Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La financiación autonómica, ¿Guadiana o Rubicón?
GEOGRAFÍA HUMANA
Joaquín Mellado nació en Fuente Obejuna y es catedrático de Filología Latina. El 9 de junio de 1999 llegó al Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras de la UCO y el pasado 7 de enero anunció que renunciaba al cargo después de casi diez años y tres mandatos. Se marcha sin haber visto realizada una de sus máximas aspiraciones: la más que necesaria reforma integral de la sede de la Facultad, pero afirma que no siente amargura por ello pues siente que ha hecho todo lo que de él dependía para dejarlo encauzado. Mellado sostiene que no llegó al cargo “en busca de laureles” y argumenta que ha adelantado su adiós al puesto de decano ya que cree necesario que sea otra persona la que gobierne la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior, conocido como el proceso de Bolonia o plan Bolonia.
–La normativa le permitía aspirar a una reelección más, pero usted ha decidido renunciar. ¿Qué le ha llevado a ello?
–Es sencillo. Yo siempre he pensado que no es bueno para nadie eternizarse en un cargo, y como creo en eso llegó un momento en el que me di cuenta de que debía aplicarlo a mí mismo. Han sido tres mandatos y yo creo que ya está bien. Es el momento idóneo para que lleguen otras personas.
–Una de las grandes demandas de su Facultad a los órganos de gobierno de la Universidad en la última década ha sido que se emprenda la reforma integral de su sede de la Judería. Al final, se marcha del cargo sin ver el comienzo de ese proceso...
–Sí, yo llegué al Decanato en junio de 1999 y aquella misma primavera ya había leído en los medios que comenzaba a pensarse en qué departamentos serían los primeros en mudarse para que comenzasen las obras. Entonces se nos hacía la boca agua, pero con el tiempo fui dándome cuenta de que las cosas no eran así y de que habría que esperar. Al final, las obras de Rabanales se fueron alargando en el tiempo y nuestro proyecto, que estaba a la cola, se fue postergando. De todos modos, algunas cosas sí que hemos conseguido. La reforma de la biblioteca, que permitirá unir los dos edificios que conforman la Facultad, ya se está licitando y el proyecto de que la Capilla de San Bartolomé se pueda abrir al público está en marcha y es posible que sea realidad en no mucho tiempo. Hay ya un convenio con el Consorcio de Turismo, y la Diputación y Cajasur también se han mostrado interesados en colaborar.
–¿Le frustra marcharse sin que esté la reforma en marcha?
–No, pues siempre he sido realista y ya le digo que sabíamos que lo nuestro iría detrás de todo lo del campus de Rabanales. Que me hubiera gustado que se hiciese es algo evidente, pero tampoco pasa nada. En este tiempo hemos hecho otras cosas. Por ejemplo, cuando yo llegué al cargo el ambiente en la Facultad estaba muy enrarecido y tenso y ahora eso no es así. Tengo la sensación de que hemos logrado todo aquello que dependía de nosotros y que no hemos conseguido algunas cosas que dependían de otros. La reforma integral del edificio necesitaba de que otros abriesen el grifo. Era difícil.
–Deja el Decanato en uno de los procesos más complicados que se recuerdan: el de la implantación del polémico proceso de Bolonia.
–Es cierto que ahora vivimos un momento crucial, pues estamos realizando la transformación de los nuevos planes de estudio. Hay cinco comisiones que se están moviendo muy bien y ahora llega el momento decisivo. En verdad, detrás de mi decisión de renunciar al cargo antes de que se acabase el mandato en el mes de mayo estaba este proceso en el que estamos inmersos. Yo tenía claro que no volvería a presentarme, y por eso pensé que lo mejor era adelantar las elecciones para que el decano que salga elegido sea el que lidere y gobierne la adaptación.
–¿Que significará el proceso de Bolonia para Filosofía y Letras?
–Lo único que podemos hacer por ahora es adaptar al plan las titulaciones que ya tenemos y una vez que esto ocurra podremos plantear otras propuestas. La adaptación nos está generando algunos problemas. Por ejemplo, nosotros ofertamos desde 1992 una titulación de Humanidades, que nunca ha gozado de mucho éxito. En principio, era una carrera muy atractiva, pues permite una formación cultural amplia, pero no tiene una salida a la docencia en las enseñanzas medias, algo que sí ocurre en nuestras otras titulaciones. En fin, lo cierto es que nunca se han matriculado muchos alumnos en primero y la Junta exige ahora que para que una titulación se pueda adaptar a Bolonia hace falta que haya tenido una media de 20 alumnos nuevos durante los tres últimos años. En nuestro caso eso no ha sido así, por lo que esta titulación está abocada a desaparecer. A eso hay que sumar que todas nuestras licenciaturas, salvo Traducción, tienen ahora cinco cursos y al adaptarnos a Bolonia se quedarán en cuatro. Todo esto hace que en el futuro más inmediato tendremos menos horas docentes y eso afectará a todas las áreas de conocimiento y a todos los departamentos. El problema ahora es que empecemos a luchar por ver quién pierde menos horas y que no pensemos en el bien común de la Facultad.
-En todo caso, el futuro depende de la segunda fase...
–Sí. Lo importante será acertar en las propuestas que hagamos. Por ejemplo, ahora se podrán ofertar módulos para otras carreras y nosotros podemos realizar muchas cosas atractivas en campos como el patrimonio o las lenguas. Se trata de aprovechar esa transversalidad viendo lo que se demanda en otras titulaciones. Además de eso, yo creo que esta Facultad debe sacarle partido a la ciudad en la que se encuentra y ofertar estudios que aprovechen su riqueza. Por ejemplo, se pueden plantear estudios de arqueología y potenciar por ejemplo un centro de estudios arqueológicos. Hay que pensar y no limitarnos a tratar de colocarnos una hora más o menos. Hace falta generosidad e imaginación.
