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Córdoba/Sara Baras es pura alegría. Por eso cuesta imaginársela en un duelo, en la amargura, en esos pases teñidos a negro que dibujan su último espectáculo, Vuela, con el rinde homenaje, "desde el respeto, el cariño y el amor que tanto se profesaban", a Paco de Lucía. El Maestro, con mayúsculas, como a la bailaora gaditana le gustaba -y le gusta- decir, porque cuando han pasado algo más de diez años de su adiós, su legado sigue perenne. Y así ha quedado demostrado durante las dos horas en las que la cañaílla, rodeada de un gran elenco, se ha vuelto a entregar en cuerpo y alma al público cordobés, ese que tanto la quiere, y que ha vuelto a llenar hasta los topes el Gran Teatro. Dos series de más de tres minutos de aplausos son señal inequívoca de que ha gustado. Y mucho.
Porque el que acude a ver a Sara Baras, sabe a lo que va. Por eso, da igual lo que la rodée. En este caso un espectáculo bien hilado, estructurado en cuatro actos, con 15 piezas únicas, en las que la bailaora ha lucido en todo su esplendor; y en el que también ha dado su sitio, como siempre, a su cuerpo de baile y al grupo de músicos liderados por Keko Baldomero, con las voces de May Fernández y Matías López, El Mati. Todo bajo una coreografía minimalista, sin excesos, con la iluminación jugando un papel clave -el detalle de formar las seis cuerdas de una guitarra en varias ocasiones como telón de fondo, nada es fruto de la casualidad- y en el que los protagonistas están sobre las tablas. Sin trampa ni cartón.
El inicio ha sido sobrio, bajo los acordes de una guitarra, siempre presente el instrumento que hizo eterno al Maestro. Sillas de enea, trajes negros. Y silencio sepulcral, para oír el rasgar del zapato sobre el escenario, para dejarse llevar. Pero para recordar de qué iba la historias, miradas continuas al cielo, señales hacia arriba. Desde allí, Paco seguro que estará orgulloso. No es para menos. Después de la Madera, el primer acto en el que hasta los bastones han servido de percusión, llegó el Mar, en el que hasta el cuerpo de baile se marcó un número descalzo. Esta vez no ha habido lugar para el zapateao, esa seña de identidad que ha hecho suya Sara Baras (ya llegaría su hora, que eso nunca falla). Era la hora de la dulzura, de moverse haciéndose grande, de llenar por sí solo el escenario.
"Ya están sonando campanas / ya está llorando el silencio / ya están las olas del mar / vagando por tu recuerdo / ya van pasando las hojas / sobre este manto de incienso / que huele a amor y a pureza, / que sabe a guitarra y sueño, si / estando en vida yo vivo, / estando muerto, yo vuelo", con la voz en off de la cañaílla ha dado paso a la Muerte. Todo lúgubre. Negro. Flores al suelo tras un mano a mano con Daniel Saltares, apoteósico, el primer gran momento de la noche, con ambos martilleando casi extenuados sobre las tablas. Hasta una saeta en la voz de May Fernández ha sonado, antes de que Baldomero se luciera con una soleá a la guitarra.
Un pequeño descanso antes del fin de fiesta, de ese Volar, el momento que todo el respetable esperaba. Porque más allá de lo visto hasta ese momento, de ese lugar para la interpretación de quien quiere contar una historia, el final ha sido lo esperado. Sara Baras en estado puro. Zapateaos interminables, carrerillas, punta-tacón a mil por hora... Y el público entusiasmado, deseando dejarse las palmas de las manos tras cada pausa. Pero no sólo ahí, en esa marca de la casa; también tras una interpretación sublime de El Mati, junto al violín de Alexis Lefevre, del Verde que te quiero verde de Lorca. Relajación para coger las últimas fuerzas.
Porque antes de la despedida, con la presentación de todo su equipo, la bailaora ha cogido el micrófono "tras dejarnos el alma más de dos horas". "Es un honor estar en esta tierra tan bonita y en este teatro tan maravilloso, un teatro que me ha visto crecer y por eso es especial para mí", ha apuntado Sara Baras, para la que es todo "un honor" estar de nuevo en Córdoba y en el Festival de la Guitarra, escenario idóneo para mostrar el agradecimiento eterno a Paco de Lucía. "¡Gracias y viva Córdoba!", ha sido el mensaje final de la cañaílla, con el público puesto en pie esperando ese fin de fiesta que, tras varias bajadas de telón, ha llegado con una última mirada al cielo, con un último beso camino de donde aguarda el Maestro. Él, seguro que también sonriente, ha vuelto a disfrutar.
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