El piloto andalusí reivindicado por árabes y cristianos
Cordobeses en la historia
Abulquasim abad Ibn Firnás se formó en la Córdoba del emirato, aportó técnicas y métodos a Occidente, inventó el paracaídas, propulsó la aeronáutica y quizá inspiró a Leonado da Vinci
EL siglo XI transcurría por la sierra malagueña, famosa por sus conversos muladíes entre quienes quizá estuvo la familia de Abulquasim abad Ibn Firnás. Otros sitúan sus orígenes en tierras beréberes, pero no hay dudas respecto al nacimiento en Ronda, en 810, ni del traslado a Córdoba, donde, al amparo del emirato omeya, se formó en ciencias y letras.
Por su talento multidisciplinar, este notable filósofo y científico obtuvo el calificativo de "el sabio de Al-Ándalus"; por sus dotes para la astrología y la poesía entró en la corte de Abderramán II y, por su ingenio, en las páginas de la Historia. Suya es la fabricación de un reloj nocturno de agua, aunque su verdadero reto fue la aeronáutica, de quien se considera propulsor. También construyó un planetario y creó la técnica de talla del cristal de roca, germen de una próspera industria recordada por Henri Pérès en 1937: "En el siglo XI es en los alrededores de Sevilla donde se encuentran las principales fábricas de vidrio", si bien esta industria fue "muy próspera en España, sobre todo después del siglo X, época en Abbas Ibn Firnás, bajo el reinado del califa (dice en lugar de emir) omeya Muhammad ibn Adb al-Rahamán, había descubierto el proceso de fabricación del cristal".
Pero la poesía estuvo entre sus disciplinas dominantes. Ella y su brillantez le acarrearon innumerables desazones. Por algo, el Pájaro Negro (Ziryab) -que llegó cuando Ibn Firnás debía tener unos 12 años- había confesado: "Yo huía de la poesía antaño, con firme resolución, que tenía por excusa el temor a sus críticas". Ibn Hazm redundaría luego en los riesgos de destacar en Córdoba, recurriendo a los Evangelios: "El profeta no pierde su condición más que en su propio país". El sabio cordobés de San Lorenzo escribía respecto a los poetas que "es en Al-Ándalus donde más se irritan contra ellos… la envidia se manifiesta y adquiere mayor habilidad… se rebajan sus rasgos más hermosos; se ensañan con sus flaquezas y sus más pequeños pasos en falso", y no se salvan por jóvenes ni maduros: "A menudo se le atribuye lo que no ha dicho, se le pone un collar con el que nunca se ha adornado, se le imputan palabras que nunca pronunció e ideas que nunca compartió". Así las cosas, Córdoba ha sido la ciudad con mayor número de poetas y pensadores autoexiliados, entonces a Damasco, Bagdad o -en el caso de Ibn Hazm- a Niebla, donde murió, convencido de que "el hombre que entre nosotros se dedica a tejer versos o lleva a cabo un acto noble […] no escapa a las redes ni se salva de estas trampas mas que como el pájaro que emprende el vuelo y salta como hace un corcel".
Ibn Firnás decidió quedarse a pesar de las injurias y las burlas que, en su caso, se desencadenaron en torno al 852. Con la muerte de Abderramán II y la llegada Muhammad I, Mu´min Ibn Said se convirtió en poeta oficial, maestro del príncipe Malsana, protegido del primer ministro y con sillón de profesor en la Mezquita. Aquel poeta satírico fue pronto uno de sus peores enemigos del brillante sabio, de tal modo que los encontronazos y polémicas entre ambos fueron tan famosos como temidos por los cortesanos. En esa etapa, Ibn Firnás quiso desafiar a la todavía no inventada Ley de la Gravedad, a pesar de haber cumplido ya los 40 años, edad rayana en la vejez para su tiempo. Con esa intención subió al alminar de la Almunia de la Arruzafa y se arrojó desde allí provisto de una gran tela que suavizó su estrepitosa caída. Con aquella hazaña se partió las piernas, pero logró quedar en la Historia como el inventor del paracaídas y, entre sus coetáneos, como un paranoico objeto de las burlas y de las composiciones más satíricas de su enemigo, tan incansable como la capacidad de inventiva del sabio; ya había instalado en su casa un planetario y podía percibir relámpagos de tormenta y truenos. Su rival bautizó aquel prodigio como "los cuescos del inventor".
No fueron menos satíricos los versos que Mu´min Ibn Said escribió en el 875 cuando Ibn Firnás, recuperado de su primer intento, quiso imitar el vuelo de las aves, tras haber dedicado largo tiempo a observarlas. Para ello, se hizo fabricar unas alas de madera cubiertas de seda como su cuerpo; sobre la tela pegó plumas de águila y se lanzó desde un precipicio. Apenas se mantuvo unos segundos en el aire. Había olvidado incluir la cola en su artilugio y cayó gravemente lesionado, aunque no moriría, en Córdoba, hasta el 887. Pero el poema satírico de su enemigo Mu´min Ibn Said sobrevivió como romance castellano y el invento sugiere al maestro Muñoz Molina que "es probable que Leonardo tuviera en cuenta los dibujos de Abbas ibn Firnás cuando inventó su máquina de volar".
Mientras este andaluz se difuminaba del Sur de España y los árabes lo veneraban como propio, un fraile benedictino intentaba su hazaña, animado quizá por alguno de los textos y cartografías andalusíes que quedaron repartidos por los conventos de Europa. Los libaneses emitieron sellos en su honor, los iraquíes le alzaron estatua y aeropuerto, los norteamericanos pusieron su nombre a un cráter lunar, el centro astronómico de su Ronda natal se bautizó con su nombre y Córdoba le hace honores, tardíos, con su último puente.
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