–Pese a estos problemas concretos, usted ha defendido el proceso de Bolonia o, al menos, el espíritu que lo promueve...
–Mire, el plan tiene un valor impresionante, lo que ocurre es que el debate se está centrando más en lo accesorio que en lo sustancial. Lo fundamental de esta reforma es que homologa todos los estudios en Europa y permite una gran movilidad tanto para los profesores como para los alumnos. Es decir, nos iguala con los países del entorno europeo y nos permite ser más libres al darnos más oportunidades y romper las fronteras. ¿Cómo se puede estar en contra de eso? En el fondo, este plan supone para el mundo universitario, intelectual, lo mismo que en su día supuso la ruptura de fronteras para el mercado laboral. Los títulos serán comparables y no estaremos supeditados a las actuales convalidaciones, tan crípticas y poco flexibles. Esa es la esencia del plan Bolonia y eso es positivo, aunque quizá sí sea cierto que, aprovechando que pasaba el tren, se le han cargado otros paquetes de medidas que poco tienen que ver con la sustancia.
–Los críticos estiman que es un paso hacia la privatización. ¿Observa algún riesgo en ese sentido?
–Ese tipo de críticas se han hecho en otras ocasiones y nunca se han demostrado. Ahora mismo, a las universidades se nos exige que tengamos un 30% de financiación propia. Y si te obligan, tienes que hacerlo. Ahora bien, en lo que se refiere a las manifestaciones contra el plan Bolonia observo que falta un planteamiento sereno y tranquilo y de unos interlocutores bien informados. Mire, nosotros hemos programado unas diez actividades para abordar el plan Bolonia y hemos traído para ello a profesores de varias universidades, incluso de otros países europeos. A esos actos no han acudido sin embargo más de 18 ó 20 personas de media y entre ellas no estaban muchas de las que ahora más se oponen. En todo esto hay un componente político.
–El proceso de implantación, ¿cómo está siendo?
–Pues nos tienen a todos locos y falta información, lo que da lugar a que cada universidad lo esté haciendo a su modo. No hay coordinación y somos las facultades de distintas provincias las que no estamos reuniendo para tratar de realizar algo más o menos común. En definitiva, que se está avanzando a empujones, algo que demuestra que los poderes políticos no han sido previsores. De todos modos, en la política universitaria hay otros problemas que poco tienen que ver con este proyecto europeo. Por ejemplo, en España se toman las decisiones atendiendo a horizontes políticos, para que sean ejecutables en cuatro años, y eso en el ámbito universitario no es viable, pues se requiere mucho más tiempo para implantar un plan de estudios. España precisa de forma urgente varios pactos de Estado, y uno de ellos debe ser el de las políticas universitarias y educativas en general.
-Los profesores de su facultad se quejan a menudo de que la Universidad de Córdoba privilegia los estudios agroalimentarios y científicos y minusvalora las humanidades. ¿Lo comparte?
–Sí, totalmente, sólo basta observar como se llama la Consejería de la que dependemos: Innovación, Ciencia y Empresa. Buscar una relación adecuada entre la universidad y las empresas es algo loable, pero eso no significa que se margine todo lo que no sea crematístico de forma inmediata. La cultura también genera riqueza y en una ciudad histórica como Córdoba aún más. Por ejemplo, nuestra provincia tiene un importante perfil agroalimentario, del que me siento muy orgulloso, pero... ¿cuánta gente viene a Córdoba en busca de eso si se compara con la que lo hace en busca del perfil cultural? A esta Facultad llegan alumnos de numerosos países y tenemos más prestigio fuera de España que en la propia Universidad. Además, creo que a una sociedad que valora el alicate por encima de la inteligencia le acaba luciendo el pelo.
–¿Qué ambiente se vive ahora mismo en la Facultad? ¿Cómo ve a alumnos y profesores?
–Mire, a menudo se dice que los jóvenes de ahora son irresponsables, pero en verdad no es así. Muchos llegan a la Universidad y lo primero que hacen es incorporarse a una ONG. Es evidente que hay gente muy implicada, pero creo que no conseguimos comunicarnos en el mismo idioma. Es decir, en mi generación la implicación te llevaba a participar en las plataformas de representación, y ahora no es así y por eso es tan frecuente la escasa participación de los estudiantes en los procesos de decisión universitarios. En cuanto a los profesores, aprecio que estamos en un momento crítico. Cunde el desánimo y hay quien habla de logsización, un esnobismo con el que se resume una idea preocupante: que los alumnos llegan a la universidad sin la base suficiente. Eso tampoco lo resolverá Bolonia, sino un plan general que englobe a la educación básica, a la media y a la superior, algo que no se hace en España desde hace muchos años.
–Hablaba usted antes del valor de Córdoba como ciudad histórica. ¿Cómo ve la situación que vive la ciudad?
–Hace poco tiempo me llevé una gran alegría con el nombramiento, al fin, de una gerente para la Capitalidad, aunque la realidad es que Córdoba se caracteriza por ser una ciudad en la que todo se eterniza sin que se sepa muy bien la razón. La gente espera desde hace años el Palacio del Sur, el Museo de Arte Contemporáneo, la mejora de Medina Azahara, el aeropuerto o la resolución de los problemas de las parcelas. Los partidos políticos discuten sin embargo constantemente y dan una sensación de patio de colegio, como me dijo un amigo extranjero. Hay ciertos proyectos de ciudad que deberían ser negociados entre todos.
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