitían que la forma de crear una sociedad competente y apta era mediante un sistema educativo público cuyos dos pilares fundamentales fueran el arte, en este caso la música, y la practica sistemática de ejercicios. Sus funciones, aún hoy, están claras. Una para disciplinar nuestra mente, la segunda para dominar nuestro cuerpo.
Otro pensador reconocido es Platón, al que se le atribuye la frase “dejadme hacer las canciones de una nación y no me preocuparé por quién haga sus leyes”, pues sostenía que los cimientos de una sociedad estaban en la calidad y el conocimiento de la música que disfrutaban y tenían sus ciudadanos, ya que la desaparición de la música en la educación conducía hacia la anarquía en la sociedad, porque esta demostrado que ayuda con el pensamiento lógico matemático, la adquisición del lenguaje, el desarrollo psicomotor, las relaciones interpersonales, el aprendizaje de idiomas no locales y la mejora de la inteligencia emocional. Por lo tanto, es evidente que la música debe aparecer en todos los programas y leyes de educación y ser considerada como una materia esencial en la educación obligatoria.
No es la primera vez que en estas líneas plasmo mi humilde opinión sobre lo acontecido con la música y los músicos en estos tiempos de incertidumbre epidemiológica. Según algunos nos quieren hacer ver , lo malo ya ha pasado. Otros, en cambio, consideran que todavía no hemos salido de esta situación y para más inri estamos bombardeados de información sobre las vacunas que parece ser serán un punto de inflexión en nuestra vida diaria.
De cualquier forma, con vacuna o sin ella, con medidas preventivas y con una reflexión profunda, la situación de la música y de los músicos no puede continuar así. La historia ha dejado bien claro que el arte hay que cuidarlo, pues es la base de la historia social y hasta los más intransigentes gobernantes han cuidado del arte y de la música como medio de expresión cultural.
Mi pregunta es simple: ¿Hasta cuando? En el período anterior de confinamiento, al que francamente espero que no volvamos, la sociedad se volcó en la música como medio de expresión y esperanza. Muchos retomaron sus añejos deseos de tocar un instrumento, algunos con más fortuna que otros, y eso provocó curiosamente un incremento de las ventas en las tiendas de música, lo que evidenció el valor de esta manifestación artística como medio de resistencia ante una situación adversa, como ha sido, es y al parecer será durante un tiempo el covid-19.
Huelga decir que en una etapa de crisis nuestras emociones y estado mental pueden verse afectados, pues no existe mejor medicina que el refugio y la fuerza que proporciona la música ante una situación adversa.
Se hace evidente que no todo lo que ocurre con este arte es responsabilidad de entes externos. Los músicos también debemos hacer un balance y aprender de esta situación, que posiblemente sea beneficiosa para nosotros.
En primer lugar debemos aprender y educar a los que nos rodean valorando nuestra profesión ante los demás y ante nosotros mismos. Hemos de hacer ver que la música es, casi, un bien de primera necesidad como parte de la cultura en todas sus vertientes.
Como segundo aspecto, hemos de aprender a tener resiliencia, que no aguante, desde la reflexión de nuestro entorno. La resiliencia es básicamente lo que toda la vida hemos conocido como nuestra capacidad de adaptación ante una desventura de cualquier tipo y es en realidad la exigencia a la que nos hemos visto sometidos como sociedad.
Convengamos pues en que nuestra proyección como artistas está basada en innumerables ocasiones en nuestro poder de resiliencia, ya que todos lo músicos que se precian de ello consideran que cada día aprenden algo nuevo y nunca piensan que lo saben y conocen todo.
Al margen de otras consideraciones, hemos de disfrutar de una práctica diaria para cuando podamos volver a dar conciertos arropados por un público ferviente y ávido de escucharnos. Desde aquí conmino al lector a que sí tiene un músico como vecino o familiar, le incite a estudiar y sea comprensivo y condescendiente con él, pues esa experiencia y ese estudio cotidiano son fundamentales para cuando podamos volver a disfrutar con libertad del arte de las musas.
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