La sabia de Montoro

Catalina Alanzabes Pabón. Desde pequeña, comenzó a adivinar cosas y a curar a personas enfermas sin explicación alguna, una actividad que continuó hasta su muerte

La sabia de Montoro
Pilar Bartolomé

01 de abril 2018 - 02:31

Catalina Alanzabes Pabón nació en noviembre de 1896 en Montoro. Sus padres, Miguel Alanzabes y Ana Pabón, eran procedentes de familias humildes dedicadas a las duras tareas del campo. Desde muy temprano mostró una forma de actuar no acorde a su corta edad. Con cinco años, Catalina vivía en un cortijo de la sierra montoreña y, una mañana, al despuntar el alba, le dijo a su padre que preparara las "bestias", que se iban para el pueblo porque el dueño del cortijo los echaba de allí. El padre, muy extrañado, le preguntó que cómo lo sabía ella, pero no dio contestación alguna. Al hablar el padre con el dueño del cortijo éste confirmó lo que la niña había dicho, quedando asombrado porque él no había hecho ningún comentario al respecto a nadie. A partir de ese día, Catalina comienza a adivinar tantas cosas y a curar a tantas personas enfermas que nadie puede dar una explicación.

Era conocida como la Niña Sabia, lo de niña viene porque cuando era pequeña pedía pan "para ella y el niño". De las primeras curaciones que se tiene constancia en Montoro, cuando era muy pequeña, destaca la de un hombre de su mismo barrio que padecía unas fiebres muy altas y el médico no encontraba la enfermedad que las causaba. Catalina fue con su familia a visitar al enfermo. Con la mirada baja como siempre que tenía que curar a alguien se dirigió al médico y ante su asombro le dijo: "No lo mire más, ¿no ve que tiene el tifus?". Tras decir esto, pidió que metieran al hombre en agua a la temperatura que las personas tienen en el cuerpo, sin saber explicarse mejor, dada su corta edad. Así lo hicieron y el hombre sanó.

Cuentan que otro buen día llegó a hablar con ella un hombre que llevaba varias semanas con fiebres altas, vómitos y diarreas que no cesaban. Le sugirió que si quería erradicar el mal que padecía, que fuese a su cortijo y rompiese el botijo de beber que llenaba con el agua del pozo, ya que dentro se hallaba el origen de su enfermedad. Así, se dirigió a su hacienda quebrando el búcaro contra el suelo y en su interior encontró un sapo.

A los 22 años se casó con Ángel Morales García, de cuyo matrimonio nacieron tres hijas: Catalina, Ana y Juana, y un hijo, Gerónimo. Tras la guerra, civil permaneció en su casa de la calle Calvario, 35, en el barrio del Retamar, donde estuvo prácticamente toda su vida. Allí en una habitación a mano derecha estaba su cuarto de atención a los que llegaban: una mesa con su tapete, en la que se encontraba un bolígrafo y una libreta de papel para que escribiesen lo que ella le prescribía, su sillón, multitud de sillas, una cómoda, cuadros de todos sus nietos, varias estampas de la Virgen María y un Padre Jesús de esparto que le trajeron de Granada. Entre los santos de su devoción cabe destacar el Santo Cristo de Pedro Abad y Nuestro Padre Jesús Nazareno de Montoro.

A su casa de Montoro llegaba gente de muy diversos lugares. Atendía cada cierto tiempo un furgón repleto de personas procedentes de Martos (Jaén). También iba cada semana al desaparecido parador de la Herradura en la plazuela del Potro de Córdoba, para atender al personal de la capital o de los municipios colindantes a la misma. Catalina atendió incluso a gente que llegaba del extranjero.

En 1946 llegó a la localidad una familia que tenía a una hija suya aquejada por un extraño mal que la había llevado prácticamente a la extenuación. Fueron a tomar un refrigerio en el bar conocido de María, la Moyana. Allí contaron que habían andado por casi toda Europa en busca de un diagnóstico eficaz para curar a su hija. Le aconsejaron que fuesen a casa de Catalina. Una vez le contaron el problema, muy tranquila pidió una palangana con agua y una bebida que ella indicó a su marido. Tras ingerir el producto la joven vomitó un parásito intestinal, el cual le había perjudicado durante tantos años.

Hasta el mismo día de su muerte en 1977, estuvo atendiendo enfermos en su casa. A las cinco de la tarde le dijo a una de sus hijas, Catalina, que ya no podía más y dos horas después falleció de un paro cardíaco sentada en el mismo sillón en el que recibía a los enfermos. Muerte que ella predijo unos días antes al ver entrar en su casa una paloma blanca y dio varias vueltas en su cuarto y salió.

Vivió siempre como una sencilla ama de casa. Fue requerida por muchas personas, a las que nunca cobraba, para que las curara de sus males o para que les dijera donde se encontraban personas que habían desaparecido. Era muy querida y respetada por todos.

Catalina tenía un don especial para recomendar la medicina y la curación de enfermedades, ya que, a pesar de ser analfabeta, recetaba medicamentos de actualidad para el momento estudiado, además de describir con exactitud fórmulas magistrales a quien lo precisaba, dejando perplejos a pacientes y farmacéuticos.

En 2008, el Ayuntamiento de Montoro dio su nombre a una de las calles de la localidad. Existe un libro sobre la vida de Catalina Alanzabes Pabón La Sabia de Montoro, publicado por el montoreño José Ortiz García, cronista oficial de Montoro.

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