Visto y Oído
Broncano
Patrimonio
El de la calle Lineros es quizás el más famoso de Córdoba. En honor a San Rafael y los patrones San Acisclo y Santa Victoria, se levanta un gran retablo de piedra, repleto de detalles, en esa calle de la ciudad. Es uno de los tantos altares que se erigen en numerosas calles del Casco Histórico de la capital cordobesa. Dedicado en su mayoría a imágenes marianas, a la Virgen de los Faroles o a la Virgen de Fátima, los altares forman parte de la fe de los cordobeses, la fe que camina a pie de calle por toda la ciudad.
Los que hay repartidos por Córdobaresponden a la voluntad privada, de las Cofradías o de parroquias e iglesias, o a la voluntad pública, del Ayuntamiento, lo que hace que sea “una cosa muy compleja” de estudiar en su totalidad. Así lo reconoce el director del Secretariado de Patrimonio Cultural de la Diócesis de la capital cordobesa, Jesús Daniel Alonso.
De hecho, los que existen ahora sobrevivieron o se levantaron después de que el jefe político de corte liberal Ángel Iznardi se deshiciera de todos ellos en los años 40 del siglo XIX y solo dejara en pie los triunfos de San Rafael, según el libro Paseos por Córdoba, de Teodomiro Ramírez de Arellano. Por orden de Iznardi se destruyeron entre 50 y 100 altares, por lo que es más que probable que los actuales datan de esa fecha a esta parte.
Ramírez Arellano cuenta en su libro que a espaldas de todos los sagrarios de Córdoba, al exterior del edificio, había una imagen o un signo indicando que tras aquel muro estaba el Sacramento: “en su mayor parte desaparecieron en 1841, en virtud de una orden del jefe político Ángel Iznardi, persona distinguida por su ilustración y por el culto que rendía a las bellas letras, quien dispuso que se quitasen las muchas imágenes que había en todas las calles de Córdoba, y que tuvieron su razón de estar en público cuando la devoción venía a suplir la falta de alumbrado; pero mas bien eran causa de irreverencias continuas que de la devoción de nuestros antepasados, aunque les tenían mas respeto y veneración que nosotros”.
Que tras haberlos quitado todos muchos altares se mantengan a día de hoy y otros incluso hayan surgido en los barrios más nuevos en los últimos años responde únicamente “a la fe de la sociedad cordobesa” y de cómo surge la necesidad de expresarla, destaca el director del Secretariado de Patrimonio Cultural de la Diócesis. Lo hace una señora que levanta uno en la fachada de su casa, las iglesias que exteriorizan lo que hay dentro y lo sacan a la calle o el Ayuntamiento cuando aporta dinero público para conseguir restaurarlos.
Pero un altar requiere una superficie, una mesa, por lo que conviene diferenciar a los azulejos y las imágenes religiosas que se ven comúnmente en las calles de Córdoba de los altares. Los azulejos son obras de las Cofradías de la ciudad y, por lo general, responden a la conmemoración de un hecho, al paso de una procesión histórica o una fecha puntual, así como a señalar las sedes de las hermandades, por ejemplo. Los triunfos de San Rafael, tan vinculados a la ciudad, tampoco son altares, o el Cristo de los Faroles, por ejemplo, aunque repleto de velas y representaciones muy importantes de fe, tampoco lo es.
La documentación al respecto es muy poca, casi nula. Ese vacío crea la necesidad de contar con más investigación y catalogar los altares que existen en la ciudad, que no se tienen enumerados y de los que existe poca historia, reconocen desde la Diócesis, por lo que Alonso expresa que “merecen ser estudiados” más que por “sentar cátedra”, por “ser una verdadera manifestación publica y muy social”. Y es que convendría tenerlo, no solo por investigación, sino también por la posibilidad de que se conviertan en un recurso turístico religioso para los guías que atraen visitantes a la ciudad.
Entre la documentación que sí existe destaca el retablo dedicado en la calle Lineros, realizado por Antonio María de Monroy en 1801, al custodio de Córdoba, el arcángel San Rafael, y a los patrones de la ciudad, San Acisclo y Santa Victoria, que recientemente se ha sometido a una restauración impulsada desde el Consistorio, en la que se ha eliminado el cableado de luz y telefonía que afeaba el conjunto, cableado que se ha soterrado, y se han restaurado los tres lienzos que coronan el altar, a la espera de que sea finalmente revelada la obra. La idea es dejarlo tal y como en su momento decidieron los vecinos, que fueron quienes sufragaron su coste.
