El poder de la necropolítica

Humanidades en la Medicina

Una situación de crisis evidencia las desigualdades y el abandono de los ciudadanos, donde el dejar morir es una forma de violencia política tan letal como otra forma de agresión directa

Plástico y Salud

‘Muro de los nombres’, el monumento del memorial a los judíos asesinados por los nazis de Viena.
‘Muro de los nombres’, el monumento del memorial a los judíos asesinados por los nazis de Viena. / Luis Lidón/EFE

15 de diciembre 2024 - 06:55

Córdoba/En una sociedad no podemos aventurarnos a pensar que el poder no sea un mecanismo de orden y regulación de nuestras vidas, pero, por el contrario, puede comportarse como un ente que favorezca la muerte y la segregación. En este caso, el uso del poder social y político para administrar la muerte se considera necropolítica.

Desde hace miles de años, el hombre ha acumulado tal poder que la humanidad se ha visto autolesionada por su mal uso y difícil control. Ha dado lugar a un abuso del poder por los gobernantes en un aforo de ignorancia, como describió George Orwell. Tenemos los dos peores ejemplos que pudiéramos conocer, el nazismo y el estalinismo, paradigmas de dos organizaciones poderosas creadas por el ser humano para la aniquilación de contrarios, verdaderos o supuestos.

En este contexto podríamos preguntarnos si la necropolítica del pasado es el presente o el futuro, o si es el medio del que se vale el poder soberano para aplicar la gestión de la muerte, adoptando el derecho a regular la vida de sus ciudadanos.

La necropolítica se ha elaborado a partir del concepto de la biopolítica, entendiendo esta como optimización de la vida, que en la práctica se refiere a la regulación de la salud, la natalidad y otros ámbitos que aseguran la prosperidad de la población. Pero en la práctica siempre van a existir grupos que no encajan en la teoría de la productividad; serían los excluidos sociales o indeseables, los que Michel Foucault determina como el límite de la exclusión, quedando estos grupos sin protección, en lo que podríamos llamar zonas de muerte potencial. Desde este punto de vista podemos equiparar a la necropolítica como biopolítica extrema, en la que Achille Mbembe retoma y amplía la propuesta de Foucault al enunciar que la necropolítica es una extensión en pro de la política de la muerte, en la que el biopoder decide quién debe morir o vivir.

Esta política sigue vigente en la actualidad para ejercer el poder, como percibimos en las situaciones de esclavitud, migraciones, conflictos armados, extrema pobreza, en las que aparecen estos grupos como vidas sacrificables por no ser productivas. Este pensamiento enlaza perfectamente con la idea de la vida desnuda de Giorgio Agamben que, en su obra Homo sacer recoge cómo a los individuos fuera de la ley se les despojaba de su legitimidad y estatus político, siendo reducidos a la "vida nuda" que, sin protección, estaba a la decisión del soberano de turno, esto imbricado con el estado de excepción para dotar al poder soberano de una herramienta del máximo dominio.

Para la filósofa Marina Gržini, la necropolítica representa una forma de control social que puede llegar desde la violencia más extrema al empobrecimiento y denostación de los más vulnerables, reduciendo la vida humana a una cuestión puramente biológica, despojándolos del valor social y político, o sea, deshumanizándolos e invisibilizándolos.

Lo más llamativo es que los actores de la necropolítica parecen no ser conscientes de sus actos, llevándolos a "la banalidad del mal", como relató Hannah Arendt, encarcelada por el nacionalsocialismo, refiriéndose a Adolf Eichman como responsable de la logística de los campos de concentración nazis. En su libro Eichman en Jerusalén, se preguntaba por qué los autores de estas atrocidades no parecen percatarse del mal infringido. Este es el motivo, pensamos, que llevaba a las personas a la deshumanización y a su cosificación para ver sus actos como pura burocracia.

Además de esta visión de la necropolítica, en la historia se ha ejercido este control de la muerte por los gobernantes, que eran los que decidían quién vivía y quién moría. Para Foucault, el arquetipo más claro de necropolítica es el que propició el régimen nazi, exterminando a millones de personas en la "solución final", en los campos de concentración. De igual forma que el ejemplo nazi, en la historia tenemos otros como la Gran Purga de Stalin, donde millones de personas fueron sacrificadas para llevar a cabo su plan político. En definitiva, la depuración de potenciales disidentes ha sido una constante en los gobernantes más abyectos.

Lo más grave es que, en una democracia, no se nos ocurre que pueda haber casos de necropolítica, y que en nuestro bien pensar solo pasaría con los regímenes totalitarios. Pues sí, en el contexto democrático se dan, pero de forma menos llamativa y, sobre todo, en el formato de negación de la responsabilidad de los que tienen la gestión del gobierno.

Una situación de crisis, como una pandemia o una Dana, evidencian las desigualdades y el abandono de los ciudadanos, donde el dejar morir es una forma de violencia política tan letal como otra forma de agresión directa.

Pero la necropolítica, además de tener una dimensión biológica, tiene otra no menos importante, que es la dimensión psicológica, creando un clima de miedo colectivo por el manejo de las emociones y así justificar la manipulación y muerte de los no productivos.

Advertimos cómo en la historia van apareciendo situaciones y pretextos por los que el poder interfiere en la sociedad para deshumanizar a las personas y lograr la sumisión en la mayoría de los casos. La necropolítica se utiliza tanto por los estados como por grupos violentos para el control de la resistencia. Lo vemos en los grupos terroristas, en el comportamiento de cárteles, gobiernos totalitarios y dictaduras, como ejemplos más claros de su aplicación, sin olvidar la existencia de su efecto psicológico que, dependiendo del grado de difusión, puede convertirse en la máxima aspiración de los grupos extremistas, que es extender el miedo colectivo.

La vulnerabilidad de la vida humana hemos de entenderla desde el ámbito de la política, y reflexionar cómo los regímenes políticos pueden gestionar situaciones complejas como si se tratara de un estado totalitario en una democracia fingida. ¿Estamos asistiendo como convidados de piedra a la normalización de la necropolítica por parte de los estados sin rebelarnos?

stats