Neuropolítica: Las razones de la sinrazón

Humanidades en la Medicina

La neuropolítica ha emergido como una disciplina que utiliza el conocimiento de la fisiología neurológica para influir en las decisiones políticas y electorales de la ciudadanía

Ritmo circadiano y salud, ¿quién va primero?

El científico español Santiago Ramón y Cajal.
El científico español Santiago Ramón y Cajal. / Archivo Ramón y Cajal

06 de octubre 2024 - 06:59

Para comprender el término de neuropolítica, debemos enmarcarlo en la neurociencia, siendo la Neurología la base de esta materia y viendo aquella de una manera holística y atemporal. Es justo considerar como uno de los padres de la Neurociencia a nuestro premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, por su contribución en los avances neurocientíficos, sin olvidar a investigadores como Charles Scott Sherrington.

Es a partir del siglo XXI cuando empezamos a tener en cuenta aquellas partes de las humanidades con el prefijo neuro: neuromarketing, neuropolítica, neuroética, neurofilosofía, etc. En ellas observamos una interconexión entre la ciencia y las humanidades, como describió Snow en 1959 y después Brockman, con el libro La tercera cultura, aunando las dos culturas y la revolución científica.

Esta interpelación hemos de hacerla con la neurociencia como partida, colocando al cerebro como centro director, al cual no le es ajeno nada de lo que ocurra a su derredor, tanto emocional como en el pensar, escuchar música, resolver una ecuación, etc. Hipócrates, ya conceptualizó el cerebro como "la base del pensamiento y las sensaciones".

Centrándonos en la política, estudiaremos cómo el cerebro modula el proceder político de las personas, y con ella se regula el poder para influir sobre el comportamiento de una sociedad o individuos solos o asociados.

En las agrupaciones animales, existe la figura del líder, que sería el animal dominante con rasgos de conducta agresiva y con alianzas jerárquicas. Pero se sabe poco de las bases neurobiológicas de la personalidad, en la que influyen la genética y el fenotipo (genotipo + factores ambientales). En los estudios realizados con resonancia funcional magnética, buscando la relación entre ideología y cerebro, se observan diferencias en las áreas cerebrales activadas. Ante una pregunta de contenido ideológico o no ideológico, la activación de las áreas cerebrales es diferente.

En estos análisis se ha elucubrado si es posible que estos diferentes patrones de activación se produzcan por respuestas aprendidas e, igualmente, con la observación de las imágenes de los candidatos.

Cuando leemos la obra más importante de Platón, La República, realizamos una liaison con la neuropolítica a través de la reinterpretación del thymos como una de las tres partes del alma humana, que es la que motiva a los hombres en la búsqueda del honor y la dignidad, tomando un papel esencial en la toma de decisiones políticas, impulsando a los líderes a la consecución de la justicia, pero pueden ser manipulados por las pasiones más abyectas.

Es el sistema límbico del cerebro el responsable de las respuestas emocionales, jugando un papel muy importante, como intuía Platón, al achacar al thymos la fuerza en el manejo de nuestras acciones.

Del mismo modo, esta fuerza emocional puede explicar el auge del populismo y la polarización política, tocando las emociones más profundas como el resentimiento, la indignación irracional, para lo que Platón quiso aventurar que la gestión de esta fuerza emocional se realizara con el logos; esto es, la razón, para evitar la tiranía y el caos. El equilibrio se obtiene cuando el thymos, el logos y la epithymia (deseos materiales) están en armonía.

Para Platón, el gobierno ideal era aquel en el que imperaban unos gobernantes guiados por la razón y la justicia; hablaba de filósofos-reyes, para combatir la manipulación emocional y fomentar el pensamiento crítico.

George Orwell ya nos advirtió en su novela 1984 cómo los regímenes totalitarios pueden manipularnos para controlar las masas con la información, pensamientos y emociones, e incidir en nuestro comportamiento, algo que podríamos equiparar al neuromarketing moderno. Al estudiar la actividad cerebral, podemos identificar los factores tanto emocionales como cognitivos en busca de la respuesta deseada, desde el doble pensar. Esto supone la incoherencia para mantener dos ideas contradictorias a la vez, a los dos minutos de odio con la descalificación sistemática del adversario, con el panóptico del gran hermano que controla el subconsciente sintiéndose continuamente vigilado, y así moldear la mente de los ciudadanos, aderezada con una policía del pensamiento, que disfrazada en la búsqueda de la verdad, lo que hace es evitar la crítica con argumentos falaces.

En la distopía de Orwell, el deseo era reprimido, pero en el capitalismo moderno este deseo se ha convertido en una poderosa herramienta del neuromarketing. En definitiva, se trata de la pérdida de la autonomía con la manipulación mental, convirtiendo el deseo en seducción.

La neuropolítica ha emergido como una disciplina que utiliza el conocimiento de la fisiología neurológica para influir en las decisiones políticas y electorales, ajustando sus mensajes con las emociones del electorado, en lugar de manipular mediante el miedo, como en el libro 1984. Utiliza estrategias más sutiles para el control social, su fin.

Con la neuropolítica nos cuestionamos si actuamos libremente en una sociedad en la que nuestras emociones pueden ser manipuladas, para que las razones dobleguen a la razón.

La neuropolítica nos lleva a cuestionarnos si existe el libre albedrío, en el supuesto que nuestras acciones estén siendo manipuladas, lo que pone en riesgo nuestra propia autonomía. En el libro, El libre albedrío no existe, de Robert L. Sapolsky, se argumenta que nuestras decisiones y acciones no son tan libres como nos pudiéramos creer, sino que están influenciadas por los factores diversos antes aludidos, reflexionando desde el punto de vista de la neuroética.

El libro Death by a Thousand Cuts: Neuropolitics, Thymos, and the Slow Demise of Democracy, escrito por Matt Qvortrup, expone un análisis de cómo puede deteriorarse la democracia y hasta qué punto puede evitarse este deterioro. La falta de autocrítica, el populismo y la manipulación emocional están socavando la idea efectiva de la democracia. Este autor propone una serie de acciones como la reforma de las instituciones sin estar doblegadas al poder, educación cívica y emocional, y fomentar el pensamiento crítico con el diálogo, para defender la democracia.

En base de todo esto nos preguntamos... ¿somos libres para elegir a nuestros gobiernos?

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