El retablo, que en un principio estaba dedicado a la Virgen de Linares, altar con el que acabó el vandalismo, parece de piedra, pero de piedra solo tiene el zócalo, de piedra típica de Cabra, la parte de arriba es piedra artificial, con una armadura de acero, yesos y madera. El altar se volvió a reconstruir en 1925 de la mano de la familia Romero de Torres; se le encargó esa reconstrucción a Enrique Romero de Torres y él a su vez le propuso a su sobrino la reposición de los lienzos, a Enrique Romero Pellicer, según relata la restauradora especialista Marina Ruiz, quien ha realizado un estudio histórico del retablo. Lo que hoy nos llega es una obra de 1937 de Rafael Díaz Peno, que es el autor de las pinturas.
En principio, el retablo original era neoclásico, muy austero y sin embargo la Diputación en su intervención, en 1997, “lo barroquiza, le da un aspecto con más colores, imitando a las piedras barrocas de los mármoles, por eso todos los acabados son marmóreos”, explicó Lara en uno de los avances que se han hecho sobre los trabajos actuales.
En la hornacina del conjunto había también una pequeña imagen de la Virgen de Linares, obra de Leandro Cano, y ahora lo que hay es un grabado de la Virgen de la Candelaria, pero la idea es que vuelva a estar la Virgen de Linares, de hecho, una de las hermandades lo ha solicitado.
El que surge, espectacular, cada que se camina desde la calle Velázquez Bosco hacia la fachada norte de la Mezquita-Catedral está dedicado a la Virgen de los Faroles. Si quieres que tu dolor se convierta en alegría, no pasarás pecador sin alabar a María, es la tan famosa inscripción que se puede leer en las rejas que encierran la pintura de la Virgen, de Rafael Romero de Torres, y cuya original pintó su padre, Julio Romero de Torres, y está resguardada en su museo desde el año 1936. Para la original, que fue encargada por el alcalde de la ciudad, José Cruz Conde, para situarlo en la Catedral, Julio Romero de Torres “se sirvió de la modelo mejicana Carmen Gabucio, a la que utilizaría en otras conocidas obras”, según la información del museo, que destaca que, artísticamente, “responde a una idea barroca del tema”.
La composición está enmarcada por dos figuras femeninas, una vestida con tocas monjiles, y con matilla la otra. Romero de Torres, por darle carácter local a su obra, sitúa a los lados de la Virgen a una monja franciscana y a una muchacha cordobesa. “Mucha gente se santigua al ver la obra”, expresa el también cura del barrio de Fátima.
Los de los barrios modernos pueden parecer “más fríos, más estándar” pero lo curioso de los que allí surgen, como el de la calle Cinco Caballeros del barrio de Sagunto, dedicado a la Virgen de Fátima y que más que un altar se trata de una capilla, es que congrega muchísimo culto público y, también, algunas leyendas populares. En torno a él se suele reunir mucha gente del barrio, con sillas, y rezan allí el rosario todas las tardes, manifestaciones que en el Casco Histórico se ven cada vez menos.
“Un problema de nuestros barrios antiguos es la despoblación, ocurre que la típica señora mayor que tenía allí su casa mantenía la vela encendida, sucedía en el de la calle Lineros, pero cada vez se ve menos quién se encarga de encender la vela”, reflexiona. Sin embargo, allí donde hay una imagen religiosa “siempre alguien aparece y pone una ofrenda”. Hay un pequeño altar, también, en una esquina en la torre de la Malmuerta, que siempre está rodeado de velas y en el que se puede leer la inscripción Ave María Purísima. Según cuenta Alonso, es cuidado por un señor, que en una ocasión lo pintó y fue multado por ello.
Situada sobre el muro sur del Compás de San Francisco se encuentra una reproducción en azulejo del cuadro de Juan de Valdés Leal de la Virgen de los Plateros, cuya obra original está expuesta en el Museo de Bellas Artes. Se trata de una fuente barroca de barro rodeada de un marco de mármol gris. En el cuadro se pueden leer los nombres de destacados plateros de la ciudad, siendo una obra muy vinculada con la Cofradía de San Eloy, el protector de los joyeros.
La mayoría de los altares están dedicados a la Virgen, son marianos, lo que Alonso considera normal porque “Andalucía es una tierra especialmente mariana, en Córdoba, casi la mitad de las parroquias son dedicadas a la Virgen, por lo que es normal que tenga más predicamento que otros santos concretos”, concluye.
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