¿Por qué estamos cansados?
Humanidades en la Medicina
A pesar de su impacto, la fatiga sigue siendo una necesidad clínica insatisfecha porque, además de ser una afección subestimada en la investigación médica, tiene falta de tratamientos eficaces

Nos encontramos cansados… ¿Exceso de trabajo? ¿Será la dieta? No descanso bien, ¿estaré estresado? ¿Tendré alguna enfermedad indeseable o debilitante importante?
La descripción de fatiga y debilidad se remonta a tiempos bíblicos, haciendo referencia al libro de Job 7:3–4: “Así he tenido meses de calamidad, y noches de fatiga me fueron asignadas”.
Muchos años llevamos cabalgando a lomos de la fatiga y achacando sus efectos a múltiples causas de incidencia biopsicosocial como responsables del agotamiento. En general, representa un reto para la atención médica. Sabemos que algunas causas están relacionadas con un sobresfuerzo físico o mental, pero otras pueden ser la consecuencia de alguna enfermedad grave, extenuante, que se acompaña de otros síntomas generales.
En este artículo no abordaremos el síndrome de fatiga crónica o encefalomielitis miálgica, hoy conocido como SEID (enfermedad de intolerancia al esfuerzo sistémico), en el cual hay malestar o dolor post-esfuerzo. Nos centraremos en la definición médica del término fatiga, que se introdujo para expresar el agotamiento y el cansancio, y este síntoma o síndrome, según se mire, está presente en enfermedades consuntivas (caquexia neoplásica), algunas neurodegenerativas, otras infecciosas, tumorales, autoinmunes u obstructivas de las vías aéreas, por ejemplo. Otras, en las que no conocemos su etiología, como las agrupadas en las que se denominan síndromes de sensibilización central.
La fatiga hemos de verla con una actitud multidimensional, con afectación física, cognitiva y emocional que lleva a un deterioro del rendimiento en la actividad del día a día. Es más prevalente en personas con enfermedades crónicas. En estudios observacionales de enfermos con cáncer, la fatiga puede ser de un 30% a un 80% de incidencia, según su estado evolutivo y tratamiento.
Como hemos advertido, la causa o las causas de la fatiga pueden ser múltiples, dependiendo de la enfermedad que subyace, siendo a veces un mecanismo de reajuste por sobrecarga ante los procesos reguladores, en los que intervienen el sistema nervioso central, el sistema endocrino y el sistema inmunológico, que, interactuando entre sí, dan una respuesta protectora, para inducirnos al descanso.
Para entender mejor la fatiga, podemos valernos del modelo de alostasis del estrés. Recordemos que Hans Selye (1956) demostró, con el llamado síndrome general de adaptación, que un organismo tiene una respuesta adaptativa a la adversidad que incluye tanto las respuestas simpáticas como las acciones de las hormonas hipofisarias, que afectan globalmente a los principales órganos del cuerpo, que resumió en tres etapas: alarma, resistencia y agotamiento.
Más modernamente, la alostasis tiene como objetivo asegurar la estabilidad del organismo a través de procesos continuos de adaptación al estrés en los diversos sistemas (homeostasis). De esta forma, el modelo de alostasis explicaría los síntomas de fatiga como un agotamiento de los recursos adaptativos somáticos, psicológicos o sociales persistentes en una enfermedad crónica.
Con el modelo alostático, podemos explicar, por ejemplo, el solapamiento de la fatiga y la depresión, por agotamiento de los neurotransmisores, y la participación de estresores como la inflamación, alteraciones del sueño y del sistema nervioso autónomo.
Pero a su vez existen situaciones y afecciones que inducen a esta fatiga, como son el trabajo excesivo, el hipotiroidismo, el abuso de sustancias, la anemia, efectos secundarios de medicación, el sobreentrenamiento, la menopausia, el embarazo, la diabetes, las enfermedades cardíacas, el cáncer, la depresión, enfermedades autoinmunes, el deterioro renal, enfermedades inflamatorias y el perfeccionismo excesivo.
En la pandemia Covid-19, considerada como factor estresante crónico, hubo un aumento de la prevalencia de la fatiga tras la infección, observando que se incrementaba la sensación de fatiga cuando se asociaba a la angustia psicológica y a las alteraciones del sueño. La depresión fue el único predictor significativo de la fatiga tras la pandemia. La fatiga es probablemente el síntoma más común en la presentación del Covid persistente.
A pesar de su impacto, la fatiga sigue siendo una necesidad clínica insatisfecha porque, además de ser una afección subestimada en la investigación médica, tiene falta de tratamientos eficaces. En 2022 se registró como MG22 en el registro de la CIE-11, lo que representó un paso para su reconocimiento.
En la actualidad no existe una definición clara y universalmente aceptada de fatiga. En lo que sí hay consenso es en aceptar que la fatiga es un estado causado por el esfuerzo tanto físico como mental, que altera la manera en la que afrontamos una adversidad y afecta a nuestra capacidad de respuesta.
Esta situación la entendió muy bien Viktor Frankl, que, mediante la logoterapia, ayudó a muchas personas a sobrellevar el agotamiento extremo en los campos de concentración nazis. Este enfoque permitió que resistieran las condiciones hostiles con mayor fortaleza mental y no cayeran en la desesperación.
¿Podemos distinguir una fatiga periférica de una fatiga central? Esta distinción es controvertida por lo expuesto anteriormente y que alude a su multidimensionalidad. Pensamos que la clave está en la retroalimentación mente-cuerpo y que en su armonía estriba la salud integral. Los neurotransmisores juegan un papel clave en la sensación de la fatiga y el hipotálamo es el encargado de coordinar las respuestas metabólicas y hormonales del estrés.
La fatiga no podemos considerarla como una condición inespecífica, sino como una afección que impacta y condiciona la vida de los pacientes. Es fundamental que los profesionales de la salud la reconozcan como una entidad propia, investigando sus causas subyacentes, y adopten las medidas necesarias para su tratamiento integral. Además, cuidar la alimentación, el sueño y la salud mental puede marcar la diferencia en su manejo.
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