Un paseo por los rótulos comerciales que hacen únicos los barrios de Córdoba

A pie de calle

La Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico propone la documentación y conservación de la cartelería antigua de comercios y bares como testimonio de una forma de vida en peligro de extinción

¿Eres capaz de ubicar estos letreros en el callejero de la ciudad?

Diferentes rótulos 'cazados' en la ciudad. / E. D.

Galerías comerciales, mercerías, ultramarinos, confecciones, almacenes, carbonerías, locutorios, videoclubs, tiendas de todo a 100, salas de cine. Los rótulos de los comercios y los bares cuentan mucho más de lo que a simple vista parece. Son como un libro cerrado, hay que detenerse. Cómo hemos vestido, qué hemos bebido, con qué nos hemos divertido, en qué hemos gastado nuestro dinero. Son algo así como el filosófico “¿de dónde venimos?” en versión neón, vinilo, madera o metal.

“Toda la historia de los barrios se condensa ahí”, resume Francisco Pozo, profesor de Artes Gráficas en el instituto El Tablero e integrante de la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico, un colectivo que lucha por que esa historia del día a día, que ha tejido las redes sociales durante décadas y que se plasma en los carteles del comercio vecinal, no caiga en el olvido.

“Hay verdaderas joyas y no deberían perderse. Lo ideal sería poder conservarlas, guardarlas, exponerlas en algún sitio, pero todavía no ha surgido ninguna iniciativa institucional en ese sentido”, lamenta Pozo, natural de Manzanares (Ciudad Real) y quien se encuentra detrás de la cuenta de Instagram @CórdobaTipo, donde recopila los rótulos que le sorprenden cuando pasea por Córdoba. La iniciativa surgió en Aragón y, de ahí, se ha expandido por media España, hasta que el pasado febrero finalmente se fundó la Red, con cazacarteles en Sevilla, Barcelona, Madrid, Jaén, Cantabria y, ahora, también en Córdoba.

Los cambios económicos, sociales, demográficos y de costumbres que han tenido lugar en estas últimas décadas han desembocado en un lento pero implacable cambio en la relación de la comunidad con su entorno, apunta la Red. Esto se ha plasmado en la aparición de nuevos modelos comerciales, con multitud de franquicias, centros comerciales o compra online, lo que ha provocado el abandono y cierre de miles de pequeños comercios enraizados en su comunidad, advierten.

Es una realidad que lleva a la “progresiva e implacable” desaparición de todo tipo de comercios históricos y emblemáticos, tanto en los cascos históricos como en los diferentes barrios. “La consecuencia es que la personalidad y el paisaje urbano de las ciudades se empobrece y los barrios en muchos casos quedan arrasados, sin nada que recuerde unas formas y unos usos que en su día dieron vida y forma a las comunidades”, alertan. Las principales calles comerciales de las grandes ciudades se han unificado. Las vías peatonales son prácticamente idénticas, con los mismos comercios, los mismos luminosos, los mismos productos, tal vez el mismo tranvía silencioso y ecológico. Da igual ir de compras en Córdoba que en Sevilla, Madrid o Barcelona. Los últimos reductos de autenticidad están, sobre todo, en los barrios.

Un paseo a pie de calle

La mejor manera de comprobarlo es a pie de calle, anima Pozo a descubrir. Y él mismo, en ocasiones, saca a sus alumnos de las aulas a la caza de comercios, rótulos y tipos. “Perseguirlos es como un vicio”, anima a descubrir. Lo hacemos. Puede elegirse un barrio al azar. Ciudad Jardín, por ejemplo, donde hace unas décadas emergió un comercio floreciente que en los últimos años ha ido bajando persianas, empapelando escaparates y desmontando rótulos. Aun así, entre aseguradoras, sucursales bancarias y tiendas de telefonía hay carteles que llaman la atención por su singularidad.

Rótulos en los barrios.

"Hasta que Apple creó los primeros tipos para descargar, había que hacerlos a mano, dibujarlos, cortarlos. Y los rótulos anteriores a ese momento tecnológico demuestran la pericia de cada uno", explica el docente. En la calle Infanta Doña María aún subsisten varios de estos rótulos genuinos, como el de Galiano Electro-Medicina o el de calzados Rivas, con sus llamativas letras amarillas. Ambos locales cerraron hace mucho, y este último se está convirtiendo en una lavandería, por lo que sus despampanantes luminosos tienen los días contados. Enfrente, Alba es una singular papelería-tienda-de-zapatillas-de-andar-por-casa que resiste a las modas y a Amazon, con un letrero que tiene décadas de antigüedad. Una advertencia: si surge la tentación de buscarla en Google Maps, no aparece reseñada.

