El poeta de roja voz que eclipsó el exilio mexicano
Cordobeses en la historia
Pedro Garfias Zurita fue un niño sin hogar fijo; se hizo adolescente en tierras cordobesas y aquí despertó a la poesía que le condujo al Madrid bohemio y republicano y, finalmente, al exilio
ANTONIO Garfias Domínguez fue un cobrador de Consumos y Arbitrios municipales, amigo de tertulias y amante de ideas liberales. Se casó con María Dolores Zurita Chías, distinguida dama onubense, y se marcharon Madrid, Salamanca, Osuna y Cabra. En los tres primeros destinos nacieron José, Pedro y Antonio. Luego llegaría María, hermana de padre de quien sería uno de los más grandes y desconocidos poetas del exilio español de posguerra: Pedro Garfias.
Salmantino por cuna, fue tan andaluz de corazón y obra, que alguno de sus biógrafos sitúan su nacimiento en Córdoba, hecho que desmienten, entre otros, Zueras Torrens y Moreno Gómez, autores de las primeras biografías publicadas en España sobre este poeta, casi desconocido en su tierra. No así alguno de sus poemas, como Asturias, popularizado por Víctor Manuel en los 70.
Pedro Garfías Zurita, había nacido el 1 de enero de 1918. Cuando la familia llegó a Osuna, contaba tres años de edad; con ocho pierde a su madre y a los diez, se produjo el traslado a Cabra, después del segundo matrimonio de su padre.
El instituto Aguilar y Eslava fue el escenario de sus tiempos de bachiller y sus dos diarios locales La Opinión y El Popular, el trampolín de sus primeros poemas y colaboraciones, que no cesarán, ni en el preuniversitario en Sevilla, ni en los años siguientes.
Corría el año 1917, aquella Cabra de su adolescencia lo fue también de las noches de tertulias, copas, flamenco y madrugadas, entre destacados nombres del mundillo cultural local, donde participa activamente, antes de marchar a Madrid a iniciar los estudios de Derecho que nunca concluyó. Allí, en 1922 se convierte en cofundador de la revista Horizontes, que contó entre sus páginas con Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, García Lorca, Guillén o Alberti, y con ellos se queda en la Generación del 27 y como líder del frustrado Ultraísmo. Se convierte en colaborador de las más prestigiosas revistas, en amigo de Buñuel o asiduo de cafés como el Colonial, compuesto -según palabras de Pedro Iglesias recogidas por Moreno Gómez- por "escritores, editores, empresarios, cómicos, autores, horteras, toreros, cupletistas y cocotas elegantes". Por etapas huye de la bohemia, se repliega a Andalucía, escribe, se pierde y aparece con Ala del Sur, tras un paréntesis de casi diez años en su tierra. En ese impar y en 1926, se casa con Margarita Fernández, hija de un industrial-terrateniente de Osuna que no aprueba el enlace, y se marchan a La Carolina, donde ejerce de recaudador de impuestos.
Al regresar a Madrid, Alberti le había incluido entre las páginas de la revista Octubre, creada por el gaditano y, tras la proclamación de la República, se convierten en compañeros, en el Partido Comunista, en El Mono Azul o en La hora de España, cuando el golpe de Estado se ha convertido ya en guerra civil el poeta vive y escribe de la defensa de Madrid, antes de pedir destino al Sur y convertirse en comisario político del Batallón Villafranca de Córdoba.
En el frente, dedica su creación a ensalzar y exaltar los ánimos milicianos, con títulos como Poesías en Guerra, con el que obtiene el Premio Nacional de Literatura en 1938, o Héroes del Sur. Pasó a formar parte de las víctimas del "¡Muera la inteligencia!" de Millán Astray y, como tantos otros, cruzó la frontera francesa y conoció el campo de concentración de Argelés-Sur-Mer. Fue rescatado a Inglaterra, donde escribió su tristísima elegía, Primavera en Heaton Hastings, antes de embarcar en el mítico Sinaía, junto a su inseparable Juan Rejano y tantos otros, el 25 de mayo de 1939. Tras dieciocho días de penosa travesía, llegan a México. Escribe, publica, aparece en revistas, ofrece conferencias y, mientras España limitaba la obra de Federico García Lorca a poemillas infantiles de lagartos y lagartas, Garfias paseaba la vida y la obra del granadino desde Yucatán a Monterrey y daba recitales propios, tintados por la sombra del exilio: "Y aún seguiría viendo con su blancura intacta/ la España que he perdido".
Vivió en Guadalajara y Monterrey, sin dejar de asistir, cada 14 de abril, a la celebración del día de la República, a las tertulias con Juan Rejano, Jaén Morente, León Felipe y Azorín, o a encuentros con compatriotas. Del que tuvieron con Manuel Rodríguez Sánchez, da fe la foto recogida por Moreno Gómez en su antología, que incluye el poema Manolete.
Sus amigos "curaban" su deterioro físico y económico, como el poeta de Puente Genil corrector de alguno de sus poemarios. El último, Ríos de aguas amargas, se escribió en 1953. Luego, dice Francisco Zueras, en la década de los setenta, su actividad decrece "a causa del padecimiento de una cirrosis hepática". Margarita había optado por quedarse en Monterrey, mientras él ahogaba, errante por las tabernas, la nostalgia que nunca le abandonó: " …oigo vuestra palabra, árboles de cien años/ y os busco inútilmente a través de la tarde ".
Pedro Garfias, se murió en Monterrey el 8 de agosto de 1967. No tenía dinero para mortaja ni tumba. Las sufragaron sus numerosos amigos y, sobre ella, pusieron uno de sus versos: "La soledad que uno busca no se llama soledad".
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