Músicas del amor romántico

Martín García García y la Orquesta | Crítica de música

El pianista Martín García García y la Orquesta de Córdoba, durante el concierto.
El pianista Martín García García y la Orquesta de Córdoba, durante el concierto. / Rafa Alcaide / IMAE
Antonio Torralba

16 de noviembre 2024 - 12:34

La ficha

***** XXII Festival de Piano Rafael Orozco. Programa: Frédéric Chopin, Concierto para piano y orquesta n. 2 en fa menor, op. 21. Serguéi Rajmáninov, Sinfonía n. 2 en mi menor, op. 27. Martín García García, piano. Orquesta de Córdoba. Director: Salvador Vázquez. Fecha: 15 de noviembre de 2024. Lugar: Gran Teatro. Lleno

Aunque el panorama de la música culta en Córdoba tiene aún por delante un amplio margen de mejora en cuanto a cantidad y variedad, eventos como los que nos ofrece anualmente el Festival de Piano Rafael Orozco pueden presumir de la más alta calidad. Ello ocurre desde hace 22 años, pero muy especialmente en las últimas ediciones, en las que una generosa apuesta de financiación por parte del Ayuntamiento se ha sumado a la inteligencia y a la acreditada pasión de Juan Miguel Moreno, su director artístico, por el instrumento y por la figura de Rafael Orozco (1946-1996).

La velada de ayer fue un lógico resultado de todo ello. Comenzó con el segundo de los dos prodigiosos conciertos que Frédéric Chopin (1810-1849) dedicó al piano. Compuesto a los 19 años, el Concierto en Fa menor es de esas obras irresistibles que te arrastran irremediablemente por todo su torbellino afectivo. El primer movimiento se construye sobre el contraste entre un tema descendente, doloroso, de lamento, al que se opone otro ascendente y sentimental más animado y ornamentado de manera virtuosística.

El segundo tiempo, algo así como una inspiradísima aria italiana de amor, fue muy admirado por Robert Schumann (1810-1856) y Franz Liszt (1811-1886). Estaba dedicado secretamente a la joven soprano Constanza Gładkowska (1810-1880) de la que Chopin estaba por entonces loca y platónicamente enamorado: “Quizá desafortunadamente, tengo mi propio ideal, al que en silencio sirvo desde hace medio año, con el que sueño y en cuyo recuerdo he compuesto el Adagio de mi nuevo concierto”. El luminoso tercer movimiento en forma de rondó se basa en un tema encantador como de vals y en otro que suena como una enérgica mazurca.

Acompañado con solidez e implicación por la Orquesta de Córdoba y su director Salvador Vázquez, Martín García García (Gijón, 1996), que tiene en altísimo grado todas las cualidades de los grandes del piano, destacó muy especialmente en los pasajes de ornamentación típicamente chopinianos: mostró un manejo apabullante de la dirección melódica e hizo gala de una musicalidad que iba sumando intensidad emocional. Los dos bises con que agradeció los largos aplausos del público que llenaba el Gran Teatro fueron otras dos lecciones de lo mejor del arte pianístico.

La Rapsodia Húngara n. 10 de Liszt brilló con un virtuosismo, una gama dinámica y una precisión rítmica magníficos. El aromático Preludio Bruyères (Libro II, n. 5) de Claude Debussy (1862-1918), que tanto recuerda (color, escala pentatónica, texturas, tempo, dinámicas…) a La muchacha de los cabellos de lino fue interpretado por Martín García con cautivadoras delicadeza, entrega y riqueza de matices.

La segunda parte estuvo consagrada a la más prolija (¿en exceso?) de las sinfonías de Serguéi Rajmáninov (1873-1943): más de una hora de intensos efluvios románticos. Salvador Vázquez planteó una lectura muy inspirada y detallista, sacando partido a los pasajes épicos y al romanticismo, ahora casi pop (imposible no recordar el Never Gonna Fall In Love Again de Eric Carmen), de los inolvidables temas líricos. Y la Orquesta de Córdoba, reforzada con alumnos del Conservatorio Superior, estuvo magistral, brillante.

Toda música -y quizás en mayor grado la romántica- está destinada irremediablemente a teñirse con la subjetividad del oyente. Sabedor de que la recaudación de este concierto iba a destinarse íntegramente a las víctimas de las inundaciones de Valencia, escuché la sinfonía de Rajmáninov como la banda sonora sublime de las imágenes que sobre esa tragedia y su superación heroica estamos vi(vi)endo estos días. Los temas cíclicos, el sobrio coral de los instrumentos de metal, la plasmación sonora del amor… y el final esperanzado y luminoso.

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