El tataranieto de Sara La Goda, cronista y defensor de los omeyas
Cordobeses en la historia
Abu Bakr ibn al-Qutiyya descendió de Witiza, creció amparado por los omeyas, se formó en Córdoba y dejó para la historia una de las primeras crónicas andalusíes desde Muza a Abderramán III
LOS orígenes conocidos de Abu Bakr ibn al-Qutiyya se remontan al año 689 de la era cristiana y a los oscuros años del reinado de Witiza, aquel rey visigodo al que los historiadores pintan en la misma medida benévolo o malvado, coincidiendo todos en la relajación de sus costumbres, principalmente en la implantación de pseudos harenes propios, con varias esposas y amantes, costumbre que salvó siendo permisivo con los miembros del clero en su relación con las mujeres. Tras los problemas sucesorios el mayor de sus hijos, Alamundo, quedó como dueño de los territorios del Sur; en concreto, en el valle del Guadalquivir. A su muerte, su hermano Artobas se hizo con sus tierras, pero tropezó con la valentía de los hijos del difunto que, a pesar de ser niños todavía, se atrevieron a viajar hasta Damasco para reclamar su patrimonio. Una de esas criaturas era Sara, de quien cuenta la leyenda conoció en Siria al que sería el primer emir de Córdoba, Abderramán I. La niña, conocida como Sara La Goda, se casaría después con un miembro del ejército de los omeyas y acabó instalándose en Sevilla.
Los cronistas no se ponen de acuerdo sobre el lugar de nacimiento del tataranieto de La Goda, Abu Bakr ibn al-Qutiyya, aunque la mayoría se decanta por Córdoba, apuntando a su estancia en la ciudad hispalense durante un corto periodo de formación que incrementó en la ciudad califal con estudios de tradiciones, jurisprudencia y filología. Parece cierto que habitó en Medina Azahara en el reinado de Abderramán III, que conoció el esplendor de Alhakem II y también la llegada al poder de Almanzor. Pero son los primeros años de la etapa andalusí, e incluso los previos, los que despertaron su atención e inspiraron la obra Historia de la Conquista de Al-Ándalus o Tarijiftitah Al-Ándalus, que lo alza como uno de los cronistas más destacados de su época junto a Ibn Idari, Ibn Hayyán o al-Maqqari, entre otros contemporáneos suyos. Abu Bakr ibn al-Qutiyya reconoce beber con frecuencia de las fuentes orales y se le achaca su constante lisonja a la estirpe omeya, sin obviar su orgullo por pertenecer a la dinastía visigoda cuyas relaciones y pactos con los sirios evoca y justifica dulcemente.
La manera y el contenido de sus relatos permiten complementar la información aportada por sus colegas, demasiado encorsetados a su vez por su condición de cronistas oficiales. Por citar un caso, el contraste entre la versión de la historia de Umar ibn Hafsum dada por sus compañeros -que apenas entran en las razones de este rebelde conocido como el primer guerrillero andaluz para volver a su refugio de Bobastro- se enriquece con Ibn al-Qutiyya, al aportar el acoso a que se vio sometido por el general de los omeyas, Ibn Ghanim, celoso quizá tras haberle visto pelear valientemente contra los cristianos del Norte.
La memoria popular y la tradición familiar inspiran la historia de Sara La Goda, personaje conocido gracias a él. Esta brevísima biografía aporta una interesante visión de las relaciones de la estirpe siria con sus protegidos y familiares, así como el modo de donar, negociar y repartir bienes entre ellos.
La historia de la conquista de Al-Ándalus, que se inicia con la llegada del Islam a la Península y termina con la muerte de Umar ibn Hafsum (reinado de Abderramán III), resulta tremendamente amena tanto por el estilo literario cuanto por las múltiples anécdotas introducidas en el texto. Pero no fue su única obra, si bien la más conocida, ni tuvo en su tiempo más valor que otras de gramática y, aunque hay quien atribuye la autoría a un alumno suyo, lo cierto es que el Libro de los verbos supuso todo un descubrimiento al ser editado en 1894 y reeditado a principios de los 50.
Profesor de Filología, gozó de la consideración de sabio y tuvo el mismo renombre, asegura Galindo Aguilar, "como gramático, lexicógrafo, filólogo, poeta, tradicionalista y jurisconsulto". Dice también este autor que "se instaló en Córdoba, donde fue cadí", reconocido por "sus cualidades morales y erudición, y rodeado de gran número de discípulos". Y queda constancia de este prestigio en una anécdota que se cuenta con Hixem II como protagonista. Quiso saber quien era el hombre más sabio de su reino en materia de lexicografía y su maestro mencionó sin dudar un único nombre: Abu Bakr ibn al-Qutiyya.
Como sabio lo reconocen igualmente algunos poetas, disciplina que también abarcó aunque no a la altura de otras materias. Emilio García Gómez lo referencia sin embargo ya en su primera antología Poemas arabigoandaluces, publicada por Austral en 1940: "Bebe el vino junto a la fragante azucena que ha florecido, y forma de mañana tu tertulia, cuando se abre la rosa".
El cronista cordobés que vivió el florecimiento del Califato, sufrió también el declive y murió en su ciudad un 8 de noviembre de 977, en el mismo año en que el caudillo Almanzor recuperó Santiago de Compostela.
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