En el escapare, las pantuflas de cuadros oscuros de caballero se mezclan con los cuadernos y las mochilas con total naturalidad. Y, en el interior, el único cambio reciente introducido es una pantalla de metacrilato que defiende del covid-19 a su propietario, Valeriano Arenas Alba. Detrás, en claroscuro, se divisa una mesa camilla. El tendero sale a la puerta y apunta con el dedo: "Los calzados Rivas eran una institución, hasta llegaron a estar en el centro". En unas semanas no quedará ni rastro.

"Me daban 500 euros por el luminoso y dije que no"

En el barrio pueden descubrirse algunos rótulos más de épocas pasadas, no muchos, la mayoría sobre locales cerrados, enredados entre cables o tapados por máquinas de aire acondicionado. Con un poco de imaginación se puede reproducir cómo era la vida en Ciudad Jardín cuando Córdoba se cortaba aquí y luego había una sucesión de solares baldíos. Al otro lado de Gran Vía Parque, que era campo, sobrevive un bar con solera de los que pocos quedan en la ciudad. Sobre la puerta, en el bajo de un bloque de viviendas, Bar Casa Miguel, también conocido como El Perdigón, resiste desde los años 60 con su alicatado azul y su peculiar luminoso patrocinado por cervezas El Águila, que Se beben más.

Juan Antonio Torres, en la puerta del Perdigón.

La marca desapareció y cada vez es más difícil encontrar perdices en la campiña, pero Juan Antonio Torres sobrevive a las modas gracias a su vino de la casa: "Traigo el mosto de Montilla y lo envejezco en mi propia bodeguita", cuenta. Hace unos años, un desconocido llegó al local y le ofreció 500 euros por llevarse el rótulo, y se imaginó un rutilante papel morado guardado en una billetera: "Pero le dije que no. No tiene precio".

Cruzando el Guadalquivir, en torno al centro de salud de la avenida de Cádiz y a la antigua escuela de Magisterio, surgió una manzana comercial que a duras penas sobrevive. A las calles Pontevedra y Úbeda llegaban cordobeses de los pueblos que hacían aquí sus compras aprovechando las visitas al médico. De aquella época es la Librería Milla, con 58 años y rótulo setentero dando la bienvenida. "Es un negocio familiar que se reformó hace dos décadas", dice Esther Cuevas, segunda generación de propietarias. "En el barrio había muchísimo movimiento, había mucha gente, pero todo ha cambiado. De la provincia ya no viene nadie...", compara.

La manzana está llena de locales con las persianas echadas, terrazas de bares que abren y cierran y pórticos y galerías que debieron vivir tiempos mejores. En la esquina estaba el bar Teide, ahora reconvertido en un kebab con luces chillonas, reflejo de la globalización del barrio. Y en la puerta de al lado sigue Mi Tienda, una galería de "confecciones" y "género de punto" donde el tiempo parece detenido.

En un paseo se llega al Campo de la Verdad, donde el comercio tradicional prácticamente está extinguido. Alrededor de la plaza de Santa Teresa hubo tiendas de confecciones y de telas de las que solo quedan los rótulos que cuelgan de las fachadas como testigos de otro tiempo. A la caída de la tarde se encienden los rótulos de Los Romerillos y de la pizzería Cope, supervivientes de antaño. Las persianas echadas y los letreros desvencijados se alternan, como aquí, en cualquier barrio de Córdoba, esperando a ser descubiertos, fotografiados, documentados.

Muebles Martínez, un monumento a la tipografía

Sede de Muebles Martínez.

El profesor Francisco Pozo anima a llegar hasta el edificio de lo que fue la sede de Muebles Martínez, en la avenida del Brillante y visible desde varias manzanas en Huerta de la Reina. Es algo así como un monumento a la tipografía por cada una de sus cuatro caras, con luminosos y pinturas que el tiempo se está llevando. En los alrededores hubo un todo a 100 del que solo queda el cartel, una ferretería especializada en estanterías que se recuerda por una pintada en la pared, el rótulo colgando en una fachada de las Galerías Marín.

Porque, antes de que las franquicias desembarcaran en los centros de las ciudades con sus ropas asequibles, cada barrio tenía sus propias galerías, sus almacenes, sus confecciones, términos ahora en desuso. Sobreviven algunos en Santa Rosa y Jesús Rescatado entre franquicias de telefonía, sucursales bancarias, aseguradoras y fruterías miméticas. Y así se llega al centro, que hace unos meses perdió el rótulo de La Central en la calle Cruz Conde. Puede parecer solo el cierre de una mercería, la desaparición de un letrero, pero es mucho más, algo así como la filosófica pregunta "¿a dónde vamos?" en versión madera, pintura y metal. Basta echar un vistazo alrededor para obtener las respuestas.

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