Una polémica gran obra que le cambió la cara al Centro

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Cruz Conde luce una placa que recuerda el premio Jean Paul L'Allier, concedido a la remodelación de un espacio que modificó la experiencia de moverse por la zona

Esquina de la calle Cruz Conde con Góngora, antes de ser peatonalizada. / Reportaje Gráfico: José Martínez
Noelia Santos

19 de diciembre 2016 - 02:34

Las costumbres, como muchas cosas, son difíciles de romper. Trastocar a alguien su día a día va a suponer, sin más remedio, un aluvión de críticas. Esto sucedió en 2010 cuando el Ayuntamiento, con Andrés Ocaña al mando, anunció que tenía la intención de cortar el tráfico la céntrica calle Cruz Conde. Al inicio, no fueron pocos los que tacharon la medida como una locura. Eran días en los que se comentaba que el cordobés estaba acostumbrado a aparcar en las puertas de las tiendas, a muchos no les sentó bien que el Consistorio tuviera la pretensión de cortar el paso a los vehículos desde Ronda de los Tejares hasta la plaza de Las Tendillas. Ahora, cinco años después (aunque parecen que han pasado muchos más) nadie se queja.

La remodelación de Cruz Conde fue mucho más allá de una simple peatonalización, fue la recuperación de un pasado histórico que ahora se puede observar con tan solo echar la vista hacia abajo. Una de las encargadas de aquel proyecto, Rosa Lara, explica que mucho antes de que se llevaran a cabo las obras se colocaron paneles informativos en los alrededores y se intentó consensuar al máximo las claves de la remodelación. Eso no frenó, sin embargo, toda la polémica que Lara achaca, precisamente, a ese trastoque de las costumbres.

Como explica la arquitecta, desde un primer momento se tenía en mente la incorporación de criterios históricos a la contemporaneidad de una obra que guarda las huellas del pasado sin perder el desarrollo. Cuando finalmente la calle mutó del asfalto al granito, la adaptación fue rápida. Ahora es difícil imaginarse a un autobús circulando por la céntrica vía, aunque el tramo que más cerca está de Las Tendillas sí soporta el paso de vehículos. Aún así, en sus inicios, como apunta Lara, la idea era permitir el paso del transporte público (el material actual de la calle está preparado para soportar el paso de vehículos). Sin embargo, la idea de que circularan autobuses se descartó, algo en lo que tuvo que ver mucho el comercio de la zona, que abogaba por un corte al tráfico de forma rotunda.

Sin duda, la experiencia de comprar en una calle totalmente peatonal a hacerlo en una con aceras estrechas es muy distinta. No son pocos los que aún tienen en mente ese Cruz Conde más antiguo que no era más que asfalto y semáforos y que después se convirtió en un eje completamente diferente.

Las consecuencias fueron varias. Entre ellas, esa experiencia del peatón cambió, como lo hicieron las ventas en los comercios y los precios de los inmuebles. Que la calle se convirtiera en peatonal revalorizó locales y viviendas convirtiendo a Cruz Conde en la vía cordobesa con el metro cuadrado más caro.

Y sobre todo, esas ganancias que derivaron de la remodelación tuvieron repercusión medioambiental y económica, pero en otros sentidos. La contaminación de la calle ahora es casi nula y el ahorro económico que supuso para las arcas públicas también se puede percibir, ya que el paso de tráfico rodado por una calle implica un desgaste que hay solucionar.

La recuperación del pasado y su transformación en vanguardia, la plataforma única, los materiales utilizados y la buena aceptación tras la polémica le han valido al proyecto de peatonalización de Cruz Conde el galardón Jean Paul L'Allier para el Patrimonio 2015, concedido por la Organización de Ciudades Patrimonio Mundial (OCPM). A finales de la semana pasada se descubría una placa en el suelo que recuerda un galardón que no solo se queda aquí. Ahora, la remodelación de la vía cordobesa es ejemplo para otras ciudades, es perfectamente trasladable y no sólo por cómo se llevó a cabo (en presupuesto y tiempo, algo que a día de hoy parece imposible), sino por la rápida adaptación que generó en todos aquellos que no estaban dispuestos a alterar su día a día.

Fue, además, la gran obra de la era Ocaña, como Gondomar lo fue para Julio Anguita, el bulevar para Herminio Trigo, Miraflores para Rosa Aguilar o Las Tendillas para Rafael Merino. Pero también fue, no cabe duda, una gran obra para toda la sociedad cordobesa, esa a la que no le importó variar sus costumbres.

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