El padre del primer Califa o el príncipe que pudo reinar

Cordobeses en la historia

Muhammad ibn Abd Allah pudo ser un rey Omeya por su sangre cordobesa y vascona, pero, por su tiempo, murió asesinado en el Alcázar dejando a Abderramán III con apenas 20 días

El padre del primer Califa o el príncipe que pudo reinar
El padre del primer Califa o el príncipe que pudo reinar

EN el año 860 el emir cordobés Muhammad I hace prisionero a Fortún Garcés. Traído a Córdoba durante 20 años, dejó en esta ciudad una hija cordobesa llamada Íñiga que casó en segundas nupcias con el futuro emir Abd Allah. Dicen las crónicas leonesas que antes había estado casada con un hijo de Sancho Garcés I, a quien posiblemente le diera algún hijo. Lo ratifica Lèvy-Provençal para quien fue madre de más de un hijo del castellano, antes de serlo del príncipe Muhammad y convertirse, de este modo, en la favorita de Abd Allah. Íñiga tomó el nombre de Durr (Perla) y fue asimismo madre de dos niñas más que, como era frecuente, no recoge la historiografía. Cinco años antes, otra princesa vascona le había dado a Abd Allah un hijo llamado Mutarrif, motivo de la desgracia del hijo de Perla.

Cuando Muhammad, el hijo de Abd Allah, alcanzó la adolescencia fue prometido a Muzna (Lluvia), una niña rumía, o sea bizantina o cristiana, de la que se esperaba engendrara de él un hijo varón llegada la edad propia de aquellos matrimonios entre nobles andalusíes y vasconas. Con esas características, propias de las madres de los emires y califas andaluces, Lluvia dio a luz a un futuro príncipe llamado a fundar el Califato de Córdoba, al que pusieron de nombre Abderramán, y la historia conocería como Abderramán III. El abuelo y padre de nuestro personaje, había subido al trono tras la extraña y repentina muerte de su hermano y rival al-Mundhir, que peleaba en Bobastro contra el rebelde Ibn Hafsún.

Pronto hubo de implicarse también el joven Muhammad en aquella guerra larga entre omeyas y el rebelde de Bobastro, aunque en algún momento pareciera pacificarse, rozando incluso la cordialidad. El llamado por Dozy "primer bandolero romántico andaluz", vio cómo su hijo fue acogido en la corte de Córdoba con gran protocolo del emir. Pero a la vuelta hacia Bobastro permitió el saqueo de Osuna y Écija; y casi Córdoba. Las tropas de Abd Allah salieron en defensa de los territorios cordobeses, fueron vencidas y las relaciones diplomáticas rotas.

Cuenta la Historia de Al-Andalus de Ibn Idari Al Marrakusi, traducida por Fernández González, que "Había el amir Abdu-l-Lah introducido en los negocios a su hijo Muhammad para que le sucediera, honrándole en cuanto estaba en su mano, con lo que se acreció hacia él la saña de parte de su hermano Mutarrif, estableciéndose entre los dos toda clase de desavenencias", de tal manera que se inició entre ambos hermanos un distanciamiento cada vez mayor. El enfrentamiento estalló cuando el hijo favorito de Abd Allah encontró y mató a un hombre de confianza de su hermano. No tuvo valor para enfrentarse al padre, y temiendo la reacción del emir, se dirigió a las mazmorras liberando a los encarcelados, en su mayoría, dice Al Marrakusi, "gente malvada y descreída, y vino a parar a Bubaxer capital de la gente de infidelidad y rebeldía". Se refiere a Bobastro, el bastión de Hafsún en tierras malagueñas, en donde se refugió al amparo de quien era y habría de ser el gran problema de su estirpe, pues no fallecería de muerte natural hasta el reinado de Abderramán III.

El emir, según la versión de la Historia de Al-Andalus, le pidió al príncipe Muhammad que regresara a Córdoba, y éste aceptó la oferta. Pero las desavenencias entre ambos hermanos no cesaron. Mutarrif, con o sin razón, insistía en que su hermano "mantenía inteligencias" con el enemigo malagueño, y logró convencer al padre de que urdía un levantamiento contra él; de modo que fue encarcelado e interrogado durante todo un día, sin lograr hallar prueba alguna que lo inculpara. Libre el príncipe de rejas y sospechas, su hermano Mutarrif indagó sobre el lugar en que se encontraba, fue a buscarlo y "le dejó sin sentido en su sangre revolcado, tendido sobre su mano y boca abajo", traduce Fernández González.

Otras versiones aseguran que el ataque se produjo en la misma prisión del Alcázar en donde lo apuñaló, despertando aparentemente la ira del padre. Pero todos coinciden en la fecha, el 28 de enero del 891, y en que a la sombra estaba la mano de Abd Allah, quien intentó matar en ese instante a Mutarrif, y lo hubiera hecho de no impedírselo su séquito. Otros aseguran que le reprendió duramente y, en un momento de ira, intentó darle muerte pero, aunque no levantó su mano contra él, nunca dejó de reprocharle ni perdonó al hijo; ni este asesinato ni otro que cometió contra uno de sus visires. Al final, mandó prenderle y, después de tres días de asedio en que el hijo se hizo fuerte, nada más tenerlo frente a él lo decapitó y lo mandó enterrar bajo el mirto del jardín del Alcázar, en donde el príncipe iba cada viernes a rezar.

Para Dozy, el joven príncipe Muhammad fue muerto por su hermano y por orden expresa del padre. Y esa es la razón, según él, por la que Abderramán III, a la postre primer Califa de Córdoba, creció protegido y educado "por su abuelo, que, atormentado sin cesar por los remordimientos de su conciencia, parece haber concentrado en este niño todo el cariño".

Muhammad ibn Abd Allah murió con 26 años dejando a su mujer, como era la tradición, en el harén de su padre, y a su hijo con apenas tres semanas de vida. Sea como fuere, el final de esta historia no puede cerrarse con palabras más certeras que las de Ibn Idari Al Marrakusi: "Dios sabe lo cierto: y esto fue el año 277".

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