El siglo del cobre
La ubicación en Córdoba de la Secem se debió a razones de índole logístico · La falta de competencia tras la guerra civil hizo que la factoría no modernizase su sistema tecnológico
Cuando se publican las tablas del mercado exterior de Córdoba, los novatos esperan encontrar en primer lugar productos locales como el aceite, el vino, la industria agroalimentaria o la joyería. No es así, porque la industria del cobre es la que históricamente ha marcado las exportaciones. El origen de esta situación hay que buscarlo en la Córdoba de 1917, cuando el ingeniero francés Frédéric Ledoux, director de la Société Minière et Métallurgique de Peñarroya, concibió un concepto que parecen haber descubierto los políticos de nuestro tiempo: el centro logístico.
Si el padre de Ledoux obró el milagro minero en el Guadiato en la segunda mitad del siglo XIX, su vástago fue el que trajo a la capital el concepto industrial de verdad. Con la red de ferrocarriles en marcha pensó que las comunicaciones favorecían el establecimiento de un complejo integral del cobre en Córdoba, puesto que había conexión con la cuenca de Riotinto y en aquel tiempo había en Cerro Muriano nada menos que 510 hectáreas de terreno dedicadas a la explotación de este metal. La presa de Puente Nuevo se encargaría del suministro eléctrico en exclusiva y el tren llevaría los productos a los principales puertos andaluces para su distribución a los más lejanos países. Un negocio bien pensado.
Ledoux consiguió un importante paquete de capital francés que completó con otro nacional, fundamentalmente vasco, lo que dio origen a la Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas (Secem). Esta firma adquirió una importante bolsa de suelo en la zona occidental del casco urbano y el arquitecto suizo François Gay comenzó a levantar una factoría que llegó a ser un ejemplo de arquitectura industrial.
La llegada de esta industria, la primera importante que se establece en Córdoba, hace que se modifique su zona residencia. Las últimas viviendas por occidente estaban en la Puerta de Gallegos y desde este punto hasta la Electromecánicas había un buen trecho de varios kilómetros sin comunicación. Esto hizo que el barrio de los Olivos Borrachos, que hasta entonces sólo acogía a modestos trabajadores ferroviarios, se viera ampliado con la llegada de los obreros que querían vivir más cerca de su puesto de trabajo.
La Electromecánicas es también sinónimo de ciudad jardín, puesto que la Secem hizo un barrio para los ingenieros, otro para los mandos intermedios y un tercero para los trabajadores. Todos ellos tenían su vivienda unifamiliar con patio y jardincito. Además, dotó al barrio con la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, un colegio, economato y campo de fútbol entre otros equipamientos. Al poco de su entrada en funcionamiento, la Secem tenía 700 trabajadores, algo desconocido en la Córdoba del momento, y una producción anual de 7.000 toneladas en sus diferentes productos.
A la década de su puesta en marcha se produce el primer cambio importante en la factoría. La Electromecánicas segregó su tercera línea de fabricación para dar origen a otra empresa independiente: la Constructora Nacional de Maquinaria Eléctrica SA, más conocida como Cenemesa, actual ABB. Son los años en los que Secem crece de forma exponencial, los pedidos se multiplican y la plantilla llega a superar el millar de trabajadores.
La Electromecánicas vivió su etapa dorada tras la guerra civil, en la que fue abastecedora del bando nacional. En este periodo incrementó sus márgenes de beneficio, se hizo con la titularidad de otras empresas de la competencia y se alzó en una de las más potentes de España. Esta ausencia de competencia hizo que la empresa cordobesa se quedase atrás en su tecnología. En los años 60 se encendieron las luces de alarma. Un plan de expansión y desarrollo inyectó 3.000 millones de pesetas, pero ya era tarde. La Secem se había desprendido de partes importantes de la misma, como el complejo electrolítico, y era muy difícil volver a recuperar el lugar ocupado con anterioridad. Ahí comenzaron los problemas.
Mientras tanto, La Letro, como popularmente era conocida en la ciudad, era algo más que su industria más potente. Había dado forma a una parte de la ciudad. El barrio era propiedad de la empresa y, posteriormente, vendió las viviendas a sus inquilinos y el resto -plaza, calles y parroquia incluida- a un particular. La huella de su historia casi centenaria es patente en cada uno de sus rincones, como es el caso de dedicar la arteria principal a Federico Ledoux o el colegio del barrio a Alfonso Churruca, presidente del consejo de administración de Secem, uno de los inquilinos más notables del exclusivo barrio de Neguri, en Bilbao y abuelo del que fuera presidente del BBV, Emilio Ybarra.
Con fábrica o sin ella, sus actuales propietarios no podrán evitar que esta parte de la ciudad siga siendo conocida como siempre lo ha sido, como La Letro.
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