La superación de una luchadora

Francisca Adame Hens. Su vida es la de una persona comprometida, que supo ganarse el cariño de todo un pueblo y que no cejó en la defensa de los ideales de la libertad y la democracia

La superación de una luchadora
Pilar Bartolomé

15 de abril 2018 - 02:31

Nacida en La Victoria en 1921, apenas recuerda infancia, adolescencia o juventud. La guerra le sorprendió con 16 años. Hija de Manuel Adame Adame, un guardia civil defensor de la República, la Guerra Civil le obligó a una vida errante huyendo de las bombas y en pos de un padre que aprovechó sus conocimientos militares para dirigir a una compañía de milicianos. El final de la guerra le sorprendió en Ciudad Real, mientras su padre huyó a Alicante con dos hermanos a esperar el barco ruso que los iba a sacar de España. Pero ese barco nunca llegó. La familia se separó, su padre y su hermano Manuel fueron encarcelados en Valencia. Otro hermano fue obligado a alistarse a la legión. La madre y los más pequeños se establecieron en La Herrería (Fuente Palmera).

A partir de ahí, padre e hijo comenzaron el itinerario carcelario: Elche, Fuerte de San Fernando, Castillo de Santa Bárbara y tras ser condenado a muerte, al presidio de Córdoba. Y allí marchó Francisca, a servir en casas. Acudía cada día para llevar un canasto con comida para su padre, "plátanos, pan duro, lo que pillaba" y marchaba cargada de recados del resto de presos: cartas escondidas en zapatillas que después repartía o la cesta de la comida llena de ropa sucia. En 1941, año trágico de las cárceles españolas debido al tifus y todas las miserias habidas y por haber, murieron en Córdoba 500 presos.

A Manuel le conmutaron la pena de muerte por 30 años de prisión y a su hermano por 12 que pasaron entre Sevilla, Dos Hermanas y el campo de concentración de Merinales, del que salieron los esclavos que levantaron el Canal del Bajo Guadalquivir. Cada año de trabajo equivalía a tres de presidio. Cerca de 10.000 reclusos lo construyeron entre 1940 y 1962, un total de 158 kilómetros horadados a pico y pala, que hoy riegan 80.000 hectáreas de campo andaluz. Las tareas más penosas también se reservaban para mujeres de presos y viudas de fusilados o muertos en combate.

Gracias a Francisca y a la Comisión de la Memoria Histórica, desde 2006 se enseña en las escuelas como el Canal de los Presos. Su doble condición de víctima, mujer y republicana, la condujo a un estado permanente de desvelo. Pero se enamoró de Manuel Guisado. Y él se enamoró de ella. La familia no la quería, era hija de un comunista, y de la familia más pobre del pueblo. Pero se quedó embarazada y se casó. Él la quiso siempre como ella era. Fruto de aquella boda nacieron siete hijos y otra tragedia, la que más le cuesta recordar.

Acababa de llegar la democracia y eran los estudiantes los que estaban moviéndolo todo. Una de sus hijas estudiaba Enfermería en la Universidad de Córdoba. Vinculada a los socialistas andaluces, se reunieron en un piso y llegó la Policía. Quiso saltar por una ventana. Se cayó y se murió. Tenía 22 años. Se llamaba Margarita.

Hasta los 65 años, Francisca se dedicó a trabajar y a cuidar de su familia y de su casa. A esa edad pudo ir a la escuela para adultos y aprender a leer y a escribir. Desde entonces, no ha dejado de poner negro sobre blanco lo que ella llama "cachos de mi vida", para no olvidar esos años de hambre, miedo y falta de libertad, para recordarlos con la esperanza de que no vuelvan a repetirse nunca. Poemas que cuentan la Guerra Civil, las penurias de los presos, de los emigrantes; versos sobre la lucha de las mujeres; contra el olvido de los mayores. Una trova sencilla, sin rencor, que sólo pretende que no se repita lo que ocurrió y acabar con el silencio de 40 años.

El 28 de febrero de 2005, con 83 años, la Junta concedió a Francisca la Medalla de Andalucía, con las que reconoce la labor de personas e instituciones, destacando así su labor como activa militante de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. El decreto del ejecutivo la considera ejemplo de lucha y coraje ante la persecución padecida por su familia al término de la guerra y que convirtió su infancia y juventud en un ir y venir de las cárceles y de los campos de concentración en los que durante largos años estuvieron encerrados su padre y hermanos, un galardón que ofreció a todos los en este país vivieron lo que vivió ella.

Ha colaborado de manera activa y desinteresada en la recuperación de la memoria histórica, primero donando su propio testimonio al Banco Audiovisual de la Memoria Social de Andalucía (Bamsa) y después participando de manera protagonista en más de 20 actos de difusión, homenaje y reconocimiento a los esclavos del franquismo, en el marco de la iniciativa El Canal de los Presos, en distintos puntos de Andalucía.

Las heridas de la guerra / son difícil de curar; / sólo hay una medicina: /el amor y la igualdad. La historia de la señá Francisca, como la conocen en la aldea del término de Fuente Palmera, La Herrería, donde reside rodeada del cariño de sus hijas y sus nietas, es un ejemplo de lucha y coraje ante la persecución padecida por su familia al término de la Guerra Civil. Representa a las niñas que, como escribió Dulce Chacón, perdieron dos veces la Guerra Civil Española, una por ser rojas y otra por ser mujeres.

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